martes, julio 16, 2024

Sardinas

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¿Cuál es la ración de sardinas adecuada, independientemente del saque que tenga cada uno? (hablo de gente moderada y de las sardinas tirando a grandes propias de la Costa de la Luz). Pienso que un mínimo de 3 ejemplares y un máximo de 6. Todo lo demás es gula y despropósito. Además, un cólico con vomitona de sardinas es inolvidable.

A mí me gusta comerlas con tenedor y cuchillo, si es con palita de pescado, mejor, ejerciendo sobre ellas una virtuosa labor cisoria cercana a la quirúrgica. Pinchando el gaznate, eviscero el pescadito, le doy la vuelta y recorto luego la aleta dorsal sacando dos lomos limpios (les dejo puesta la crujiente piel porque me gustan mucho los microplásticos y los metales pesados): uno de los desespinados lomitos lo deposito a lo largo del cuchillo y p'adentro que va; el otro, lo extiendo en un rebanadita de pan previamente lubricado con la grasilla que suelta el ex-pez clupeiforme de bellos ojos, y p'adentro también. En el plato quedan limpias las raspas con su cabecita y su colita.

En ningún momento toco el cadáver con los dedos, principal objetivo.

Una sencilla ensalada de lechuga, tomate y cebolla es el mejor acompañamiento. O un picaíllo de tomate, cebolla, pimiento y pepino. Para beber, cerveza, verdejo, albariño, vinho verde o txakolí. Cualquiera vale, siempre y cuando esté muy frío.

Tras ello es aconsejable una buena siesta de horita y media sobre fresca sábana de algodón, teniendo como casi imperceptible fondo alguna sonata de Beethoven y/o el runrún del ventilador si es usted de clase humilde. Ojo, la ingesta de sardinas y la práctica del sexo no se llevan bien. Absténganse.

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jueves, julio 11, 2024

Robinson sufría y yo me alegraba

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Manuel Vicent recuerda en su libro lo que dijo Borges en uno de sus relatos: a consecuencia de someter a la esclavitud a los negros, disfrutamos hoy del blues y del jazz. Y yo pregunto, ¿existiría la literatura en un mundo feliz, justo, organizado? Pues seguramente, pero carecería de todo interés. En el cóctel de la literatura, el amargo zumo del sufrimiento es el principal ingrediente, declaró Gunda Paxcallo.

Ayer, al abrir una puertecilla y verlos ahí dentro —los conservo todos— después de mucho tiempo, recuperé un recuerdo: el placer completo que representaba para mí cuando niño el reunir el dinero suficiente para poder comprar en la papelería-librería de Luis Nogales, en la avenida de los Teatinos, un libro de la colección Historias Selección de Bruguera. Salía solo de casa y allá me dirigía, pues aquel era un gozo estrictamente solitario, llevando las monedas justas apretadas en el puño. El propio Nogales —gordinflón, calvichi, con bigotito— ponía sobre el mostrador los ejemplares que entonces tuviera. ¡Qué difícil era elegir solo uno! Mi decisión la determinaba casi siempre la portada, pues apenas conocía títulos fuera de los habituales.

Todavía me emociona el verdiazul que tanta profundidad daba al mar donde, luchando contra las olas, Robinson Crusoe se salvó del naufragio agarrado a un trozo de mástil; un color que tanto me perturbó y que tantas promesas de placer contenía. Allí estaban la felicidad (mía) gracias al padecer de otro (Robinson).


Compruebo ahora que en el mercado electrónico de libros de segunda mano, se puede conseguir un ejemplar de él en perfecto estado por poco más de 1 euro. Qué tristeza.

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