lunes, agosto 17, 2020

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 14

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14

Julián de Capadocia, qué duda cabe, resulta muy temible para muchas personas en cuanto, por ejemplo, saca de su Pera alguno de sus "objetos de meditación" con la intención de entablar un diálogo con cualquier prójimo que se le ponga a tiro. Otras personas, en cambio, encuentran muy agradable su compañía. Es lo que le sucedió a Teófilo Migrañas cuando coincidió con Julián en la consulta del veterinario. Ambos, Teófilo y Julián, llevaban a sus respectivos perros a que los examinaran, aquejados los dos de diversas patologías. A Zaratustra, el mestizo de labrador de Julián, le habían salido unos orzuelos supurantes; Piticlín, el chihuahua de Teófilo, sufría de hemorroides y convulsiones.

—Hay que ver, don Julián, lo distintos que son nuestros chuchos en tamaño, carácter, color, raza... y, sin embargo, a los dos los llamamos perros.

—Así es, amigo Teófilo. Nuestro mundo sensible, sujeto a toda clase de cambios, admite tal paradoja; pero en el mundo ideal, todos los perros responden a la idea de perro, que, aparte de perfecta, es inamovible. En ese mundo, todo es estático y como digo, perfecto.

A estas alturas de la conversación, varios propietarios de mascotas que también se encontraban en la consulta, cambiaron rápidamente de asientos, agolpándose en un rincón de la sala de espera como en un refugio atómico.

—Y lo mismo que sucede con los perros, sucede con todo —continuó Julián—. Con los árboles, los muebles-bar, los triángulos, el amor, la amistad...

Ay, sí; qué bonitos el amor y la amistad, don Julián, ¿hay algo más bello, más grande? —dijo, soñador, Teófilo, a la vez que acercaba una golosina al hociquillo de Piticlín. —Ahí sí que existe una correspondencia exacta entre lo sensible y lo ideal, ¿no es cierto? (dicho lo cual, emitió un tierno suspirito).

¡Cómo que "correspondencia exacta", señor mío! —llegado a este punto, Julián de Capadocia se sulfuró, porque se sulfura mucho cuando alguien se desvía del camino que pretende mostrarle—. ¡Eso es exactamente lo más terrible de la vida, señor Teófilo, el que no haya correspondencia alguna!... Saber que el amor eterno en todas sus manifestaciones puede ser perecedero y que la amistad, por muy íntima y prolongada en el tiempo que sea, siempre puede romperse por cualquier fruslería, hace de este mundo, un mundo ingrato. ¡Esa posibilidad lo derrumba todo!, ¡todo! ¿Es que no lo entiende? ¿Qué nos queda, a qué podemos asirnos cuando asumimos esta certeza? No nos queda nada porque nada puede quedar en esta transitoriedad en la que vivimos sumidos...

Una llamada, surgida del altavoz, vino en ayuda del contertulio de Julián de Capadocia:

"Señor Migrañas, ya puede pasar a consulta con Piticlín"

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