domingo, octubre 23, 2022

El Rinconcillo Botánico, XI

 .

El Rinconcillo Botánico, XI: estevia





Para cuantos fuimos alcanzados por aquellos tiempos en que estar gordo se asociaba con la buena salud, el bienestar y aun la prosperidad, nos resultó llamativo el posterior y razonable rechazo a los kilos de más y la lucha por eliminarlos empleando sucedáneos de las materias engordantes. Baste hoy el ejemplo de los glúcidos en sus formatos más denostados tal el azúcar refinado, sustituidos por sacarosas sintéticas o naturales, como es el caso del yerbajo que hoy expongo: la estevia (Stevia rebaudiana), una planta cuyo poder dulcificante no lo iguala ni el final de la peli La Cenicienta de Disney.

En efecto, suficiente es con arrancar una hojita de la sutil plantita y masticarla para que la boca se nos llene de un extraordinario dulzor con un retrogusto buconasal cercano al regaliz. Es lo que hice esta mañana con un puñado de hojas tras fotografiar uno de los ejemplares que cultiva mi cuñao... Pero, ay, poco antes de ser informado de que allí se mean los perros y los gatos.

En todo caso, la experiencia, a fuer de refrescante devino reveladora, pues, ¿qué mejor dieta para adelgazar que pasarse un mes bebiendo solo agua y chupando hojas de estevia? Tal vez con ello se obre el milagro de que se nos olviden las tartas del Mercadona y hasta los bocatas de chorizo Revilla.

.

domingo, octubre 09, 2022

El Rinconcillo Botánico, X

 .

El Rinconcillo Botánico, X: tabaquera.


Si de todos es sabido que la necesidad agudiza el ingenio, será fácil hacerse cargo de que en épocas de carestía y por paliar el dependiente vicio del tabaco, el amigo del fumeque es capaz de fumarse una boñiga de vaca envuelta en papel de estraza. Es por ello que en ayuda de estos pobres seres enganchados a la nicotina vino a aparecer la planta llamada altabaca (Dittrichia viscosa), conocida popularmente entre otros nombres como tabaquera, una especie cuyas pringosísimas hojillas y gualdas florecillas —factoría de melíferas abejas—, si se aglomeran en forma cilíndrica en el interior de un papelillo de fumar, pueden dar el pego de parecer un cigarrillo. Claro está que, salvo para los adictos desesperados de los malos tiempos, a los que les daba igual, tal engendro ni parecía tabaco, ni sabía a tabaco, ni olía a tabaco; pero al menos, echaba humo, que era lo importante. Eso sí, la planta tabaquera producía en quien osaba echársela a los pulmones, una tos de carácter cavernoso propia de un mulo aquejado de enfisemas triples... Mas, si Dios Todopoderoso abastece de comida a los humildes pajarillos, ¿cómo iba a dejar a su suerte y sin su ración de tabaco —aunque fuera una burda imitación— al humano, el rey de la Creación?
.