Las moscas, indiferentes como el cosmos a lo humano y sus pasiones, seguían revoloteando sobre algún cadáver.
(del capítulo anterior).
4.
Durante algunos años se fueron sucediendo aquellas prácticas,
atenazados sus protagonistas por una de las mayores fuerzas que se conocen, la
de la costumbre. Pero a esta fuerza, con ser poderosa y estar aliada con un
tácito acuerdo que beneficiaba a todos, supo hacerle frente, desarmarla y
vencerla otra fuerza aún mayor, la del amor.
Fue
así que apenas cumplidos los quince años (atrás quedaron sus compañeros de
juegos, hospedados en ese espacio que la mente destina a los recuerdos
entrañables) y secretamente embarazada de dos meses, a Violeta le atrapó por
vez primera el torbellino que hace girar el mundo y entre sus espirales le fue
dada a probar la miel de locura que a todos desboca el corazón, mas como no
podía ser de otra forma fue la casualidad quien trajo a su vida al destinatario
de sus suspiros.
Claro
que Violeta, en la distancia, había
conocido a jóvenes de su edad, pero eran muchachos que formaban parte de la
comitiva que acompañaba algún sepelio; muchachos tristes a los que el dolor
anegaba en lágrimas, muchachos taciturnos a los que la soledad próxima les
prestaba rictus de amargor. Fue por eso que cuando descubrió el semblante
tranquilo de Thomas, con ese perfil que parecía irradiar la paz más completa,
la niña quedó rendida de amor a los pies de la mesa. Porque fue allí, en la
mesa de autopsias donde Violeta encontró al que consideró dueño de su persona y
de su voluntad.
Era
una soleada mañana de otoño, de esas que consiguen derretir las primeras nieves
sin mucho esfuerzo. Violeta, ocupada en limpiar los cristales de la vitrina
donde se guardaba el instrumental forense, tarareaba una canción mientras el
fiel “Nicho”, ya ciego por la mucha edad, olisqueaba por los rincones en busca
de cualquier restillo que pudiera echarse a la boca. Acostumbrada como siempre
estuvo a todo lo relacionado con la muerte, Violeta no reparó en el nuevo
inquilino que esperaba su turno hasta que una mano que asomaba bajo la lona que
cubría el cuerpo llamó su atención. Una mano delicada a pesar de cerrarse en un
puño que sugería fuerza y decisión. Violeta dejó su labor y curiosa, levantó
por completo la lona de gutapercha descubriendo así al más bello mancebo que
todas las imaginaciones del mundo puestas a imaginar a la vez la belleza, no
consiguieran. Suspensa por la admiración, no pudo reprimir un hondo ay porque
jamás en su corta como desgraciada vida se le había dado el contemplar tanta
maravilla junta. Y es que el galán, aunque cadáver, conservaba todas las
gracias que pudiera exigir una muchacha en edad de enamorarse. Sólo estropeaba
un poco la visión el amoratado collar que le ceñía el cuello, señal inequívoca
del origen de su muerte; pero por la misma circunstancia, para Violeta, hecha
ya a los hábitos del doctor Sandbuch, este doncel presentaba la ventaja de
ofrecer a la vista un “caramelito” (como ella llamaba a lo que a diario le
ofrecía el doctor) de unas dimensiones y turgencias que solo el efecto
vasoconstrictor que proporciona una soga en torno al cuello y un salto, pueden
conseguir.
Un
rato después, Violeta conocía la noticia de boca de su madre.
—Pobre
muchacho y pueblo maldito este, verdadero culpable de que tras años de rechazo
tomara la fatal decisión. (Helga leía por aquellos días el Werther).
—¿Qué
ha ocurrido, mamá?— recabó una llorosa Violeta.
—Thomas
Seil. Tú no lo conociste. Volvió a Cainsdorf creyendo que la gente lo habría
olvidado o que al menos habría perdonado su condición de ser hijo del antiguo
verdugo. Pero no fue así. Ayer, cuando fue obligado a abandonar la cervecería
de la Oca Roja ,
tomó el camino del bosque y se ahorcó de un roble.
—¡Oh,
mamá, cómo puede ser la gente tan cruel!… Pobre Thomas, lo siento tan cercano a
mí.
—Claro,
hija. En cierta forma habéis sido almas gemelas. Desgraciado muchacho. Esta
tarde vendrá el doctor para efectuarle la preceptiva autopsia (¡cuánto
aprovechaba Helga sus lecturas!)
¡Y
cuánto alarmó aquel anuncio el ánimo de Violeta! Tanto que, desatendiendo sus
tareas, pasó el resto del día velando el cuerpo amado, intentando aprovechar la
belleza intacta antes de que fuera destrozada por los artilugios del doctor
Sandbuch. Decidida, Violeta depositó un beso en los yertos labios del muchacho.
Su primer beso de amor. Fueron luego incontables los que siguieron.
Horas
más tarde el doctor, que entró en la sala silbando despreocupado a la vez que
se subía las mangas de la camisa dispuesto a comenzar su trabajo, sorprendió a
la niña acariciando el negro pelo del cadáver en medio de débiles sollozos. Una
descarga eléctrica, magnética, telúrica incluso, le recorrió la espina dorsal
y, nublada la vista, tuvo que apoyarse en una silla para no desplomarse. El
impacto recibido no fue tanto el no haber advertido aquella presencia, sino
algo más terrible, la certeza de que Violeta ya no le permitiría nunca más la
entrada a su alma por muchos que fueran sus desvelos ensayando ortopedias, y la
constatación de que a sus ojos se había convertido en un anciano vencido de
repente por el enemigo más temible en asuntos de amor: la juventud, aunque esta
se manifestara en un cadáver. Así que después de recuperarse de la impresión,
tanta fue la rabia acumulada en el estómago que estalló en su boca disparando
formidables maldiciones a la vez que amenazaba a Violeta blandiendo el bastón.
La pobre niña huyó despavorida de la sala de autopsias para abandonarse al
llanto en el refugio de su propia cama. Más tarde y aleccionados por el médico,
que dotó al episodio de características monstruosas, Helga y Leopold no solo no
prestaron consuelo a su hija sino que por el contrario la obligaron a mantener
su encierro en tanto Sandbuch no acabara con el asunto de Thomas Seil.
No
había nada, no podía existir nada que pudiera paliar el dolor de Violeta, la
noche se le antojaba eterna y el sueño ni era ni podía ser tampoco remedio a su
locura. Mas todo llegó a tal punto que Violeta, desobedeciendo los dictados de
la prudencia y decidida a eliminar cualquier otro valladar que se le hubiera
puesto por delante, abandonó la cama impulsada por el enérgico resorte al que
el amor presta toda su fuerza, y echando sobre sus hombros las propias mantas
del lecho se dirigió donde reposaba el propietario de su corazón.
Thomas
Seil, aserrada la bóveda craneal y descerebrado, con una enorme i griega
pespunteada con cordel de coser sacos marcando su torso y abdomen, presentaba
además un limpio tajo en el pubis, el que le había practicado un doctor
Sandbuch que presa de los celos, resolvió cercenar la tersa masculinidad del
muchacho. Ninguna de tan espeluznantes circunstancias alteró un ápice el ánimo
ni los propósitos de Violeta. Las lágrimas que se deslizaban por las rosas de
sus mejillas no advertían de una pasajera debilidad. Eran purísimas lágrimas de
amor.
Se
desnudó por completo y estremecida primero por el frío de la estancia y por el
contacto con el mármol después, se tendió junto al cuerpo de su amado,
abrazándolo y llenando de besos la terrible herida de su cuello. Después, como
amante que buscara mayor intimidad a su relación, encontró cobijo en su hombro
apoyando dulcemente en él su radiante cabellera. Acto seguido, deslizó sobre
ellos la lona hasta que los cubrió enteramente.
A
la mañana siguiente, alarmados por la ausencia de la niña, Leopold, Helga y el
propio doctor Sandbuch que llegó a primera hora, entraron en la sala de
autopsias. Bajo la marmórea mesa, lo primero que llamo su atención fue un
botecillo de cristal azul cobalto que reflejaba el rayo de sol que penetraba
por el tragaluz.
—¡El
preparado de arsénico para los embalsamamientos! —informó el médico cuando
Leopold, asaltado por el más negro de los presentimientos, procedió, con un
gesto resignado pero decidido a la vez, a alzar la lona. Ante los ojos de todos
quedó al descubierto el conjunto que formaban los jóvenes amantes. El horrísono
grito de Helga precedió al desmayo de su marido y al ataque de apoplejía que
finalmente acabó con la vida del doctor Sandbuch.
A
la misma vez que se desarrollaban estos sucesos, a los pies del roble donde
Thomas se ahorcó, abonada la tierra con su líquida y viril juventud, desplegaba
sus primeras hojas una planta de mandrágora.
F I N
©
Sap,
11/11/08
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9 comentarios:
Pobre Violeta, que perdió su piruleta. Claro que el copyright sería por la traducción del alemán decimonónico al español sapense.
Pobre Violeta, qué vida tan corta y tan desgraciada.
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Sap, como la cabra tira al monte, me apropio, con el permiso del doctor Sandbuch, del método de enseñanza de la lectura empleado por el galeno con Violeta. Niños aprendiendo el arte de leer en el camposanto local. Voy a proponerlo en el Claustro final de curso esperando contar con la segura aprobación del mismo.
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Gracias, Álvaro y Nicolás por vuestra lectura y comentarios. Comunicado con la desgraciada Violeta a través de una sesión de ouija, me solicita encarecidamente que os transmita sus saludos.
:-)
¡¡Maravillosa pieza, seguidora de nuestra gloriosa tradición de humor negrísimo, que yo personalmente no dudaría en absoluto en añadir a una antología española del género... que por cierto se echa en falta, ya que la confeccionada por Cristóbal Serra hace ya unos cuantos años no deja de resultar ortodoxa en demasía y pelín cultista, desde mi punto de vista...! Enhorabuena, el relato se disfruta decabo a rabo... sobre todo rabo... esto, quiero decir... mejor me callo ya!!
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Querido Abuelito, siempre es un honor que esta humilde casa sea hollada por sus pieses y vaya dejando un rastro de pelos de su barba venerable.
Le quedo muy agradecido.
:-)
Me ha divertido mucho tu cuento macabro. Lo copié y pegué en el libro electrónico, para poder leerlo mientras esperaba en la sala del dentista. Ante mi comentario "Vaya, el doctor la ha dejado preñada" ninguna de las cuatro personas que estaban allí se inmutaron. Ante mi otro comentario "!Joder, se ha enamorado de un muerto¡" todos clavaron en mí sus miradas. Sospecho que querían saber qué locura de historia estaba leyendo. Ninguno preguntó. Ellos se lo pierden.
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BeKá, no creo que haya muchos lectores con tu interés. Si además las tribulaciones de Violeta te emocionaron esperando al dentista, mi asombro y agradecimiento es doble. Supongo que como anestésico debió ser buena cosa.
:-)
¡AHH, ME PARECE RECORDAR QUE ESTA HISTORA YA LA CONOCÍA. PERDON POR TODO EN MAYUSCULAS, PERO ASÍ EMPECÉ Y ASÍ TERNIMO.
Si al guna vez tengo un perro le pondré NICHO, pués siempre me gustaron los cementerios ¡DE DÍA!
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