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EL OBOE
Ayer se presentó la prima Patri en mi casa creyendo que estaba la señora Sapa; pero no, no estaba. La llamamos prima, pero en realidad es una prima segunda de mi mujer. Vive cerca de nosotros con su madre, que es la prima de mi suegra. Total, para no liarnos con los parentescos, que llegó la Patri a mi casa.
--¿Y va a tardar mucho mi prima?
--No creo, tiene que estar al llegar. Ya tiene que haber salido de lo del aerobic.
--Ah, vale, pues la espero entonces.
--¿Qué te apetece, un té, una cocacola?
--Si vas a tomar tú algo sí, si no, no. ¿Un café?
--No, café no sé hacer con la máquina nueva. Té o cocacola. Bueno, o colacao.
--Bueno, pues té.
--Té para la señora.
La Patri es una de esas personas de las que se dice que ha tenido mala suerte en la vida. Ha ido dando tumbos de unos estudios a otros, de un trabajo a otro y hasta los novios le duran muy poco. Tiene cincuenta años largos, pero aparenta muchos menos. No es que sea guapa, pero tiene su atractivo. Yo se lo digo muchas veces con la Sapa delante.
--Hay que ver, Patri, con lo buena que estás todavía y la poca paciencia que tienes con los tíos.
--Bah, los tíos son unos pesados.
--Déjala de tíos, con lo bien que está (dice la Sapa).
Total, que cuando volví con el té, una galletas y una cerveza para mí, me encontré a la Patri como lloriqueando, pugiendo con un pañuelo en la nariz. "Ofú, ya trae ésta otra desgracia", pensé yo.
--¿Qué te pasa Patri? Anda, cuéntame.
Le dí un rato y cuando se tranquilizó y le dio el primer buche al té, empezó a soltarse.
--Po na, Sap, que se lo iba a contar a mi prima; que la semana pasada conocí a un muchacho.
--Anda, no me digas, ¿otro? ¿Y cómo fue eso?
--Po na, que fui con mi amiga Charo, ya sabes, la hija de Pedro, el mecánico, el del taller; pues fuimos las dos a un concierto en la Sala Turina, que nos habían regalado dos entradas en el trabajo a las dos.
Debo decir que la Patri es una gran melómana, aunque sin ningún tipo de formación académica. Pero parece saberlo todo sobre música sinfónica y ópera. Hasta toca muy bien el piano. De oído, claro.
--¿Y de qué era el concierto, Patri?, le pregunté falsamente interesado.
--Bueno, era música de cámara, un cuarteto de cuerda muy bueno, el Ensamble Il Fuoco, ¿los conoces?
--Nop. Ni idea. ¿Y qué tocaron?
--Psch. Eran buenos, pero traían un repertorio muy trillado. Cosas de Vivaldi y de Boccherini. Figúrate.
--¿Estás ya mejor?
--Sí, sí, no te preocupes. Vaya sofocón en un momento.
En esto que llegó la señora Sapa.
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--¡Anda, si está aquí mi prima!, ¿qué haces, niña?
--Mira, que me pasaba y tu marido me ha invitado a un té.
--¿A un té?, ¿este inútil sabe preparar un té? Bueno, ¿qué te cuentas? Ay, déjame que me duche antes, que vengo sudadita.
--No, no, si me tengo que ir. Espérate. Que venía a contaros lo del otro día y ya me voy.
Aquí la Patri la puso al corriente.
--Bueno, ¿y entonces?
--Nada, que seguimos charlando en el descanso que hubo y tal. Él venía solo. Pero de verdad, Sapa, qué hombre. ¡Qué hombre! Un tío guapo, trajeado, alto, fuerte...
(Comunico que la Sapa me miró aquí con su mijita de indisimulado desprecio. Siguió la charla entre primas durante unos minutos).
--Total, que se lo dije a Charo por lo bajini y nos dejó, que ya sabes lo discreta que es Charo para estas cosas. Me quedé sola con él y me dijo de ir a tomar algo.
--¿Cómo dijiste que se llamaba?
--José María. O Josemari.
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--Total, allí en El Cairo picoteando y hablando de música. Le dije que yo tocaba un poco el piano y por si faltaba algo, me dijo que él también era músico ¡y que tocaba en la Orquesta Bética Filarmónica!
--¡Anda, en la Orquesta Bética Filarmónica! (esto lo dije yo) Y qué toca allí, ¿la zambomba?
--¿La zambomba? ¿Pero cómo va a tocar la zambomba? ¡Estás tonto o qué!
--No le eches cuenta al capullo este (la Sapa dixit).
La Patri no capta bien los sarcasmos. El plano irónico tampoco es lo suyo. Me gusta aprovecharme.
--Lo que toca es el oboe. ¿Tú sabes lo que es un oboe?
--Por favor, Patri. Un bello instrumento de viento-madera muy difícil de tocar. ¿No te parece que tiene un sonido nocturno el oboe, Patri?
--¡Ay, pues sí, qué bonito! "El sonido nocturno del oboe".
Confieso que la Patri me tiene por poeta. Por eso, para embromarla, le suelto de vez en cuando cosas así; cosas que la admiran mucho. La Patri es muy ilusa.
******
Y que si patatín y que si patatán.
Y que si patatán y que si patatín.
...
...
...
--Pero, bueno, ¿pero os habéis visto más veces o qué? (Sapa)
--¿Que si nos vimos? ¡Al día siguiente!
--¡Anda, hija qué rápido! Pues cuenta, cuenta.
Entonces noté las perceptibles miradas de incomodidad de Patri y una tosecita de mi mujer. Suficientes señales como para que dijera:
--Bueno, muchachas, os dejo con vuestras cosas. Me voy a la cocina a preparar un bizcocho.
--¿Un bizcocho?... Ah. sí, vete, vete a preparar un bizcocho —dijo mi mujer.
Y así lo hice. Cogí el móvil, me puse los auriculares y me metí en la cocina. Lo que no sabe la Patri es que tengo un micrófono escondido en la lámpara de pie de al lado del sofá donde ella estaba. O sea, que escuché todo lo que hablaron, por lo que me veo en condiciones de transcribirlo aquí para ustedes, para su disfrute.
--Dime, que ya ha cerrado este la puerta. ¿Qué pasó?
--Pues que esa noche, después de estar en El Cairo con el tapeo, me acercó a casa con el coche, que vaya cochazo que tiene. Seguimos hablando de música y de todo un poco ya sabes... De verdad, Sapa, quéeeee guaaapo, quéeee caballeeeero. Imagínate, cincuenta y pocos.
--Ay, quién los cogiera.
--Total, que cuando me dejó en mi portal, se bajó y fue a abrirme la puerta, fíjate tú. Total, que ya no pudimos más y nos liamos, nos besamos... Ay, qué pena, prima, qué pena.
A través del micrófono llegaron a mis auriculares nuevos hipidos de la Patri y la voz de mi mujer intentando calmarla.
******
Las primas seguían habla que te habla mientras yo, para disimular que tenía las antenas puestas, hacía ruido de cacharros en la cocina:
--Un hombre galante, galante, Sapa. Y es calvo, ¿no te dije que es calvo? No me importa.
--¿Y por qué te tiene que importar? ¡Como no tienen morbo los calvos ni na, y no el tontaina ese que está en la cocina, que tiene más pelo que el bidé de la Pantoja...!
--No digas eso, Sapa, pobrecito. Tienes una joya en casa, la que yo quisiera haber tenido con José María. De verdad te digo que yo tenía el presentimiento de que él iba a ser el hombre de mi vida, prima. El definitivo.
--¿Pero que pasó?
--¿Que qué pasó? Pues que el sábado me vino a recoger. Había reservado mesa en el restaurante ese del río, el Abades, ya sabes. Te prometo que yo estaba que iba a por todo. Fíjate tú, que el viernes por la tarde me pasé por el Intimissimi de la Fany y me compré unas cositas. Unas cositas máaaas monas, Sapa... Me las eché en el bolso para estrenarlas después. Decidida del todo, vamos.
--Vaya tela, Patri; tú como siempre, al todo o nada.
--Bueno, total, que me recogió en el coche y hasta me traía unas flores muy discretas y todo. Y allá que nos fuimos y allí nos sentamos y oye, que no faltaba de nada, eh. Yo no sé si ser músico da para tanto o es que a este hombre le entra el dinero por más sitios, pero vamos, que si cigalas de tronco, que si un jamón del bueno, bueno, bueno; luego, una lubina, y luego qué sé yo, prima, todo lo que te diga es poco. Y allí los dos. Y yo tonteando más que él, ¿sabes? Él estaba más cortadillo, la verdad.
--Total, que se dejó ahí un buen billetaje.
--Imagino. Yo te digo que no he comido mejor en mi vida. Y yo mareaíta perdida con el vino y hasta champán y todo que pidió. Del bueno.
--Ay, Patri, qué suerte.
--Total, que cuando terminamos me dice que vayamos a su casa a tomar una copa o un café o lo que yo quiera, ya sabes, y que me quiere enseñar sus discos y darme un conciertito de oboe. Fíjate tú, la hora de la siesta, con el peligro que tiene la hora de la siesta.
--Hombreee, a mí que me dejen de cuentos y de noches porque como echarse una siesta con un tío en condiciones después de una buena comida y una buena bebida no hay na. Y fíjate tú con quién tengo yo que echarme las siestas.
Lajoíaporculo de la Sapa. Mis auriculares funcionaban a la perfección. Por si alguien quiere saberlo, son de marca JLab.
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Yo rabiaba por salir de la cocina, pero no quería interrumpir a Patri en su declaración cuando estaba llegando al momento más íntimo. Esta muchacha es muy rara porque lo mismo te suelta una fresca que se esconde como un caracol. Total, que no sé qué postura puso en el sofá que empecé a escucharla mal, aunque no lo suficiente como para no entenderla:
--...El piso era monísimo, prima. Un apartamento con muy poquitas cosas, eh, de los de poco que limpiar, pero puesto con un gusto que no veas. Hombre, seguro que tu marido diría que la decoración era un poquito gay, eh.
--Eso seguro. Venga, dime... Ay, no, que no me has dicho cómo iba vestido tu José María.
--Ay, es verdad. Mi José María, qué ilusión; pues muy sencillo y muy elegante: con un polo así como de colorcito verde agua, unos pantalones así beis de tela de gabardina, unos mocasines a juego con el polo... Guapísimo, vamos. ¿Y sabes a qué olía?
--No, ¿a qué?
--Pues a Farenheit de Yves Saint Laurent.
--Aaayyyy, qué rico el Farenheit.
--Total, que como yo estaba muertecita de sed y él también, preparó unos gintonics que no veas, no les faltaba un perejil. Total, que no sentamos en el sofá y empezaron los arrumacos. Él muy callao, eh, pero metiendo mano, pero nervioso; yo lo notaba como nervioso. ¡Qué ilusión, Sapa! Y yo pensando en el conjuntito que llevaba en el bolso.
--Pero que eras tú la que mandabas a fin de cuentas, ¿no?
--Sí, eso sí; a este hombre había que guiarlo. Pero vamos, que cuando besaba y apretaba, no veas tú como me lo hacía. Me lo puso to encendío. Yo ya estaba aguaíta. ¡Ay, qué vergüenza, prima! Con los años que tengo y como una niñata, tú.
--Mujer, es natural, total.
--Total, que cuando ya me tenía loca y yo me creía que nos íbamos a liar de verdad, va, me suelta y me dice que me va a tocar un poco el oboe.
--Joder, vaya rollo, ¿no?
--Yo creo que era para poner romántico el ambiente y eso que había puesto un disco de Corelli, que le dije que me gustaba mucho Corelli. Además, lo tenía todo preparado, eh. El oboe en su estuche, que mira que es bonito un oboe, eh...
--Ah, sí, Patri. Eso es como un clarinete, ¿no?, un pito largo de esos, ¿no?
--Sí, parecido; pero qué bruta eres. Un pito largo. El oboe es muy delicado y muy caro, debió.....crshcrshcrshcrshcrshcrshcrshcrshcrshcrshcrshcrsh
Aquí la transmisión se interrumpió un momento. Deduje que la Patri había puesto la cara en un cojín del sofá y estaba gimoteando de nuevo.
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Alarmado por si la transmisión se cortaba cuando la charla llegaba a lo más sabroso, salí de la cocina de repente, lo que asustó a las primas, obligándolas a cambiar de postura en el sofá del respingo que metieron.
--¿Dónde hay un limón; dónde hay un limón, por favor?
--¿Un limón? ¡Qué susto nos has dado, coño! ¡Pues en su sitio! ¿Para qué quieres un limón?
--Pues para el bizcocho, ¿no se le echa ralladura de limón por lo alto?
--¡Qué pesao eres, joder! Pírate ya y déjanos. En el cajón de abajo del frigo tienes un limón. La que estará liando. (Todo esto me lo dijo la Sapa).
Observé entonces, antes de volver a la cocina, que la Patri se sonaba los mocos y que se quitaba un collar de grandes bolas —"¡qué coñazo de collar!", dijo— al que achaqué el problema de las interferencias, menos mal. Yo no solo escuchaba la charla desde la cocina, sino que la estaba grabando. Es por esto que puedo reproducir aquí y ahora algunos pasajes que se me olvidaron consignar. Por ejemplo:
Fragmento A:
--Yo me puse el mismo vestido que llevaba en la boda de Margari, ¿te acuerdas?
--¿El de los tonos esos así turquesas, no? Ah, sí, muy mono. Estiliza mucho.
--Mis sandalias de tacón, el joyerío más falso que Judas, muy poquito maquillaje, mi poquito de Miyake... Vamos, que debí gustarle mucho a José Mari. Vamos, digo yo. Ah, y el bolso ese tan mono que le compré al negro aquel, el de la Plaza del Duque.
--¡Cómo estaba el negro!
Fragmento B:
--Tú fíjate como iba yo ya en el coche. Con todos los chakras abiertos, vamos. Había puesto unas cositas de Telemann, porque le dije que Telemann me gusta mucho, y para allá que nos fuimos.
--¿Dónde vive?
--Pues por la parte de Bami.
--Vaya rollo, ¿no? Por ahí por el hospital...
--No, hija, más metido para dentro. Cerca de donde vivía Felipe, el de la Pepi Manzano.
--Ah.
Fragmento C:
--Y yo le dije, digo, oye, José María, ¿tú de dónde eres? Porque él tiene voz como de por ahí. Yo soy riojano, me dijo. De Calahorra, que me dijo que vino a Sevilla cuando lo de la Expo. Y yo, la verdad, Sapa, no quería preguntarle más, no fuera a decirme que estaba casado o que era gay o algo así y me desengañara tan prontísimo, con el buen flow que estábamos teniendo... ¡Ay, qué pena, qué pena, Sapa! ¡Qué mala suerte, prima!
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¿Bizcocho? ¡Yo no había hecho un bizcocho en mi vida! Lo que me importaba es que la comunicación a través del micrófono se había reestablecido y que de un momento a otro iba a estallar el tomate del asunto... En efecto, el doble filamento del micrófono no se había estropeado:
--¿Pero ese José María es tonto o qué?
--Te lo digo. Va, se levanta y yo pensando en el conjuntito del bolso. Se va para la mesa y se pone a montar el oboe.
--¿A montar el oboe?
--Sí, en vez de montarme a mí, se le antojó a la criatura montar el oboe. Qué fuera de onda estaba yo todavía, Sapa (aquí escuché otros nuevos sollozos)... Lo de montar es porque el oboe no viene en el estuche todo junto, hija; viene por trozos. Debe costar un dineral. ¿Tú sabes cuánto cuesta un oboe nada más que para empezar? Pues más de mil euros, fíjate.
--Una pasta, sí.
--Total, que ya tenía él preparado hasta el atril con su partitura y todo. Qué detallista. Total, que monta el oboe y me dice, así bajito, porque él habla muy bajito, ¿qué te apetece que te toque; algo de Vivaldi, de Bach...? Tú sorpréndeme, Josemari (yo ya le decía Josemari). Bueno, pues alguna cosita de Bach, sí. Total que cogió la caña...
--¿La caña. qué caña, coño?
--Qué bruta. La caña es como si fuera el pito del oboe. Es una boquilla con una caña doble, no como la del clarinete o la del saxofón, que es una caña simple. Hay que prepararla, recortarla, lijarla...
--¡Pues vaya chisme, hija!
--Muy difícil de tocar, ya te digo. Total, que con el oboe en una mano, me dice que tiene que calentar un poco la boquilla y la caña... Y empieza a tocarla sola; o sea, el pito nada más. ¡Ay, Sapa! Qué pitidos más horrorosos. Parecía, yo qué sé, como un pato gritando, o un pavo real atropellado. Y me decía, ahora tengo que hacer el fraseo con la boca... De verdad, Sapa. Te juro que se fue transformando...
--¿Pero transformando en qué?
--¡En algo muy feo, prima!... (Aquí hubo más sollozos)... Y ya, para rematar, se pone el oboe en la boca con el pito puesto y empezó a soplar, a soplar. (Aquí el llanto interrumpió a Patri).
--Tranquilízate, niña; venga, tranquila. ¡Hay que ver el sofocón, eh!
--...Si es que era horroroso, Sapa. Allí soplando y yo ni escuchaba la música ni na. Le veía la cara, colorá de tanto esfuerzo, con los ojos casi fuera, como dos huevos duros, parecía que le iba a dar una congestión... La cara hinchada como la de los hámsters, la garganta hinchada, ¡hasta le salían bultos por los lados de la frente y se le escondía la nariz entre los mofletes!
--¿Como a ese del jazz de la trompeta p'arriba?
--Sí, como ese, pero más feo todavía... ¡Yo cómo me iba a echar una siesta con él ni me iba a besar o a hacer más cosas! ¡No me lo podía quitar de la cabeza! ¡Se me derrumbó allí mismo como cuando echaron abajo el edificio de la Flex para hacer los pisos nuevos!, ¿te acuerdas?! Pues algo así. Qué feo, qué feo, qué feo. No lo dejé ni terminar. Ese pito se me metió en los sentidos. ¡Y no se callaba, no se callaba, prima!
--Pero, ¿y tú qué hiciste?
--¿Que qué hice? Pues coger el bolso y salir corriendo y no parar. Salí corriendo de la casa y cogí un taxi. Mira la de veces que me ha llamado, pero no le he cogido el teléfono, ¡Horroroso, horroroso! ¡Todo lo que te cuente es poco, prima, de verdad!
--¡Ay, hija, pues qué mala suerte! Pero bueno, eso es nada más que cuando toca; luego el hombre es una maravilla...
--Quenó, quenó, quenó, quenó, quenó, quenó, quenó, quenó, quenó... Y yo como una tonta allí, con el conjuntito en el bolso, fíjate, que me sequé de golpe como una mojama... Quenó, quenó, quenó...
Cuando yo salí de la cocina haciéndome el longui, Patri ya había abierto la puerta y se había largado de casa dejando un rastro de hipidos.
--Pe... pero.. ¿Y tu prima?
--Se acaba de ir. Está fatal la pobre, sigue fatal de lo suyo. ¡Ayyyy, las cabezas, cómo están las cabezas! Me voy a duchar. ¿Y tu bizcocho?
--¿Bizcocho?, ¿qué bizcocho?
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Día tal
del mes tal
del año tal
17:45 h. Cafetería 1880, Avda. de las Ciencias, Sevilla.
Dos hombres comparten un velador y un buen trozo de tarta Selva Negra. Uno toma un té matcha y el otro, un refresco de cola. Hay poca gente en el salón de la cafetería.
—¿Podrás comprenderlo? El despecho provoca reacciones impensables.
—Comprendo que puedan ser impensables; pero me resulta inadmisible y hasta cómico, lo ridículo de determinadas situaciones.
—De camino, fue como un ponerme a prueba; una prueba, que al final, claro, no ha sido sino una confirmación.
—Qué ocurrencias tienes.
—Sí; pensándolo bien, resulta gracioso. Pobre chica.
—Tan chica no era, ¿no?
—Cincuenta y tantos, sí. No estaba mal, eh. Incluso debe haber hombres a los que les guste su punto hortera, ordinario. Por mi parte, ya te digo, era intensa, intensísima, agobiante.
—Y buena conocedora de la música...
—El ser humano no deja de sorprenderme. Es verdad, sentí mucha curiosidad por esa erudición. Como una flor nacida entre escombros.
—Joooder, Juan Mari, "una flor entre escombros". Te lo perdono todo menos la cursilería, ya sabes.
—Era muy bruta. Se empeñaba en llamarme José María. Me dijo también que su perfume masculino favorito era Farenheit, "de Yves Saint Laurent".
—¿Hasta eso le reprochas?
—¡No, hombre, no! Pobre. Es que es llamativo que mezclara a Telemann o Scarlatti con decir "me se" o que a su madre le estaban poniendo unas "indiciones" muy caras.
—Lo que quieras, pero el caso es que la llevaste al apartamento.
—Sí. Y de verdad que lo pasé mal. Antes, estuvimos en el bar de Ramón, ya sabes. Algo de allí le estropeó el estómago. Le ofrecí subir y tomar una tónica. Se interesó por el oboe, que lo tenía montado para intentar retomar la pieza de Bach.
—Ah, ¿la 1056?
—Sí, el Largo... Me puse a calentar; esta mujer en el sofá. Ni pude terminar. Decía encontrarse tan fatal que llamé a un taxi. El caso es que desde el sábado no he vuelto a saber de ella. Es curioso, solo sé que se llamaba Patricia. Todo es fugaz. Eso lo sabemos muy bien los músicos, ¿verdad, Rafa?
—Claro que sí. Y más todavía, los músicos enamorados.
—Gracias por tu perdón.
El llamado Rafa, echó un vistazo en derredor. Nadie los miraba. Comenzaron a acariciarse las manos sobre la mesa.
F I N
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