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Son muchas las anécdotas que los compañeros peñistas de Julián de Capadocia pueden contar acerca de las rarezas que lo convierten en una persona excéntrica, como pueden ser, por ejemplo, que no beba más que tinto con sifón o que use calcetines desparejados. Algunas de las lenguas más afiladas, lo achacan a la tacañería, algo que ha encocorado más de la cuenta a Julián cada vez que tal rumor ha llegado a sus oídos. "¡Yo no soy tacaño!" —protesta enérgicamente el hombre— "¡A un tacaño le gusta el dinero, y a mí el dinero me importa un pimiento como bien sabéis. Y los objetos, mucho menos!"
Habrá que darle la razón a Julián, que conoció la ruina económica cuando hubo de afrontar los onerosos gastos que supusieron, primero, la enfermedad de su mujer y, segundo, los internamientos en diversos sanatorios de su hijo Diógenes. Con todo, Charo, su esposa, la que al final falleció víctima de un mal ante el que la ciencia se mostraba impotente, nunca dejó de insinuarle el cuánto le gustaría pasar una semanita en Benidorm o en Palma de Mallorca o en alguno de esos destinos exóticos que tan de moda se pusieron cuando ella aún se veía con salud: la Rivera Maya o Punta Cana. "Mira Charo" —nos contó Esmeralda, la compañera sentimental de su hija Charito, que le decía Julián— "El mejor negocio es ser pobre, no tener nada, no desear nada, no esperar nada. La posesión, el deseo y la esperanza no son sino rémoras para todo aquel que, como yo, aspire a la sabiduría". Al escuchar estas palabras, la pobre mujer, que no aspiraba a la sabiduría, sino a un poco de felicidad, se resignaba, pero no sin antes dejar escapar un suspiro con el que deshacía sus imaginaciones de playas caribeñas.
"De todas formas —nos siguió comunicando Esmeralda—, Julián, al que tanto aprecio, tiene manías que vienen a demostrar su creciente rechazo por todo lo material. Eso de los calcetines desparejados de lo que tanto se burlan sus amigotes de la peña, tiene una explicación, y es que en cuanto a Julián se le hace un agujero en alguno de ellos y toca volvérselo a poner tras la colada, gira el calcetín en torno al pie, apareciendo entonces el agujero en el empeine... Con toda probabilidad, otro agujero aparecerá tras cierto uso bajo el dedo gordo, por lo que, en el siguiente turno de puesta, girará el calcetín un cuarto de vuelta, teniendo entonces un agujero a cada lado del pie... Sucesivamente, aparecerán un tercero y un cuarto agujeros, que es cuando ya Julián se decide a convertirlo en trapo para limpiarse las gafas. Es por esa causa; o sea, el que los calcetines sean originalmente de diversa calidad y, por tanto, muestren mayor o menor resistencia a ser agujereados, que los lleva siempre desparejos. Así, no es de extrañar, que aún use dos calcetines huérfanos del lote que le regalé hace cinco años, como felicitación por haber ganado aquel concurso de poesía".
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