lunes, enero 28, 2013

Placeres Mundanos, nº 28

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Jambalaya: La paella de los pantanos.


Es la música popular una inagotable fuente de alegrías gastronómicas. No hay más que recordar aquel Cocidito madrileño que cantara Pepe Blanco o aquella sintonía de 'Con las manos en la masa' interpretada por Vainica Doble y Joaquín Sabina. Mas en esta ocasión, propongo que la música propicie un viaje más lejano, un viaje que nos lleve a los pantanos de Louisiana, a los territorios donde habita el pueblo cajún, en honor al cual Hank Williams compuso en 1952 el tema “Jambalaya”, tan versionado posteriormente. ¿Pero de qué se trata esta “Jambalaya”?, preguntará el lector profano. Pues nada menos que de una receta donde el arroz, el pollo y los langostinos son sus principales ingredientes aparte del toque picante tan habitual en la cocina de aquella geografía.

Decididos a prepararla para 4 comensales famélicos, lo primero que debemos hacer es preparar un buen sofrito en el que utilizaremos, debidamente troceada, una cebolla gorda, pimiento verde y rojo (este último lo corté en larga juliana, también llamada long julianne) y —muy importante— una buena penca de apio (fig. 1). Con tanto cariño como poco fuego, sofreí la verdura en una sartén con hechuras de wok pero de menor alzada que me viene siendo más apañada que un jarrillo de lata. Mientras se elaboraba el sofrito en buen chorreón de aceite de oliva, procedí a cortar 4 salchichas frescas, pues en mi caso no encontré salchichas ahumadas ni un ignoto chorizo alemán. Por otro lado, como no quería que el plato me saliera demasiado picante ni especiado, desistí de usar cayena y otros elementos ardientes, sustituyéndolos por el adobo con que venía de fábrica la pechuga de pollo. En otras palabras, que la pechuga pollera utilizada fue la que llaman “para pinchitos” (fig. 2). Una vez que la verdura estuvo casi pochada, añadí salchichas y pollo y revolví hasta que perdieron el color de crudo (fig. 3).



Acto seguido, espolvoreé sobre el aromático conjunto pimentón picante de la Vera, pimienta negra recién molida y una buena pellizcada a cuatro dedos de orégano (fig. 4). También puede añadirse tomillo, cayena, tabasco… según recabe el chef opinión a los comensales y su gusto por el picor. Aquí, como en el juego de las siete y media, es mejor no llegar que pasarse.

Una vez todo bien rehogado, bañaremos el guisoteo con media lata de tomate natural triturado y el acompañamiento de dos dientes de ajo picados. Revolveremos y esperaremos que el tomate se fría un poco y reduzca (fig. 5). Mientras tanto, prepararemos una nueva picada —en esta receta entre picadas y picores se nos va media mañana—, en esta ocasión de un tomatito maduro y las hojas verdes de tres o cuatro cebolletas. También aprovecharemos para desnudar de su recio corsé los cuerpos de 4 ó 5 ó 6 ó 7 langostinos bien gordos una vez descabezados y despatitizados. Eso sí, les dejaremos entera la colita pues así quedan más monos. Como los caballeros, dirán algunas señoras que frecuentan este lugar (fig. 6).


Volviendo de nuevo al sartenazo, llegada es la hora de echar el arroz (una vaso de ¼ de litro hasta arriba). Lo mezclamos bien con el conjunto, añadimos el tomate y las hojas de la cebolleta (fig. 7) e inundamos con hirviente caldo de pollo Avecrem hasta cubrir (fig. 8). Casi finalizado el proceso, probamos para rectificar de sal si es necesario, aunque servidor no la empleó en absoluto pues me resultó suficiente la que aportaba el adobo de la pechuga troceada y el caldo. Ya casi casi casi a puntito, hacemos descansar sobre la suculenta mezcolanza los langostinos en pelotas (fig. 9). En 20 minutos en total, desde que echamos el arroz hasta que los langostinos tomen buen color, el proceso habrá concluido. Dejamos reposar tapado el bajito wok con albo paño de algodón y cuando los comensales, de pura hambre, amenacen emascularnos con sus tenedores, servimos los platos presidido cada uno de ellos por el cadáver decentemente amortajado de un langostinazo (fig. 10).



Que síiiiiiii, que síiiiiiii, que ya lo séeeee, no sean pesadooos; que el resultado final se asemeja al de una paella, pero solo de imagen porque de sabor, la jambalaya es por completo distinta. Entre otras cosas, repito, porque la gracia estriba en que quede picantona (por eso añadí un chorrito de tabasco a mi ración) y en que no falte el apio. Tampoco debe quedar el plato tan suelto como la paella, antes bien, el arroz medianamente caldoso es lo indicado. Lo cierto es que ante el resultado obtenido, puedo decir que pocos platos me han quedado tan sabrosos y suculentos como esta jambalaya que fagocitamos acompañada de una ensalada verde y remojada con cerveza muy fría.

Finalizo con dos bonus-track que juzgo complementos ideales para la receta. Uno, otro plato de la cocina louisianesca que ya presenté en este chorriblog: Patatas al estilo cajún. Y otro, una buena versión del tema “Jambalaya” para que lo escuchen a toda leche mientras están en los fogones; aquí versionada por Van Morrison y la hija de Jerry Lee Lewis.
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lunes, enero 14, 2013

Movilgrafías: Regino Morales Patón, ejecutivo cover.

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Con motivo de un obsequio, llegó a mis manos esta etiqueta que a pesar de su rótulo —“Bisutería Lavanda”— nada tiene que ver con la industria de los abalorios, puesto que campeaba sobre un par de calcetines de fabricación nacional.

Lo llamativo, dejando aparte el adorno con motivos setenteros de una periclitada psicodelia, es sin duda la efigie del varón que el publicista eligió por considerarla adecuada a la promoción del producto. No hace falta examinar durante mucho tiempo la apariencia del muchacho, para darse cuenta que lo que pretendía el creativo era relacionar sus calcetines con aquellos otros que dieron en llamarse “modelo ejecutivo”; pero siendo el presupuesto dedicado a la publicidad de tan corto montante, resultó inasequible contar con el trabajo de un profesional, o al menos de un sujeto que diera la imagen de dinamismo, autoridad y decisión necesarias para montar el paripé de unos falsos “ejecutivos”.

Fue así que el departamento publicitario debió echar mano de Regino Morales Patón, novio de Pilarín Lavanda, hija del propietario de “Bisutería Lavanda”, estudiante de Empresariales, seriecito, formal, romántico, activísimo miembro del Grupo Juvenil de su parroquia y aficionado a la papiroflexia; un muchacho con todas las cualidades para labrarse un porvenir y en suma, el yerno ideal que toda suegra quisiera para sí.

 Regino Morales Patón, que contaba con traje pero no con la corbata apropiada (y que fue facilitada por los almacenes de “Bisutería Lavanda”), sólo tuvo que limpiarse los cristales de las gafas con una bayetita y darse ración doble de fijador Patrico para quedar lo exigiblemente niquelado que requería la sesión fotográfica. Desde luego, el buen muchacho, más que ejecutivo parece el prioste de alguna Cofradía de Semana Santa al que el olor a incienso debe bajarle por los perniles del pantalón. Un muchacho antigüito de los que extienden el pañuelo sobre el banco del parque antes de sentarse y regalan a la novia por su cumpleaños, estuches de caramelos de violeta.

Será por todo ello que cuando uno se enfunda en los pies los calcetines “Bisutería Lavanda”, se siente transportado al fabuloso mundo de las fotonovelas. ¿Han probado a solicitar su par poniéndose en contacto con la dirección que aparece en la etiqueta?
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martes, enero 08, 2013

Damero Mardito, nº 45 (enero)

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Todos tenemos un clon millonario en alguna parte



Leemos la palabra “espejo” y a la misma vez, alguien la dice en el programa de radio que escuchamos. Escribimos la palabra “vidrio” y de manera simultánea, alguien la repite desde el televisor. Sucede a menudo y esta sorpresa, cuando las palabras coincidentes son poco comunes, la celebramos, compartiendo nuestro asombro con quienes nos rodean en ese momento: “¡Fíjate, estaba escribiendo la palabra ‘esclerótica’ y el tío de la tele la decía al mismo tiempo!”


Ante esta afortunada intervención del azar, propongo festejar estas coincidencias con mayor prosopopeya pues, desconociendo desde luego las leyes matemáticas de la probabilidad, no creo que sea menor alguna de estas coincidencias con la posibilidad de que nos toque el Gordo en la lotería navideña. Claro que es más fácil la simultaneidad de la palabra “esclerótica” si el programa de la radio o el reportaje de la televisión está dedicado a la oftalmología; pero no me digan que no merece, por ejemplo, un opíparo banquete en el que no falten los vinos más selectos, los manjares más exquisitos y el concurso de serpentinas, confetis y matasuegras, si es que “esclerótica” es vocablo que leemos en un manual de cunicultura mientras que en la radio o en la televisión se desarrolla un programa de información bursátil.



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¿Que dónde conseguir el Damero Mardito de este mes? Pues como siempre, en su kiosco habitual y gratis total. Aquí: El Damero del Vecind(i)ario
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jueves, enero 03, 2013

2012. Resumen del año lector

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Hala, a ver quién tiene repes. (El asterisco indica relectura).


LECTURAS DEL AÑO 2012

1. “En mares salvajes” Javier Reverte

2. “Conversación en La Catedral” Mario Vargas Llosa

3. (*)“Madame Bovary” Gustave Flaubert

4. “Suave es la noche” Francis Scott Fitzgerald

5. “Misteriosa Buenos Aires” Manuel Mugica Laínez

6. “Ágata ojo de gato” José Manuel Caballero Bonald

7. “El mapa y el territorio” Michel Houellebecq

8. “La casa de Lúculo” Julio Camba

9. “Bélver Yin” Jesús Ferrero

10. “Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones” Charles Bukowski

11. “Diario de invierno” Paul Auster

12. (*) “Cartas a Mílena” Franz Kafka

13. “Darse a la lectura” Ángel Gabilondo

14. “El fin de la raza blanca” Eugenia Rico

15. “Un inquietante amanecer” Mari Jungstedt

16. “La hija de Robert Poste” Stella Gibbons

17. “Contra el viento del norte” Daniel Glattauer

18. “Elegía” Philip Roth

19. “El animal moribundo” Philip Roth

20. “La novia de Matisse” Manuel Vicent

21. “La conjura contra América” Philip Roth

22. “Claraboya” José Saramago

23. “Grandes esperanzas” Charles Dickens

24. (*) “El Buscón” Francisco de Quevedo

25. (*) “El jinete polaco” Antonio Muñoz Molina

26. “Cuentos de amor de locura y de muerte” Horacio Quiroga

27. (*) “Juegos de la edad tardía” Luis Landero

28. “Sigfrido” Harry Mulisch

29. “La yurta. Relatos del lado oscuro del alma” Manuel Pimentel

30. “Rating” Alberto Barrera Tyszka

31. “Suite francesa” Irène Némirovsky

32. “Niños feroces” Lorenzo Silva

33. “Aquella edad inolvidable” Ramiro Pinilla

34. “La gaviota” Sándor Márai

35. “El ardor de la sangre” Irène Némirovsky

36. “El enredo de la bolsa y la vida” Eduardo Mendoza

37. “Tiempo de guerras perdidas” José Manuel Caballero Bonald

38. “El rey y la reina” Ramón J. Sender

39. “La buena muerte” Alfonso Grosso

40. “El amante bilingüe” Juan Marsé

41. “En la vida de Ignacio Morel” Ramón J. Sender

42. “Prosas apátridas” Julio Ramón Ribeyro


Curiosamente, el número de lecturas de este año -42- coincidió con el de 2011. Pero de todo ello y dejando aparte las relecturas, la Medalla de Oro de este curso lector se la engancharía en la solapa aaaaaa:

1 - "Conversación en La Catedral" de Mario Vargas Llosa. A mi juicio, una obra maestra, de esas pocas con las que nos cruzamos en la vida.

Por contra, el Babuchazo de Muermo Triple Cero va dirigido aaaaaaa:

000 - "Darse a la lectura" de Ángel Gabilondo. El exministro de Cultura, hermano del periodista Iñaki, consigue en su ensayo lo contraramente pretendido, esto es,  hace abominar del ejercicio lector, tanto es el aburrimiento que logra inyectar en el incauto. 
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