sábado, febrero 13, 2021

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 40

 .


40

Ya hemos reflejado en repetidas ocasiones que, cuando Julián de Capadocia se pone pelma, no hay quien lo aguante. Pero es igual de inaguantable cuando entra en uno de sus mutismos que le duran días enteros y que lo llevan a desaparecer sin que nadie sepa adónde va. La Juaqui, medio preocupada, registra mil veces el armario empotrado donde Julián realiza sus meditaciones; su hija Charo y su compañera Esmeralda, lo telefonean y envían wasaps sin resultado; su hijo Diógenes, su nuera Mariloli y la pequeña Eva, se quedan en la puerta los domingos por la tarde, llamando infructuosamente al timbre; los de la peña deportivo-cultural La Salagartija y Pascual, el camarero, también se preguntan dónde se ha metido.

El caso es que nadie parece preocuparse en exceso; pues estas espantadas son habituales en Julián. Las practica dos o tres veces al año y le suelen durar cinco, seis días, o a lo sumo, una semana. De repente, aparece y, como si nada hubiera pasado, entrega a cada uno de sus familiares y amigos, extraños obsequios sin dar explicaciones. A uno, le regala un silbato de árbitro; a otro, una bala de revólver; a quién, un yo-yó; al de más allá, su último aforismo autógrafo ("El tiempo es sucesión en el espacio fijo; la materia es causalidad necesitada de tiempo y espacio. En la eternidad no existe el tiempo —por eso los ángeles no llevan relojes— ni, por tanto, la materia. La eternidad y la nada son lo mismo")... Pascual, el camarero, nos confirmó que, en una ocasión, le trajo como regalo un estornino disecado posado en un trozo de porexpán que simulaba ser una piedra. Julián no dice nada, y en cuanto se siente presionado con tanta preguntita, se larga de donde esté. Todo esto representa un enorme misterio que nosotros nos hemos prometido desvelar.

(Tras diez meses biografiando semanalmente a Julián de Capadocia, los investigadores dicen aprovechar una de estas desapariciones julianescas para encargarse de otros asuntos. No creen que tarde mucho en volver. Ni Julián, ni ellos mismos).

.

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 39

 .


39

A veces, a Julián de Capadocia le gusta vagabundear, andurrear por las calles sin propósito alguno, incluyendo el de no pegar la hebra con un prójimo inocente. Es así, que en muchas ocasiones ha terminado tumbado en algún banco del parque hasta quedar traspuesto como un mendigo beodo que duerme la mona. Lo ha desvelado entonces el sonido de las pisadas que un corredor deja en la gravilla o el aleteo de una paloma que se paseó sobre su pecho, dejándole en la camiseta unas cuantas cagadas. O ha despertado con su piedra pompeyana —la que le ayuda a conciliar el sueño— caída en el suelo porque se le abrió la mano y se soltó. Entonces, se incorpora, y como la bombilla que enciende un interruptor, se le viene a la cabeza algún aforismo nebuloso al que más tarde dará definitiva forma. "Vivir consiste en luchar por alejar de nosotros el pensamiento de que la vida no vale nada, de que no tiene importancia alguna".

Tras el asalto, bosteza, se despereza, respira hondo durante un par de minutos y vuelve a su casa, silencioso como un disciplinante. Pero desde hace un tiempo, ha encontrado un sencillo bien que le sirve para animarse tras estas jornadas tan azarosas como solitarias: el que le supone activar el móvil y ver en la pantalla la fotografía de su nieta Eva, que tiene dos meses recién cumplidos. "¡Si esta criatura supiera escribir...!", piensa Julián. "Dos meses son edad más que suficiente para plasmar una interesante autobiografía". 

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 38

 .


38

Julián de Capadocia, ha encontrado desde que se hizo socio de La Salagartija, un raro placer en el runrún como de hormigonera que hacen las fichas de dominó al ser arrastradas sobre el mármol del velador, expectantes los jugadores al juego de manos del Fitipaldi (le llaman así, porque su nombre verdadero es Fernando Alonso) en la ceremonia con que comienza la partida. También, en los posteriores y violentos fichazos sobre la mesa que suenan a disparos y hasta en los vozarrones destemplados y plenos de fanfarronadas de los que en otro velador, emiten los que juegan al tute. Y es que tras media hora o tres cuartos de hora, la inmersión en ese estruendo hace que Julián, al abandonar el recinto, pueda degustar triplemente el silencio que le ofrece un parquecillo cercano.

Fue uno de esos días en que, acodado en la barra y degustando el tinto con sifón y los altramuces que le había servido Pascual, cuando pronunció el que luego se conoció como "Discursillo del silencio" y que ha sido recogido en el nº 27 de la revista "Estudios de singularidad" de la Escuela de Ingenieros Agrónomos de Valladolid: 

El silencio, Pascual, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con él no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por el silencio, así como por la quietud, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el ruido es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Pascual, porque bien has visto el esparcimiento, la abundancia que en esta peña deportivo-cultural en la que estamos, tenemos; pues en mitad de estas partidas de tute y dominó y de estas cervezas de nieve, me parece a mí que estoy metido entre las estrecheces del aburrimiento, porque el escaso silencio no lo gozo con la libertad que lo gozara si fuera mío, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas por ser socio son ataduras que no dejan campear al ánimo silente. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un rato de silencio sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!

Dicho lo anterior, Julián de Capadocia abandonó el local, dejando a Pascual rascándose la coronilla de las dudas, porque todo aquello le había sonado de algo.

.