sábado, febrero 13, 2021

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 38

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38

Julián de Capadocia, ha encontrado desde que se hizo socio de La Salagartija, un raro placer en el runrún como de hormigonera que hacen las fichas de dominó al ser arrastradas sobre el mármol del velador, expectantes los jugadores al juego de manos del Fitipaldi (le llaman así, porque su nombre verdadero es Fernando Alonso) en la ceremonia con que comienza la partida. También, en los posteriores y violentos fichazos sobre la mesa que suenan a disparos y hasta en los vozarrones destemplados y plenos de fanfarronadas de los que en otro velador, emiten los que juegan al tute. Y es que tras media hora o tres cuartos de hora, la inmersión en ese estruendo hace que Julián, al abandonar el recinto, pueda degustar triplemente el silencio que le ofrece un parquecillo cercano.

Fue uno de esos días en que, acodado en la barra y degustando el tinto con sifón y los altramuces que le había servido Pascual, cuando pronunció el que luego se conoció como "Discursillo del silencio" y que ha sido recogido en el nº 27 de la revista "Estudios de singularidad" de la Escuela de Ingenieros Agrónomos de Valladolid: 

El silencio, Pascual, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con él no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por el silencio, así como por la quietud, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el ruido es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Pascual, porque bien has visto el esparcimiento, la abundancia que en esta peña deportivo-cultural en la que estamos, tenemos; pues en mitad de estas partidas de tute y dominó y de estas cervezas de nieve, me parece a mí que estoy metido entre las estrecheces del aburrimiento, porque el escaso silencio no lo gozo con la libertad que lo gozara si fuera mío, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas por ser socio son ataduras que no dejan campear al ánimo silente. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un rato de silencio sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!

Dicho lo anterior, Julián de Capadocia abandonó el local, dejando a Pascual rascándose la coronilla de las dudas, porque todo aquello le había sonado de algo.

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