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Para contrarrestar estos tiempos de literatura muelle y bobalicona, presentada a modo de cagaditas de caniche envueltas en papel de regalo y con lacito de celofán, nada mejor que meterle mano a esta novela que publicó en 1914 Felipe Trigo, autor de enorme éxito en su tiempo, de fantástica biografía, erotómano, dandy decadente y finalmente, suicida de los de volarse los sesos de un pistoletazo.
En efecto,
Jarrapellejos, título fonéticodescriptivo que con la conjunción de sus jotas ásperas y sus erres como dientes de sierra nos resume lo que vamos a encontrar en su interior, un momento histórico (el caciquismo), un territorio y unas gentes que, para seguir con el símil fónico, se albergan en las duras zetas finales de lo atroz, lo feroz y lo soez, es una inmersión en aquella España negra y profunda que fue inagotable fuente de literatura de cordel y romances de ciego, una invitación a sumergirnos en la vileza que puede alcanzar el género humano y a empaparnos de sangre hasta las corvas y los codos. ¡Crímenes, violaciones, evocaciones de París, incendios pavorosos, deshonras calderonianas,
sportmans de exquisitos modales, cárceles pueblerinas, tinto calentorro de pobres, champán helado de señoritos! ¡y moscas, muchas moscas!
Ciertamente, y a poco que nos sobrepongamos al lenguaje decimonónico y altisonante en exceso de Trigo —que se colorea con transcripciones dialectales y se hace más sintético conforme avanza la acción, menos mal—, la figura del protagonista, Pedro Luis Jarrapellejos, cacique de la localidad extremeña de La Joya, dueño de vidas y haciendas, campechano y paternal con los que oprime hasta la humillación e implacable con los que se atreven a contradecirle o a negarle un favor sexual, será el hilo —qué hilo ni qué hilo, ¡la soga de esparto!— que nos conducirá a través del infortunio cuasi africano de las hambrunas, el paludismo y las plagas de langostas (escena ésta de las langostas que abre vigorosamente la novela) que soportan aquellos desgraciados a los que tanto él como sus esbirros y la caterva de señoritos de casino, empobrecen y expolian hasta obligarlos a vender a sus mujeres para que sean preñadas como burras, su actividad favorita, porque la presunción de ser los padres naturales de los hijos de las pastoras, las criadas o las labriegas es el mayor prestigio anejo al poder.
Como pueden adivinar, en Jarrapellejos no encontrarán ni sosainas medias tintas ni comiditas light para adelgazar; no, nada de eso. Sobre el discurso regeneracionista de Trigo a la manera de un Joaquín Costa priman las eyaculaciones del estupro, el adulterio de los hambrientos, el asfixiante sometimiento a la cerril Iglesia y la corrupción perpetua del régimen encarnada en un marionetista en la oscuridad, o sea, todo lo que inocentonamente pretendió arreglar la futura República sin resultados. El huevo de la serpiente que eclosionaría veintipico años más tarde, ya se estaba gestando aquí, en el reseco vientre de la España depauperada.
Eso sí, no dejen de sentir inquietud si deciden emprender pronto la lectura de esta novela porque en estos días en los que somos tantos los que soportamos calorazos saharianos, aunar las temperaturas delirantes que nos mortifican con la lectura de Jarrapellejos puede acarrear fatales consecuencias. Cuidadín porque podemos convertir nuestro entorno en un nuevo Puerto Hurraco. Mántengase alejados de los cuchillos cebolleros y del trabuco del bisabuelo.
Abundando y acabando, comento que hace ya sus añitos el director Antonio Giménez Rico realizó una versión cinematográfica de la novela. Aprovechando la inercia de la lectura, procuré verla hace unos días. Aguanté diez minutos. Desestímenla. Menuda mierda de película.
Felipe Trigo en la Wiki:
Jarrapellejos en pdf:
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