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Desde que tiene conciencia consciente de ser, Julián de Capadocia no recuerda ni un solo 31 de diciembre que no sea presa de una profunda congoja; una desazón que va en aumento conforme se acerca el instante de las campanadas y las uvas, una tradición a la que permanece fiel a pesar de lo racionalmente insostenible que le resulta; pero, ¿no es acaso lo irracional el cimiento de toda tradición? En cualquier caso, la congoja que siente Julián, que es complementaria a la que experimenta cuando media hora antes decide salir al balcón y mirar al cielo y recibir su respuesta de soledad cósmica, no es óbice, obstáculo, valladar ni cortapisa, para sentir al mismo tiempo un deseo (¡él, a quien tan absurdo parece el concepto de deseo!) de felicidad y fraternidad humanas para el año venidero.
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