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Expulsados Nuestros Primeros Padres del Paraíso por el Ángel de flamígera espada enviado por el Creador, sintieron vergüenza de su propia desnudez. Fue así que cubrieron con urgencia sus naturas con sendas hojas de parra. ¿Pero cómo fue que las sujetaban?
Muy sencillo. La primigenia mujer, Eva —dotada ya del conocimiento que le había proporcionado el comer la fruta del Árbol del Bien y del Mal— confeccionó unos cordones con fibras vegetales que ataron a sus cinturas y de los que colgaron las hojas. Se sintieron aliviados.
Pero fue que Eva quedó preñada llevando en su seno a Caín y comunicó a su hombre que el cordón de fibras le apretaba el vientre. "Necesito que se vaya ampliando conforme engordo", le dijo. Y Adán, que ya se ganaba el pan con el sudor de su frente, hizo un cintillo con la piel de una cabra que llenó de una fila de agujeritos. "Aquí tienes, mujer. Cada mes ganarás un agujero", le dijo. "¿Pero con qué lo sujetaré en torno a mí?", le preguntó. Y Adán, que ya conocía el fuego y el arte de la metalurgia, fabricó durante el nuevo amanecer una pieza que solucionó la incomodidad. Y como la pieza fue destinada a Eva, la llamó... Evilla.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.
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