Raclette: Jugar a los cacharritos
Hace unos días recibimos en casa alborozados el regalo de una raclette por parte de
nuestros queridos primos de Alemania. ¿Y qué es eso?, preguntará el ignorante
lector que no siendo cliente del Lidl, pasee ahora mismo sus ojazos por estos renglones. Pues verá, yo se lo explico, dama o caballero: Una raclette
es tanto un artefacto de origen suizo como el nombre de un tipo de queso
también suizo, un aparato a medio camino entre la fondue helvética y la plancha
de toa la vida. (¿Es Ud. suizo? No, yo no soy su-izo, soy mi-izo).
Como
digo, el aparato tiene su origen en el país donde se ideó el reloj de cuco y la navaja multiusos, pero su popularidad se ha extendido tanto por Alemania que son muchos germanos los que
creen suya tal invención, siendo así, que desde unas décadas a esta parte, la
cena habitual de Nochevieja en muchos hogares tedescos se ha institucionalizado
en torno a una raclette y a su singular modo de preparar y fagocitar los alimentos.
Sin
enredarme ahora en una lección de historia de la gastronomía que nos lleve a
los valles y montañas donde habitaron Heidi y su abuelito, pasaré sin dilación a
explicar el manejo de la raclette moderna y en cómo debemos comportarnos cuando
nos inviten a cenar con ella de por medio.
Como adelanté, el aparato cocinador consiste
básicamente en una resistencia que calienta una plancha en la parte superior y
una zona de “fundición quesera” en la inferior (fig. 1). La raclette es eléctrica y se
dispone en el centro de la mesa, por lo que debemos tener prevista una cercana
toma de corriente. Los comensales, sentados o de pie o a la pata coja, que hay
gente muy rara, se dispondrán en torno a ella y cada uno gozará para su uso
particular —aparte de plato y cubiertos— de una sartencilla especial y una
espátula de madera para raclettear (o sea, rascar) (fig. 2).
El
modus operandi consiste en un sencillo “hágaselo Ud. mismo” o como hubiera
dicho el Mahatma Gandhi, “que cada perro se lama su cipote”. Quiero decir que
una vez dispuestos los alimentos alrededor del cacharro (fig. 3), cada comensal
se servirá en su sartencilla lo que le venga en gana con mayor o menor fortuna
en la combinación de texturas y sabores, lo cubrirá con una loncha de
queso, colocará esta sartén de la
Señorita Pepis bajo la plancha, esperará a que el queso funda y de ahí al plato
y luego a la boca.
En
efecto, el queso indicado para la raclette es el también llamado… raclette. Un
queso muy aromático y suave hecho con leche de vaca. El de la imagen (fig. 4) lo
encontré en la charcutería del hiper Alcampo (no llegó a 6 pavos el medio kilo)
y solicité de la amable dependienta que me lo cortase en lonchas finas. Así lo
hizo hasta que, dada su forma triangular, empezaron a sangrarle las puntas de
los dedos a la pobre. La marca adquirida fue “Pere Eugene” —sírvanse de poner
Uds. los acentos—, acreditado fabricante de quesos helbético (lo escribo con B
porque parece que el tal Tío Eugenio era seguidor der Beti güeno).
En este
mi primer experimento, y para ahorrar cacharrerío que puede llegar a ser
infinito, agrupé las viandas en unos pocos platos, siendo el primero el del
dichoso queso. Luego, dispuse cebolletas, calabacines y champiñones (fig. 5).
En otro, espárragos verdes, tomates cherry y patatas churry (fig. 6). En el de
más allá, chistorras troceadas y carne de cerdo ibérico cortada en finas tiras
(fig. 7).
Finalmente, también presenté unas anchoas (fig. 8) y pan cortado en finas
rebanadas. Como digo, las combinaciones y la inclusión de otros elementos (por
ejemplo, piña o gambas) se supedita a la imaginación y gusto de cada uno.
Encendido
el aparato, lubricaremos con un poco de aceite de oliva la superficie de la
plancha y cada cual irá depositando en ella lo que crea conveniente, principalmente,
claro está, la carne. A la espera de que lo dispuesto se vayan cocinando (fig. 9),
charlaremos alegremente (aunque advierto que la charla se basa en un patrón
repetido: “Pásame esto, pásame aquello, ¿esto es tuyo?, ¿me pasas la sal?, ¿Y
pimienta, no habéis traído la pimienta?”, etc). Acto seguido, pondremos lo
cocinado en las sartencillas, cubriremos con queso y esperaremos que funda en
el piso de abajo a la vez que vamos preparando la siguiente combinación, ¿me
siguen? En nuestro caso fuimos 4 los manducantes y dado que disponíamos de 8
sartenes, pudimos apañarnos la mar de bien a un ritmo incesante, pero que a poco
que uno se descuide, llega a estresar.
De
todas las combinaciones que ensayé, me quedo sin duda con lo que he bautizado
como “Bocadito arracletado del Tío Sap”, esto es: Se coloca una rebanada fina
de pan —previamente tostada en la plancha—, sobre ella y con el aditamento de
una rodajilla de champiñón como colchón, hacemos dormir un ‘ménage à trois’ de
anchoas que cubriremos decentemente con un pimiento del piquillo a modo de
manta. Ocultando el conjunto, la susodicha sábana de queso y p’adentro. Un par
de minutos bastan para que el calor haga de todo un todo con resultados para el
paladar ciertamente brillantes (fig. 10).
Sin
duda la experiencia resultó ser muy interesante y divertida (era un poco como jugar
a la cocinita de Pin y Pon) aunque, a
riesgo de que los ortodoxos me salten a la yugular, me gustaría repetirla, pero
esta vez a cielo abierto durante una noche veraniega, suave y tranquila, como
las que por ejemplo, se dan en Karlsruhe en el mes de agosto y teniendo como
acompañantes a los primos que nos regalaron tan singular aparato. Según me comentan, tan fuera de fecha, el escándalo y pitorreo por parte de los vecinos parece estar garantizado.
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