sábado, noviembre 11, 2017

Con Chiquito en el corazón

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Observé que con este hombre indefinible nacido después de los dolores –más que humorista, me parece un constructo extraño al que los surrealistas se lo hubieran comido a pellizcos– se cumplía una regla: no todos sus seguidores tienen imaginación; pero sí les falta toda imaginación a sus detractores.

Viendo hace un rato una entrevista que le hizo Buenafuente en su programa, advertí que una de las cualidades de Chiquito fue predisponernos a ser felices por un rato, tan buena acogida tenía su gestualidad y su verborrea aplicadas a unos chistes tan malos como desarrollados en un continuo macguffin. La otra, la otra cualidad, fue renovar, enriquecer la lengua española como nunca antes había sucedido y como ningún literato o académico lo había hecho. Y así resultó que un día, de la noche a la mañana, una buena parte de la población de este país, sin distinción de clases, edades ni “sensibilidades”, desde Agamenón a su porquero, desde un jovencillo Puigdemont a un solemne juez del Supremo, se levantó de la cama ejecutando mímicas chiquitescas y adoptando sus expresiones y su delirante vocabulario, incluyendo esa asombrosa palabra, esa chispa de genio, que es “fistro”, la solución a todos los problemas lingüísticos porque todos los significados están contenidos en ella.

Ya sólo por eso, Chiquito era grande, tan grande que si su estatura se hubiera medido en bondad y modestia, hubiera podido jugar de pívot en la NBA; porque además –algo que muchos hubieran explotado con petulancia–, se daba en él la circunstancia de no mantener débito artístico con nadie: el producto que nos ofreció fue absolutamente original y sorprendente, lleno de inocencia, porque al final resultó que el pecador de la pradera, el torpedo sersuarl, el de las caiditas de Roma, las guarreridas españolas y el del hamatoma diodenarl y la Meletérica, era tan limpio de alma como el fistro de su corazón. Siendo así, ¿quién no iba a quererlo?

Un beso en tu calva de hombre bueno, Chiquito, gracias por todo lo que nos diste y hasta luegooorl, Lucaaar.

:-*
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jueves, noviembre 09, 2017

La filosofía en babuchas de paño

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Creo que llegado a estas alturas (o más bien bajuras) de la vida, de mi vida, es el momento de comenzar a elaborar a modo de decálogo unas conclusiones acerca de esta cosa rara del vivir y del cómo vivir; de resumir en breves sentencias lo que entiendo fundamental de mi posición moral en el mundo; de intentar la exposición sintética de mis principios metafísicos y éticos, algo que, claro está me lleva a recordar la célebre frase de Groucho Marx: “Estos son mis principios, pero si no les gustan, tengo más”.


Por supuesto, estos diez puntos iniciales están sujetos a reformulación, a ampliación o reducción de su número, etc, según pasen y actúen el tiempo y la existencia en mí mismo, en mi mismidad, como diría mi amiga Vichoff. Claro que también, cada uno de los puntos deben justificarse, desarrollarse, glosarse. Pero esto viene después, porque lo primero es ensayar la síntesis expositiva. Supongo que a tenor de ellos, de estos puntos, se hace evidente la influencia importante de las enseñanzas epicúreas, cimiento donde se basa el todavía frágil edificio de este decálogo. No pasa nada.



Punto 1. Solo existe la vida. La vida hay que celebrarla.

Punto 2. Somos azar y tiempo presente. No hay destino ni providencia.

Punto 3. Somos un cerebro. Somos un lenguaje. Nada más y nada menos.

Punto 4. Dios es una invención importante, pero irrelevante como personaje. No merece atención.

Punto 5. El fin es ser felices por medio del disfrute de los placeres naturales.

Punto 6. Hay que procurar el estado de serenidad y de ausencia de dolor.

Punto 7. No hay que creer. Hay que pensar. Hay que estudiar.

Punto 8. Solo la ciencia abre el camino del conocimiento.

Punto 9. Las virtudes más apreciables son la bondad y la alegría.

Punto 10. El propósito debe ser alcanzar la fraternidad biológica.
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Addenda: La pretensión de redactar un decálogo es contraria a los principios contenidos en este decálogo.

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