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No deja de tener Julián de Capadocia un fondo de coquetería, pues a pesar de lo austero de su vestimenta, siempre encuentra un pequeño placer cuando estrena alguna de las camisetas que le regala su amigo Rafalón, uno de los socios de "Multimarca Raylu", un taller de coches especializado en chapa y pintura. Cuando toca, así se presenta en la peña y, mal que bien, acepta las bromas de Pascual, el camarero. "¡Viene usted hecho un pincel con esa camiseta, señor Julián!", le dice, lo que provoca que se esponje un poco, como un palomo buchón. Pasado el trámite, Julián de Capadocia, ya ante su tinto con sifón, vuelve a sus intereses:
—Pensaba yo la otra noche que lo que no deja de ser confortable es tener la certeza de que todos y todo formamos parte del mismo mallazo, Pascual. Que, en el fondo, tú y yo, no somos más que un par de rábanos con consciencia.
—Hombre, señor Julián, un par de rábanos... Está lo del hálito divino...
—¡Qué hálito ni qué demonios! El Hombre no tiene hálito alguno; como mucho, lo que tiene es halitosis.
Por fortuna, en este punto, la conversación se interrumpe. Hay días en que Pascual no tiene demasiadas ganas de cháchara y Julián de Capadocia, no ayuda.
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