jueves, abril 29, 2021

Kratos Morretöl, "El bosquecillo de Bröte" (1913)

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"En sentido contrario al que acerca al caminante a la villa de Flochiz, el atajo que conduce a la vecina Bröte, cruza el bosquecillo de robles que debía atravesar Kratos Morretöl para llegar a la llamada Casona del Obispo, donde impartía clases de dibujo a las hijas del notario Huxpe, unas trillizas que respondían a los nombres de Sepi, Sipi y Sopi, veinteañeras pizpiretas que, en cuanto se relajaba la vigilancia a que las tenía sometidas su mamá, no dejaban de cometer travesuras, víctima de las cuales no era otro que el tímido Kratos. Sea por esta coincidencia en sus nombres que, hasta no hace mucho, ni los más viejos del lugar sabían aclarar a cuál de ellas correspondía la S inicial con que se acompañó la K de Kratos en todos los corazones atravesados por flechas que aparecieron grabados en los troncos de los árboles y que todavía pueden admirar los turistas aficionados al arte. En todo caso, las nuevas investigaciones que se iniciaron en el Departamento de Grafología de la Universidad de Vullinas, han arrojado luz sobre el asunto, determinando que la misteriosa S pertenecía en realidad a Sapi, madre de las muchachitas y esposa del notario..."

(Alejandro Ulloa, "De pintores y de sus pinturerías").

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martes, abril 27, 2021

Retorno

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Retorno

    Emilia y Fermín se conocieron en la Escuela de Ciegos y juntos aprendieron braille y a manejarse por las calles con el bastón telescópico. Por motivos distintos, la ceguera se había manifestado en ambos durante su madurez. Lo cierto es que se enamoraron y tras acabar su preparación, la ONCE les concedió, cercanos el uno del otro, dos puntos de venta de cupones. Emilia se situaba en el acceso a un Mercadona, mientras que Fermín lo hacía en la entrada de una macro perfumería. Eran muy queridos por el vecindario. Les iba muy bien. Al año siguiente, se casaron, compraron una vivienda y en vez de hijos, tuvieron dos perros lazarillos, Óscar y Maif. La vida les sonreía a pesar de todo.

  Pocos años después, alguien les habló de la nueva técnica quirúrgica que el doctor Grijander practicaba en la clínica oftalmológica Gromenagüer en Austria. Empalmando el nervio óptico con el nervio del seno intercerebral opuesto, el doctor conseguía devolver la vista a muchos ciegos. Emilia y Fermín rescataron todos sus ahorros del banco y se sufragaron las dos operaciones. Fueron un éxito. Subidos en la noria del Prater de Viena, Emilia y Fermín se quitaron las vendas de los ojos, se vieron las caras por primera vez y... se enamoraron aún más, a pesar de la notoria fealdad de los dos.

    El caso es que, a su vuelta, la ONCE, ante lo evidente de verlos de nuevo videntes y por tanto, ajenos a su labor en la venta de cupones, los despidió e incluso les confiscó los perros para cederlos a otros ciegos necesitados. Fue un drama, porque a Emilia y Fermín el desempleo les llegó a una edad complicada. Hacía poco que ambos habían rebasado con mucho la cincuentena. Lo pasaron mal. Tras agotar los subsidios y el poco dinero que les había quedado tras las intervenciones, la pobreza se manifestó en su casa con acritud y hasta el amor se resintió.

    Así que cuando la situación se hizo insostenible, decidieron arrostrar la desgracia con un acto heroico. Una tarde de domingo, tras la merienda-cena y utilizando un cuchillo puntiagudo, se perforaron mutuamente los globos oculares como quien pincha aceitunas con un palillo de dientes. En unos segundos, habían regresado a su pasada condición de ciegos. Llamaron a una ambulancia. En poco tiempo se restablecieron de las heridas y la ONCE, al tramitar sus solicitudes de empleo, comprobó que todo estaba en orden y los readmitió en la organización. Les surtieron de nuevos bastones, recuperaron sus antiguos puntos de venta y hasta les devolvieron a Óscar y Maif. El vecindario les recibió con cariño. Ni que decir tiene que Emilia y Fermín volvieron a ser felices.

(De "Parábolas y garambainas", Julián de Capadocia)

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martes, abril 13, 2021

Kratos Morretöl, "Anochecer en el mar de Prazdi" (1911)

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"Toda vez que era originario de las tierras de interior, el mar siempre ejerció en Kratos Morretöl un atractivo cercano a la fascinación; tanto es así, que siempre que tuvo ocasión, dedicó buena parte de su obra a plasmar el eterno vaivén de las olas, la fuerza devastadora del temporal y la plasticidad cromática de los amaneceres y los ocasos, como ocurrió durante el viaje de estudios a la costa de Prazdi que realizó junto a su amigo Petron Alôrsh, becado como él por el Departamento Nacional de Artes. De aquellos días —"seguramente, los más felices de mi vida", como declaró Kratos muchos años más tarde en su autobiografía—, aparte de un buen número de obras, el artista guardó el recuerdo de un puñado de sabrosas anécdotas, como la del día en que fueron engañados por unos pescadores de Jorgän, que haciendo gala del carácter bromista de las gentes del lugar, les hicieron internarse en una zona del mar infestada de medusas, a consecuencia de lo cual, Petron perdió para siempre buena parte de la sensibilidad de una pierna, dada la cantidad de dolorosas picaduras que recibió. En el cuadro de hoy, el espectador atento podrá adivinar dos figuras de bañistas a la derecha de la obra. No son otros que los dos amigos disfrutando de un baño bajo la última luz solar, días antes, claro está, del encuentro con las medusas..."

(Alejandro Ulloa, "De pintores y de sus pinturerías")

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