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Muy contento se sintió Julián de Capadocia cuando descubrió que el tubo de cartón que había encontrado en el contenedor de papel de su calle, emitía el sonido justo que había estado buscando para sus sesiones de meditación, un largo y grave "¡ooouuuuummmmm!" que se extendía sin fluctuaciones durante toda la espiración. Era lo adecuado, porque el inspirar por la nariz lo llevaba bien, pero espirar por la boca, como indicaban los gurús, no tanto. El mínimo sonido del aire al salir entre los labios, lo distraía, y encima, parecía alterarle la presión sanguínea, subiéndola.
"Meditar no es más que tomar conciencia de la respiración", le decía a la Juaqui, mujer poco amiga de ilusionismos. "Meditar es no hacer nada. Silenciar la conciencia. Hacer que el Yo que me lleva hasta el interior del armario empotrado, se marche, se esfume cuando cierra la puerta". Así es. Como ya hemos anotado en alguna ocasión, el escenario preferido de Julián de Capadocia para meditar es un pequeño armario empotrado que tiene la Juaqui en un dormitorio, porque en su domicilio, el sonido del tubo provoca lastimosas lamentaciones en Zaratustra, su perrazo negro. Allí dentro, en la estrechez de féretro del armario, Julián adopta la posición orante de un musulmán e intenta, hasta conseguirlo, evadirse de ser. En una ocasión, y ya con el tubo de cartón en pleno uso, llegó a prolongar su sesión meditativa más allá de nueve horas. "Es cierto", nos ha confesado la Juaqui, "y puedo asegurar que no se quedó dormido porque no lo escuché roncar ni una sola vez. A mí me encanta saberlo allí encerrado, porque entre otras cosas, me deja ver la tele y enterarme de las cosas de Leticia Sabater o del hijo de la Pantoja. Con ellos, sí que me evado yo de mi yo sin tener que soplar por un tubo".
"Meditar es desaparecer", prosigue Julián, "volver a ese estado en que el hombre aún no tiene Yo, algo que según los sabios, se instala en nosotros para siempre a partir de los tres años. Ser solo respiración. Inspirar y espirar olvidando toda acción. De hecho, meditar no debería ser un verbo, no es un acto". Tras explicar todo esto a la Juaqui, Julián de Capadocia se mete en el ropero con su tubo y a los pocos minutos, ya se escucha desde la salita el hondo "¡ooouuuuummmmm!".
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