.
29
Desde que Julián de Capadocia le enseñó los rudimentos del ajedrez, la Juaqui no pierde un momento en proponerle una partida tras el eventual refriegue de vientres a que ambos se someten los últimos jueves de cada mes. La Juaqui le ha cogido el tranquillo al juego y hasta ha instalado en su móvil una aplicación para jugar aleatoriamente con desconocidos, algo que enfada mucho a Julián, que tiene en el ajedrez un casi sagrado remedo del Universo y que, por lo tanto, necesita tocar piezas y tablero para sublimar la metáfora, algo, por otra parte, que representa un engorro, pues engorro es jugar al ajedrez compartiendo una cama (un ajedrez de piezas muy inestables de plástico hueco que compró la Juaqui en una tienda de chinos).
Julián no es buen jugador, algo que demuestra el que quedara vigésimo quinto (el vigésimo sexto y último fue el que era conocido como Manolito el Empanao) en un campeonato organizado entre empleados de Telefónica de distintos departamentos; así que es frecuente que la Juaqui le gane, lo que produce en la mujer un alborozo que la lleva a dar botes en la cama y a dispersar las piezas por encima de las mantas. Julián entonces, le da la espalda y se acurruca, no tanto molesto por haber perdido sino por la frivolidad con que la Juaqui se toma los lances del juego y por su pueril alegría al vencer.
—Eres antipático y un mal perdedor —le dice la Juaqui cruzada de brazos tras el episodio de entusiasmo cuando lo ve enrollado en la sábana como una momia egipcia.
—Nada de eso. Pienso en otra cosa. —responde Julián.
—Seguro que piensas pamplinas. Yo siempre pienso que los marcianos deben jugar muy bien al ajedrez —la Juaqui, como de costumbre, desvía cualquier tema a su interés favorito: los marcianos y los ovnis— ¿Tú no crees que los marcianos conocen el ajedrez?
—Y yo qué sé —responde desabrido Julián con un hilo de voz, porque a pesar de todo, perder lo amosca y el ajedrez lo atormenta, ya que lo sume en el escepticismo, un lugar donde no quiere estar. "Pitágoras tenía razón", murmura para él solo, pues la Juaqui se levanta para preparar una merienda. "El Origen y el Todo es el Número, las Matemáticas su lengua y el ajedrez su evidencia. Así que, por fuerza, debe haber un último número como hay un número limitado de combinaciones en el juego, porque limitados son los elementos existentes". Entonces, Julián de Capadocia se amodorra y cae en un ligero sueño, pensando en ese último número, que debe ser donde estén contenidas todas las cosas, el arjé, el alfa y omega, mientras escucha cómo desde la cocina, la Juaqui tararea alguna canción de Camela, su grupo preferido.
.