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Ha sido producto del azar el que nuestras investigaciones nos hayan llevado hasta D. Ricardo Albito del Socorro, la persona que, por fin, nos ha desvelado el origen del Capadocia con que, a manera de apodo, nuestro biografiado es conocido en su entorno e incluso ha firmado sus trabajos. Puestos en contacto con el cordial sr. Albito, nos lo narró así en conversación telefónica mantenida durante la pasada Fase 2 del Estado de Alarma:
"En efecto, coincidí con Julián en el instituto de nuestro pueblo, Vitigudino, en la provincia de Salamanca, recién inaugurado por entonces... Sí, sí, el instituto Ramos del Manzano. Lo inauguraron en 1971... Allí compartimos aula hasta 2ª de BUP, pues tras ese curso, la familia de Julián se marchó no sé a dónde, si a Madrid o a la parte de Levante. El padre estaba relacionado con el negocio del vino, creo recordar... No, hasta entrar en el instituto no lo conocí, no vivíamos cerca; fíjese que Julián vivía en la calle Caño y yo en la calle Amparo... Sí, allí en el instituto tuvimos de profesor de Lengua y Literatura a don Fulgencio, un lagumán que nos hacía leer por trimestre alguna novelita selecta de la literatura española. Así fue que, cuando leímos la de Galdós, "El doctor Centeno", descubrimos que el perro de la pensión donde se alojaba el protagonista se llamaba nada menos que Julián de Capadocia. Esto produjo mucho pitorreo y no hizo falta mucho esfuerzo para adjudicarle el mote a Julián Ruiz Bechamel, nuestro compañero... No, él no era nada popular ni apreciado, siempre andaba por ahí solo, ensimismado en sus cosas. Un grupito de la clase incluso lo maltrataba mucho. De hecho, fueron los que le pusieron el mote, claro... Se apoyaba en mí, que era el único que le ayudaba, porque Julián no era muy buen estudiante, ¿sabe? Él estaba siempre con lo suyo, mirando hormigas o mirando nubes, o se pasaba el tiempo de recreo observando en silencio una piedra a la que daba vueltas en la mano... No, no, ni deportes, ni pandillas, ni chicas... Mire, recuerdo que una vez, de camino a casa, me dijo una cosa que entonces me impresionó y en la que todavía pienso; me dijo, dice: "Mira, Richard (a mí me decían Richard), el ser es y la nada no es; por lo tanto, el ser es uno, imperecedero e inengendrado, ¿es que no te das cuenta?" Impresionante, ¿verdad?... Sí, sí, así es; le daban muchos zarrapazos al pobrecito, eran muy abechucos, muy cafres... Entonces, de verdad, ¿sabe usted algo de Julián? ¡Cuánto me gustaría volver a verlo!..."
Conseguida la información que nos interesaba nos vimos obligados a poner freno a la locuacidad de don Ricardo, porque incluso nos llegó a ofrecer buenos precios si visitábamos su negocio de saneamientos y cristalería de la calle... ¿Honda, Fonda, Ronda? Vaya, se nos ha olvidado.
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