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EL TITO EUSEBIO
Ciertamente, el fallecimiento del tito Eusebio, una vez dictaminado lo irreversible de su penosa enfermedad, nos privó de aquellas Navidades que aún perduran como el mejor de nuestros recuerdos. Fue en la última Nochebuena que pasamos con él, cuando se nos hizo evidente su deterioro y aunque se cumplieron todos los rituales en que se habían convertido sus anuales propuestas, fuimos conscientes de que, a partir de entonces, como así sucedió, caeríamos atrapados en las garras de la vulgaridad.
Dado que todos los miembros de la familia pertenecíamos al movimiento "Verdad Luminosa", nuestras cenas navideñas eran frugales y rapidísimas, puesto que lo que nos interesaba era terminar cuanto antes con tal trámite para asistir al pequeño espectáculo que el tito Eusebio organizaba tras el postre, que en general consistía en medio melocotón en almíbar por cabeza, tras haber sorbido previamente una sopita de fideos de Avecrem y deglutido una tortillita francesa, composición en que consistía nuestro parco menú. Ah, y acompañado todo de un vasito de Casera de naranja.
El caso es que el tito Eusebio, llegado de no se sabe dónde, se presentaba en casa poco antes de comenzar la cena y tras los saludos y abrazos efectuados en abigarrada piña, nos hacía entrega a cada uno de nosotros de un obsequio consistente, como buen representante que era de "Verdad Luminosa", de unas chanclas de esas de goma que se usan en las piscinas, o en su defecto, de sendos esquijamas unisex con algún rótulo incomprensible estampado en el pecho.
Mas lo importante, como digo, era lo que sucedía después, cuando recogida la mesa y repartidos los diecisiete o dieciocho comensales por todo el amplio salón, el tito Eusebio daba comienzo a su espectáculo de sombras chinescas. En efecto, disponíamos una blanca sábana sobre una de las paredes que desalojábamos de cuadros y pósteres del gurú Zacarías y colocábamos una vela encajada en el cuello de una botella frente a tal pantalla. Entonces, el tito Eusebio daba la orden de "¡Que alguien apague la luz!" y situando sus manos entre la llama de la vela y la sábana, hacía extrañas contorsiones con los dedos hasta producir la ilusión proyectada de animalitos que cobraban efímera vida: conejos, águilas voladoras, elefantes, o figuras más complicadas, como rostros humanos que parecían cantar o tocar la trompeta; aunque ninguno de estos efectos superaba el ejercicio final, una extraordinaria composición que simulaba perfectamente a una pareja humana que fornicaba con coordinados movimientos.
Acabado el espectáculo de las sombras chinescas, el auditorio comenzaba a exigir al unísono "¡Que salga el abuelo! ¡Que salga el abuelo!", y era entonces cuando el tito Eusebio se encerraba en la habitación del abuelo Eusebio y en el rato que nosotros tardábamos en desmontar lo de la vela y la sábana y reordenar las sillas y butacas, aparecía el tito Eusebio por el pasillo vestido, maquillado, sin faltarle detalle, como el difunto abuelo Eusebio, fundador del movimiento "Verdad Luminosa".
Y es que se daba la circunstancia que el tito Eusebio y el abuelo Eusebio habían sido como dos gotas de agua, tal era su extraordinario parecido. El tito Eusebio avanzaba casi a oscuras por el pasillo ataviado con el traje marrón del abuelo, su bufanda de cuadros, sus relucientes mocasines y, como no, con su bastón y aquellas gafas de gruesos cristales que se vio obligado a usar tras su operación de cataratas. Su entrada en el salón, hay que hacerse cargo, provocaba una pequeña catarsis.
Sobrepuestos a esta conmoción, el tito Eusebio era recibido entre aplausos y aclamaciones tras los cuales, comenzaba a relatarnos, ya como abuelo Eusebio, las características del Más Allá en el que habitaba, extendiéndose en detalles curiosísimos, como, por ejemplo, que los que allí estaban no tenían necesidades excretoras, o nos hablaba de una liga de fútbol especial donde el balón se renovaba cada tres minutos porque se trataba de un globo. También nos contaba sus encuentros con grandes autoridades y personajes, y así nos informó de lo poco que se parecía el verdadero Cervantes a la imagen que de él tenemos la mayoría de lectores (“la nariz la tiene como una enorme patata”), o cómo, en una ocasión, se vio obligado a enderezar un tabique ayudado por Catalina la Grande, la emperatriz de Rusia. "¡No sabéis qué repolluda está la mujer!", nos dijo.
Después, se abría un turno en el que cada uno de nosotros tenía el derecho de hacerle al abuelo Eusebio una sola pregunta. La última que yo le hice —fue allá por 1993— la recuerdo bien: "Abuelo, ¿y allí dan café después de la comida?", porque el abuelo Eusebio era hombre de los de café, copa y puro, por muy fundador de "Verdad Luminosa" que hubiera sido. "Pues mira, hijo, esa es una de las peguillas del Más Allá: que no hay café ni tabaco; aunque la verdad sea dicha, el coñac que nos sirven los empleados del cátering es de una calidad excepcional".
Era de esta forma, a través del tito Eusebio actuando de médium, como de manera tan amena e interesante, conocimos los secretos y cotilleos que están ocultos para la mayoría de los mortales. Una información que, claro está, fue acrecentándose durante muchos años y que yo me encargué de recoger en una especie de actas que levantaba la misma mañana de Navidad, cuando el tito Eusebio, que ni siquiera pasaba la noche en casa, desaparecía rumbo a un destino desconocido hasta que al año siguiente regresaba puntual, cargado de regalos y chapurreando saludos cariñosos en el idioma del país donde había pasado la temporada extendiendo las enseñanzas de "Verdad Luminosa".
Pero tras el fallecimiento del tito Eusebio, que finalmente lo sorprendió, ya muy enfermo, surcando en un catamarán las aguas del mar de Java, dio al traste con todo; no solo con las bases teoréticas y teleológicas de nuestro movimiento, sino con nuestra unión. A partir de entonces dio comienzo un implacable proceso de dispersión que llevó a cada uno a echarse novio o novia, a formar familias, a endeudarse con hipotecas, a comprar automóviles y, llegadas las fechas, a atiborrar nuestros domicilios con chabacanas composiciones de árboles navideños y belenes, y disponer en las mesas turrones, polvorones y mazapanes. Uno de nosotros, incluso llegó a adquirir un décimo de Lotería que luego, ni siquiera tocó.