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Ya desde primera hora de la mañana, Julián de Capadocia venía siendo presa de una rara agitación. Claro que sabía que era 24 de diciembre y que esa noche, su hijo Diógenes y su esposa, Mariloli, vendrían a casa a cenar con él; pero esa circunstancia no le preocupaba, le dejaba indiferente, la comezón interna que sentía era de otra naturaleza. Había accedido al encuentro porque ellos se encargarían de todo lo relativo a la cena y resto de zarandajas, ¡faltaría más! Bah, se trataría de un rato protocolario como el de cada año, y luego, cada mochuelo a su olivo. El caso es que no había caído en que Mariloli se encontraba "fuera de cuentas", como dicen los expertos en embarazos, una expresión que él ya había olvidado del todo.
No fue hasta cerca de las nueve de la noche, poco antes de la emisión del mensaje navideño de Su Majestad, que a Julián, hombre de hondas convicciones republicanas, le resultaba uno de los mejores momentos humorísticos del año y no se lo perdía, cuando recibió la llamada de Diógenes. La voz sonaba muy alterada: "Papá, ven tú a nuestra casa; Mariloli se ha puesto de parto y no te puedes imaginar la que se ha liado aquí". No se lo pensó dos veces Julián, y echándose por encima el abrigo heredado de un amigo muerto, se dirigió al domicilio de su hijo, situado apenas a dos manzanas más allá de su edificio, seguido de su perrazo, el fiel Zaratustra. Lo cierto es que en el camino se sorprendió de su propia celeridad, ¿qué era aquello; a qué tanto desasosiego; para qué las lecciones del estoico Zenón cuando había que ponerlas en práctica?
Cuando llegó y accedió al portal del bloque sin tener que llamar al portero electrónico porque la puerta estaba abierta, se encontró con un nutrido grupo de gente reunida bajo el hueco de la escalera entre los que distinguió a un repartidor de pizzas con trabajo atrasado, al señor de mantenimiento, a su esposa y a otro esforzado repartidor, pero de Amazon; a un matrimonio de ancianos, a Purita la Anaconda (una travesti del 5º D) y a tres vecinos de un piso patera de la segunda planta: un moro, un chino y un negro, que regresaban medio beodos (el chino y el negro) del Burger King y aún llevaban puestas en la cabeza unas coronas de cartón. El guirigay era extraordinario, y a todo esto, Zaratustra se había colado también en el portal oliendo el rastro de una perra en celo. A Julián de Capadocia le costó no poco esfuerzo abrirse paso entre el gentío, hasta que por fin llegó donde estaba situado su hijo:
"No nos dio tiempo ni de llegar al coche. Mariloli rompió aguas en el ascensor", dijo un Diógenes con propiedad de padre primerizo y todavía alterado por la emoción. Los móviles de los asistentes que grababan la escena, hacían del portal "un ascua de luz". Tendida en el suelo, entre unos cojines que habían traído los vecinos y asistida por una doctora y una enfermera del servicio de urgencias, Mariloli sostenía en el rebujo de una sábana de la Seguridad Social un trozo de carne trémula que era su hija recién nacida y que berreaba con energía inaudita. "La llamaremos Eva, papá".
"Tal vez era esto la clave de todo", pensó Julián cuando la vio en el regazo de su madre, manchada de sangre y líquidos pegajosos, entre Zaratustra jadeante y la perra que había puesto el culo en la pared. "Con esta Eva, nacen de nuevo todos los hombres y mujeres que fueron. Con ella y en ella, se crea otra vez el mundo, la Humanidad al completo". Entonces se acercó a su nieta, le apartó un poco la sábana de la cabecilla, y la besó en la frente.
—¡Ya nada más hace falta un ángel encima del portal para armar el Belén! —dijo uno de los congregados entre las risas de todos.
—¡Yo tengo ese ángel, y además es un ángel de verdad! —dijo el repartidor de pizzas, muchacho muy alto, que con el móvil en la mano, alzó el brazo y puso a reproducir para todos en la pantalla, este pequeño vídeo:
https://www.youtube.com/watch?v=2OUnuE8lATs&ab_channel=SpotsIllustrated
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1 comentario:
Pues vaya lío en que se vio envuelto Julián de Capadocia. Digno de los Hermanos Marx.
Me ha gustado mucho este relato.
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