miércoles, octubre 28, 2020

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 25

 .


25

A veces, las discusiones se encienden los domingos por la tarde en casa de Julián de Capadocia a cuenta de lo que su hija llama, sus vetustas galanterías. En una ocasión, confesó a Charito y a Esmeralda, su compañera sentimental, que al sentirse tan bien tratado por una dependienta a la que fue a reclamar el abono defectuoso de una factura, le comentó:

Mire, señorita, con su permiso, me voy a aventurar a hacerle una pregunta indiscreta que usted, claro está, no tiene la obligación de contestar... ¿Tiene usted novio, pareja?

Sí, lo tengo... ¿Por?

Porque esa persona es una afortunada al tenerla a su lado. Ha sido usted muy amable conmigo. Le quedo muy agradecido.

No valió para nada que Julián asegurara que, tras su respuesta, a la muchacha se le esponjaran los ojos de felicidad y se le iluminó la cara con una sonrisa. Fue acusado por parte de Charito y Esmeralda, no solo de redicho y repipi, sino de rancio, machista y hasta de viejo verde, algo que lo entristeció mucho.

"¡Señorita! Pero, ¿cómo puedes seguir llamando a una mujer señorita, papá?" ... "Tenía apenas veinte años, ¿cómo quieres que la llame?, ¿señora?" ... "Ni señorita ni señora; la llamas de usted o de tú y ya está" ... "¿Se imagina que de joven lo hubieran llamado a usted señorito, Julián?" (terció Esmeralda) ... "¡Pero, por favor; señorita y señorito no son palabras equivalentes!

La discusión transcurrió en estos términos hasta que Julián, claudicante, pero consolado por su perro Zaratustra, que salió un momento de su modorra para solicitarle unas caricias, remató en voz baja: "No dudo que la sociedad que pretendéis será más igualitaria y más justa, pero ojo, tal vez, más ingrata. ¿No os dais cuenta que, de alguna manera, tengo que ir compensando la amargura que inculco en tantas cabezas? Esa muchacha se sintió muy feliz por un momento, yo mejoré su mundo". 

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 24

 .


24

Si Heráclito de Éfeso fue conocido por sus contemporáneos como "el Oscuro", Julián de Capadocia es conocido por sus vecinos como "el Pelmazo". Y es que pisar la calle e intentar endilgar su discurso al primero con quien se tropieza es todo uno. Hace unos días, sucedió con un desconocido mientras guardaba la cola de comprar el pan:

¿Sabe lo que ponía en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos? —preguntó Julián de sopetón.

Pues mire, no sé. Ahora mismo no caigo, usted perdone... —respondió el desconocido, dándole media espalda.

¡Pues algo engañoso! Una sugerencia que más semeja una orden: "Conócete a ti mismo" ¿Qué le parece?, ¿se conoce usted a usted mismo? —continuó Julián moviendo entre los dedos la pinza de tender ropa que sacó de la Pera y que puso ante los ojos del señor.

Hombre, no sé qué decirle, caballero... Un poco sí que me conoceré, digo yo; aunque mejor conozco a mi señora... Yo venía a comprar el pan y...

Pues, hágame caso, y nunca lo haga.

¿El qué?, ¿comprar el pan?

No, no; conocerse a usted mismo, le digo. ¡No lo haga jamás! Le apuesto lo que quiera a que, de hacerlo, de hurgar sinceramente en su interior, encontrará a un vivalavirgen, cuando no a un estúpido o tal vez, a un canalla.

¡Oiga, un poco de respeto, eh!, ¡es usted un pesado! ¡Habrase visto el tío plasta! —dijo el hombre, poniendo fin a la conversación de manera brusca, alzando mucho los brazos.

Cuando alguno de los hijos de Julián, Charito o Diógenes, se enteran por terceros de estos asaltos dialécticos de su padre hacia el prójimo, se enfadan mucho y los domingos por la tarde cuando van a visitarlo llevando la correspondiente bandejita de pasteles, le leen la cartilla. "Esto no puede ser, papá", le dice muy serio Diógenes. "Cualquier día te vas a buscar un disgusto. Lo que tienes que hacer es dejarte de perseguir esas relaciones esporádicas y tratar de intimar con la gente... ¡Hacer amigos!"

Con amargura, Julián le mira fijamente: "¿Amigos? Los amigos tienen una penosa tendencia a morirse. Desde luego, a mí no me queda ninguno y malditas las ganas que tengo de hacer otros nuevos y pasar otra vez por ese calvario. No, definitivamente, ya no quiero querer a más gente". Al segundo de pronunciar la última frase, Julián se queda con la boca un poco abierta, un poco estupefacto, un poco apenado mirando el vientre, cada vez más abultado, de su nuera Mariloli.

jueves, octubre 15, 2020

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 23

 .



23

Sucede que a veces y, de hecho, sucede cada vez más a menudo, Julián de Capadocia suspende cualquier actividad y acodado en su mesa de estudio donde dispone el portátil y la revista de crucigramas, apoya la cabeza en la mano izquierda, cierra los ojos y trata de dejar la mente en blanco, deteniendo el incesante fragor del oleaje del pensamiento. Sostiene que, en realidad, el goce del embeleco de la inmortalidad, no sería la abierta posibilidad de infinitos haceres, sino al contrario, el no tener que dar explicaciones por no hacer nada, el no tener que justificar la inacción. De no ser por un problema de gases que padece y su consecuente incontinencia de flatulencias, Julián habría sido un aplicado yogui que se hubiera pasado horas y seguro que días enteros en la posición del loto, o mejor aún, practicando el za-zen sentado en un cojín de cara a la pared. Pero hay malos ruidos que desconcentran al más pintado. Y en esos ruidos, aparte de los producidos por su meteorismo, incluye el lenguaje. "Pensamos porque hablamos, y no al revés", se dice Julián, intentando dejar mudo el cerebro, aunque sea un ratito.

.

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 22

.


 

22

Aunque no se lo confiesa, salvo a ella misma, a Julián de Capadocia le encanta pasar las noches de buen tiempo en la azotea que tiene la Juaqui. Cenan frugalmente, e involuntariamente, de manera romántica a la luz de unas velas, pues a la Juaqui, la compañía eléctrica de la que es abonada, le corta el suministro de vez en cuando. Luego, se acodan en el pretil para mirar las estrellas. Allí, cuando está de buenas, la Juaqui da rienda suelta a su imaginación: "Lo que más me gustaría del mundo es ver un ovni, Julián", dice soñadora, "y que me llevaran los marcianos de viaje a su tierra". Al escucharla, Julián se esponja de ternura recordando su juventud, cuando tan aficionado fue a los temas ufológicos y esotéricos. Pese a todo, le resulta irreprimible no aguarle un poco la fiesta a la mujer: "Lo siento, Juaqui, pero por mucha vida que exista en el universo, esparcida por los cientos de millones de galaxias que nos rodean, estamos condenados a la soledad cósmica. Las distancias interestelares son inasumibles. Necesitaríamos cientos de miles de años para transportarnos tan solo a otro brazo de nuestra propia galaxia", le comenta, pedantesco. "Pero, hombre, eso es ahora; lo mismo el año que viene, los sabios inventan un cohete que vaya muy rápido muy rápido. O son los marcianos quienes ya tienen esos cohetes", responde la Juaqui poniéndose casi en jarras.

Julián de Capadocia no quiere entrar a refutar sus opiniones porque sabe que la Juaqui, sin sus marcianos, sería menos feliz. Asumir la soledad cósmica, como él dice, no la iba a liberar de nada, sino que la entristecería más aún de lo que habitualmente está. Así que lo deja en este punto y, junto a ella, alza la vista para contemplar el firmamento. La indiferencia del universo lo llena de pesadumbre, tener las estrellas ante las gafas, no le provoca sino frustración, hasta experimenta a veces un enfado que lo lleva a apretar los dientes. En tal momento, pasa un brazo por la cintura de la Juaqui y la besa en la mejilla, mientras ella sigue hablando medio en susurros de platillos volantes en los que podría ser pasajera. "Anda, vamos a recoger la mesa", dice la Juaqui de repente, "que luego me se llena la azotea de gatos al olor de las sardinas". Arriba, una luna fina como un trozo de uña cortada, o la lejana pelotilla de Júpiter, seguirán alentando los sueños migratorios de la Juaqui como lo han hecho desde la noche de los tiempos con toda la Humanidad.

.