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No hace falta consignar que la vida que lleva Julián de Capadocia, a resultas de los onerosos gastos que le supusieron la enfermedad de Charo, su esposa, y el ingreso de Diógenes durante un semestre en un sanatorio mental, es muy austera. Incluso espartana. En todo caso y, humano al fin, Julián de Capadocia se ha permitido algún capricho que otro, y así, tenemos constancia de que en 2003 se compró un acordeón, mientras que en 2010 adquirió unos prismáticos. Ambos objetos incongruentes, de los que se aburrió pronto, le sirvieron para elaborar algunos pensamientos que posteriormente recogió en un opúsculo autoeditado, "Tan cerca, tan lejos" —un ejemplar obra en nuestro poder—, que intentaba vender a los viandantes que se interesaban por su charla. Uno de ellos, uno de estos paseantes a los que captó mientras miraba el escaparate de una zapatería, fue el célebre literato Antonio Muñoz Molina, que quedó estupefacto al escuchar el origen del título de su obrita: "Mire, señor Muñoz, de la misma manera que las manos del músico se acercan y se alejan conforme estira o contrae el fuelle del acordeón, la realidad se contempla cercana o lejana según nos coloquemos los gemelos ante los ojos". El autor ubetense, en cuanto tuvo la plaquette que Julián había extraido de la Pera, soltó su óbolo y marchó meditabundo, sin duda desconcertado.
Este mercadeo ayuda no poco a la exigua paga que como prejubilado de Telefónica, y una vez deducidos los gastos de las deudas contraidas, Julián percibe cada mes. Por lo demás, y como decimos, su vida se desarrolla modestísima en cuanto a hábitos alimenticios y suntuarios. Los llamados "Puntos Limpios" que hay repartidos por la ciudad lo abastecen de ropa, de calzado y aun de libros; y en cuanto a sustento, le resultan suficientes sus tintos con sifón y sus conservas, donde las latas de sardinas en aceite o con tomate, ocupan un lugar preferente. Eso sí, los mejores bocados siempre los reserva para Zaratustra, su fiel perrazo negro. Con él, no escatima ni un céntimo.
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