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La noticia de que pronto sería abuelo, sumió a Julián de Capadocia en el desconcierto teniendo en cuenta que había educado a sus hijos, Charito y Diógenes, en la idea de la antiprocreación asumida tras sus lecturas de Cioran. El malestar generado por esta información no quiso comunicárselo a nadie salvo a Pascual, el camarero de la Peña Deportivo-Cultural de la que es socio. "Mire, señor Julián, déjese de tontás, porque en cuanto tenga a su nieto o nieta en los brazos, se le caerá la baba de gusto". "Sí, ya lo sé; pero esto es una natural consecuencia a posteriori, Pascual. Lo que me molesta es el a priopri, la voluntaria decisión que han tomado mi hijo y su mujer de traer un nuevo humano a este manicomio que orbita alrededor del sol. Es una irresponsabilidad propia de demiurgos caprichosos", contesta Julián de Capadocia dando el primer sorbo a su tinto con sifón y pensando a la vez que esta nueva criatura puesta en el mundo le restará tiempo para atender a su perro Zaratustra y a sus meditaciones. "Esto no es más que una vulgar trampa sentimental", concluye tomando un altramuz del platito que le ha ofrecido Pascual.
A Julián le van perturbando las ideas opuestas que se entrecruzan en su cabeza y apenas concilia el sueño. Tener un nieto en los brazos, como le dice Pascual, va a hacer tambalearse el edificio de sus convicciones, por lo que sopesa en última instancia hasta rechazar su futuro estado. "Pero sería monstruoso repudiarlo. Lo que sí se prueba, sin embargo, es que seguimos adelante como especie a base de coacciones romanticoides. Yo no pedí ser abuelo, en cambio, con la mercancía que ponen en mis brazos o al fondo de una cuna, me callan la boca". Sí; lo está pasando mal Julián de Capadocia porque no gusta de dejarse arrastrar por las circunstancias y porque sabe que, de aquí a poco, deberá corregir por la parte que le toca uno de sus aforismos más categóricos: "¿Qué somos?: una conciencia elaborada en un cerebro. ¿De dónde venimos?: de un azaroso proceso de evolución. ¿Adónde vamos?: a la aniquilación".
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