miércoles, agosto 05, 2020

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 13

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Son varias las fechas que, de manera infructuosa, se han barajado hasta ahora para fijar el momento en que Julián de Capadocia pronunció su famoso discurso conocido como "el sermón de la Peña" (llamado así, no porque lo expusiera desde alguna elevación natural del terreno, sino porque lo hizo subido a una silla en la Peña Deportivo-Cultural de la que es socio).

Sin entrar ahora en detalles, nos limitaremos a consignar que entre los ruidos que producían los jugadores de dominó de una mesa, con profusión de gritos, juramentos destemplados y fichazos sobre el mármol, se escuchó la voz de uno de los participantes, que enfadado por no ganar una sola partida en toda la mañana, preguntó al aire: "¿Pero qué sentido tiene la vida?", momento que aprovechó Julián para, como decimos, encaramarse a una silla, elevar el brazo derecho y con el índice extendido, pronunciar las primeras y célebres palabras de su sermón, aquellas que fueron: "La vida no tiene sentido alguno, es por completo absurda, señor mío", lo que provocó que los jugadores de dominó guardaran embobado silencio y que Zaratustra, el fiel perrazo de Julián, se tendiera a sus pies, dispuesto a continuar su siesta perpetua.

"La vida no tiene sentido alguno, es por completo absurda, señor mío. Somos nosotros, en último caso, los que debemos darle sentido. ¿Cómo? Pues entiendo que completando diversas etapas; la primera de las cuales, podría ser ir descargando de piedras esa mochila que llevamos a la espalda y que nos colocaron a poco de nacer. Carga onerosísima formada por piedras de diverso tamaño y peso que hemos ido acumulando durante años: prejuicios, información interesada, deseos, miedos, bulos... Solo librándonos de ellas, podremos transitar por la vida con el objetivo de darle el sentido que perseguimos, que no es otro que gozar de la belleza, tanto la natural como la producida por el hombre, aprender de todas las disciplinas, y procurar que el queso y el vino, de todo poquito, pero de todo bueno, lo compartamos con uno o varios amigos y con la persona amada. Llegados a este estado, poco nos costará alcanzar el objetivo final: darnos a los demás, aliviar los sufrimientos de los que sufren y, si es posible, aspirar a la santidad laica, cuando no al misticismo. Este es el sentido de la vida, señores. Un sentido, que podemos resumir en un sencillo precepto: amaos los unos a los otros".

Cuenta Pascual, el camarero de la Peña, que en cuanto acabó el sermón, cayó en la cuenta de que el vino Don Simón, con que, a escondidas, rellenaba las botellas de tinto del Mercadona mientras Julián de Capadocia peroraba, se había convertido en un gran reserva de Ribera del Duero.
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