Huy, sí; lo de "muchacha"... Habrá que explicarlo. Veamos.
En esta ciudad, no sé en otras, el término tradicional de "muchacha"
designa a la propietaria o encargada de una agencia de escorts, o dicho de otro
modo y prescindiendo de eufemismos actuales, de una casa de putas. Esto es, lo
que los elegantes llaman una madame, infecto vocablo que aquí no se ha usado
nunca. En cualquier caso todo el folclorismo putesco al que hago referencia
está ya casi desaparecido. Quedan, eso sí, algunas bolsas de tradición que
guardan aún las formas antiguas y que llevan a gala el cumplimiento
deontológico del puterío cañí. Pero el acceso de aficionadas, poliadictas y
arribistas de todo tipo —amén de los estragos de Internet y los anuncios en la
prensa— han derribado ese mundo de palanganeros, lavajes y ladillas; esa
federación de bidets con ruedecitas, de crucifijos en los cabeceros y fotos de
Fleming en el recibidor erigido en benefactor de la Humanidad. En suma, un paisaje muerto y
sustituido por modos aún más sórdidos a pesar de las apariencias sofisticadas.
La voz
"muchacha" no tiene implicaciones de edad, tanto es así que en
general las "muchachas" eran furcias avezadas que rebasaban la
sesentena, pero siempre con gran ascendencia entre el pupilaje. Mujeres de
honor a las que se debía respeto y obediencia como si hubieran nacido en
Corleone. Ellas administraban el parné y ajustaban los porcentajes y aunque
retiradas del trato no dejaban de vez en cuando de alegrar la entrepierna de
algún cliente devoto. Muy típica la
imagen del, por ejemplo, operario de Persianas Hermanos Gómez que una vez con
el sueldo en el bolsillo se permitía un rato de refocile con alguna hetaira
oxigenada:
—Oye niña, ¿y cuánto cuesta la dormida? —preguntaba mientras
la cocotte se remetía los michelines por la faja de caucho después de la faena.
—Ay, no sé. Eso pregúntaselo a la muchacha...
Y allá que iba el persianero
a parlamentar con doña Concha La Camionera; doña Encarna La Tragasables o doña
Pura La Cachondona... O tempora, o mores! Menos mal que siempre nos quedará
Maki Navaja y su barrio chino de El Jueves.
Mas volviendo a la
Tere tras la digresión, diré que a pesar de todo y con la excitación que el
riesgo prestaba, seguí endiñándole mordiscos en cuanto tenía ocasión. Me asalta
ahora la remembranza de una sesión notable que se desarrolló en el cine Nervión
mientras proyectaban la película argentina "La Raulito", un filme
protagonizado por Marilina Ross. En un mano a mano sin igual, la Tere me juró
amor eterno (juró por su hermanito Rafalín, por supuesto) y con ello el ser
designado como desprecintador a la primera oportunidad de lo que ella, con
entonación folletinesca, llamaba su
tesoro. Eso de quitar los sellos de Afrodita cual un Tenorio de pacotilla me
llenó de lujuria pero a la vez entreví las orejas de un negro lobo que me
perturbó. Lo siento amigos, pero nunca llegó el momento. De aquella tarde
cinematográfica conservo —si es que aún no me han tirado a la basura mi caja de fetiches—
un pequeño souvenir de la lucha amorosa. En el fragor del momento, le arranqué
a la Tere una uña. Ojo, no es que se la arrancara de cuajo sino que quedó
cortada a ras de dedo. Una uña larga, pintada de rojo y descascarillada la laca
de la punta y a la que luego hice un agujerito para llevarla colgada del
cuello. El círculo caníbal quedó completado con ese trofeo.
En días venideros y sucesivas semanas, mi relación continuó
con la presencia cetácea de doña Lola, el menudeo de visitas espiritistas de
Rafalín, un futuro de ajuar con sábanas Burrito Blanco, paños de cocina y
juegos de cacerolas, un panorama de estafas y una vida de tanguista. Lo puse
todo en la balanza y llené el otro plato con las carnes de la Tere. Mi cobardía
leporina hizo bajar al primero. Amparado en que el concepto "amor
eterno" que manejaba la Tere era
muy elástico aunque no tanto como el mío, le eché cara al asunto y me
justifiqué durante unos días hasta hacer languidecer mis encuentros carnívoros.
Llegó el invierno. Y luego, huí.
© Sap.
es.humanidades. literatura
06/07/2004
.
.
4 comentarios:
¡Ay, mi querido amigo! qué tiempos aquellos en los que retozábamos por las "laturas" :-)con estos y otros sainetes.
Un besazo.
LLego a tu blog a través del de Muñoz Molina y tu comentario al mío.
De momento he cotilleado estos primeros post de La Tere y me han resultado simpáticos y de iniciación a tu blog. A medida que tenga tiempo iré visitando tus anteriores páginas.
Un saludo.
¿La Raulito????? ¿Llevaste a la Tere al cine con la libidinosa intención de toquetearle un poco las partes y encima a ver La Raulito??????? Ay qué hombres! No entienden nada de sensibilidades femeninas.
En mi barrio "la muchacha" era lo que por estos pagos es la criada. Ahora ya no es más la muchacha sino "la chica". Y la madame es la madame, incluso la "madama", así, con la a incluida. Es que se ve que nuestras putas son afrancesás.
Sex o no sex? Todos tenemos una "La Tere" como la tuya en nuestros recuerdos. Entrañable la chica, con toda su peripecia vital (y mortal, si metemos en nómina a Rafalín).
Benditas hambres sexuales aquellas, que te hacían soñar. El deseo siempre es más atractivo que la realidad, que siempre es más real, la muy p***
Señor Sap, siga con su entrañable producción literaria, que se agradece.
Saludos desde Granada,
AG
Publicar un comentario