miércoles, abril 10, 2024

Así lloró Zaratustra

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Laboriosamente, ayudado de su bastón, Zaratustra subió de nuevo el camino y requirió la presencia de Ahura Mazda entonando el Canto de Llamada acompañándose del sistro:

—¡Oh, Uno en la Unidad, alabado sea tu Ser en el Ser! ¡Imploro tu ayuda! 

Momentos después, un viento súbito agitó las ramas de los sicomoros haciendo huir a los pájaros. Un punto en el cielo apareció sobre el Montículo de los Guijarros y se corporeizó en el Águila Sagrada que cabalga el Uno. Brillaba como el oro su barba rizada.

—Aquí me tienes, Zaratustra. Mueve tu lengua.

—Tuve anoche un sueño, Señor de la Altura. Yo caminaba sobre las aguas del lago de Uruk acompañado de una mujer. Una mujer bella como el sol cuyo cuerpo desnudo solo al marfil y al nácar pudieran compararse. Sin decir nada, aquella mujer me ofreció una copa de un vino que escanció de una jarra de barro humilde. Lo rechacé diciendo que el vino nubla el entendimiento. Entonces, la mujer se metamorfoseó en una serpiente que arrollándose a mi cuerpo hacía por asfixiarme. Desperté alterado. ¿Qué puede significar mi sueño, Sabedor de Lo Todo? 

—A veces los sueños son tan confusos como la confusión del vino, pero el tuyo es claro. La mujer es tu alma, Zaratustra, y el lago por el que camináis es tu carne mortal.

—¿Y el vino?

—¿El vino? ¡Po tríncame el pepino!

Y dicho esto, Ahura Mazda emprendió el vuelo sobre el Águila Sagrada de las amplias alas, no sin dejar tras él un rastro de carcajadas.

Así lloró Zaratustra.


miércoles, abril 03, 2024

Mi amigo Witt

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Seguramente no os lo vais a creer, pero debo confesaros que yo cultivé cierta amistad con Wittgenstein (en otra vida, claro). Era un tipo adusto, malajón y no le gustaba nada que en la conversación se empleara la ironía. Me llamaba Sapp, pronunciando con fuerza la pe final. Yo lo llamaba Witt. Nos entendíamos bien, ya que él hablaba el español con mucha perfección, aunque con un marcado acento gallego, cuestión que nunca me aclaró.

Era además, tacaño, muy tacaño. Hay que ver, con la de pasta que tiene tu familia y lo poco que te gastas, joder, que no me has invitado ni a una cervecita, le decía yo. Entonces me contaba lo de su renuncia a la herencia familiar. Pues haberte quedado con un poquito de parné, mamón, que eres de la Virgen del Puño, le respondía.

Un día me llevó a conocer a su mentor, a Bertrand Russell. A éste también había que echarle de comer aparte. Un estirado, un clasista británico. Con su pipa y su camisa de cuello alto, que parecía la de Mortadelo. Cuando lo vi en persona me recordó a una de esas marionetas de Guardianes del Espacio o del Capitán Escarlata. Os acordáis, ¿no?. Bueno, seguro que mi legión de lectores jóvenes no sabe de qué hablo.

Lo curioso es que en esa reunión a la que asistí, Witt y Russell apenas hablaron. Russell se levantaba de vez en cuando de su sillón orejero y se servía una copa de jerez. Ni ofrecía. Otro sieso tacaño. Total, que nos fuimos tan en silencio como llegamos. A las pocas yardas de caminar juntos, Witt se despidió de mí. Pero antes, y con su curioso acento gallego me hizo el regalo de un aforismo exclusivo: Yo soy él como tú eres él como tú eres yo y estamos todos juntos

No lo vi más. Bueno, miento; en otra vida me crucé con él en la calle de la Morsa (iba el hombre pensando en las musarañas con un cuaderno marrón en las manos). Lo mismo se hizo el sueco.

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