Con anterioridad presentamos a nuestros queridos seguidores
dos interesantes casos de las controversias vecinales que se producen en el
edificio que habitamos y que tienen fiel reflejo —nunca mejor dicho— en el
espejo del ascensor en modo de pasquín acusatorio. Ellos fueron (pinchen sin
miedo en los enlaces) el Misterio de la Colilla Voladora y el no menos
interesante del Enigma del Miccionador Anónimo. Ambos sin resolver a fecha de los
corrientes.
Hoy, nos permitimos engrosar la colección con este aviso que
conmina a reconsiderar de manera enérgica el comportamiento incívico de un
vecino fastidioso del que desconocemos su identidad así como la del denunciante.
Sin duda, resulta llamativo el horario tan definido que el acusado ha elegido
para realizar su molesta labor; pero habremos de coincidir en que si es por
ganas de importunar al prójimo, las horas son las más propicias., ya que proceder
a arrastrar muebles con animus iodendi a —pongamos— las once y media de la mañana pues no
sería demasiado efectivo. O sea, que en este punto, todo es correcto; algo que,
por supuesto, no entiende el denunciante que ganado por la furia y la
impotencia, termina su escrito con una amenaza a la que -¡ay!- falta definición
en su contundencia.
.