miércoles, octubre 13, 2010

"Merceditas, la hija del indiano", 4

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Capítulo 4
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(…atemperaban el carácter levantisco de las muchachas, tan proclives en esa edad a rendirse a los embelecos del amor.)
del capítulo anterior.

     Las formas cordiales de ambos reflejáronse también en el hogar, ya que don Julián, a partir de que Merceditas alcanzó los años adecuados, se encargó de organizar recepciones que se nutrían no sólo por miembros de familias distinguidas y principales sino por jovencitos que, al reclamo de protector de las artes del anfitrión, daban en entonar versos o en declamar desgarradas escenas dramáticas con la misma frecuencia con que trasegaban copitas de oporto y croquetas de ave. También el músico encontraba refugio en el piano para estrenar sonatas que amenizaban las veladas y hacían más dulces aún los postres que, abundantes y salpicados de ingredientes caribeños, repartía la fiel Teresa la Liebre en bandejas de cincelada plata que valieran un Potosí.

Como no podía ser de otra forma, una gran parte de aquellas obras que se presentaban en las reuniones dirigíanse a Merceditas , la nena que sin apenas darnos cuenta se había convertido en una señorita por la que empezábamos a suspirar de amor. Pero esta bienvenida a los jóvenes artistas del lugar provocó que aquellos jueves —los días en que don Julián disponía las veladas— se trasformaran en un inacabable elogio a la damisela en forma de poemas arrebatados y lánguidas piezas que por sus títulos comenzaron a amoscar al indiano, que creyó encontrar en tanta desatada creatividad un asunto de cobistas y de futuros cazadotes.

Debo reconocer —continuó relatando mi amigo B.— que yo mismo fui uno de los expulsados del salón el aciago jueves en que, para sorpresa de todos, don Julián montó en cólera a la vista de los estrenos que presentamos aquella noche. Titulé mi oda de más de cien alejandrinos "A una ingrata", mientras que Pedro Porcel , el ahora insigne dramaturgo, confeccionó unas escenas galantes bajo el título de "Si tú me hicieras mercedes, Mercedes" que leyó mientras que Manolito Espinosa, el que luego fue desaprovechado talento musical, interpretaba al piano su sonatina "Noches sin ti, Merceditas".

Tal abuso de rimas y notas dirigidas a la señorita, considerado por don Julián como una intolerable desfachatez, dio pie al ucase con que el indiano, ante la sorpresa del resto de invitados, nos conminó a abandonar su domicilio, y tras orden dada a Teresa la Liebre para regresarnos nuestras chalinas y sombreros de jóvenes artistas, vímonos de patitas en la calle.

Desde entonces comprendimos que Merceditas, aquella niña que años antes había bajado de una diligencia admirándonos a todos con su belleza, pasaba a convertirse en un anhelo imposible, tanto fue el celo que desplegó don Julián en guardarla. Mas ¿existe algún mortal que crea que las trabas al amor son insoslayables? Lejos de eso, si don Julián clausuró sus soirées artísticas, no cejamos en nuestros ímpetus de enamorados y, fabricantes de mil argucias, algunos arriesgados logramos depositar en las manos de la ninfa billetes de versos cuando, protegida por Teresa la Liebre, dirigíanse ambas al mercado. Otros, más afortunados, llegaron a arrancar una sonrisa o el fulgor de una mirada a la chiquilla cuando al reclamo del frescor de la noche, ésta se asomaba por la ventana y hasta ella llegaba el tañer de una guitarra que acompañaba a alguna triste endecha.

(Continuará)
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2 comentarios:

Luis Miguez dijo...

Escenas festivas que, me temo, anticipan un dramón de aúpa.

Por cierto que a cada escena está usted más sembrado con las fotos.

El Abuelito dijo...

¡Viva! Merceditas y Bumbo, el esclavo; don Santiago Aguilar, rapsoda, y el literato don Pedro Porcel... disfruto como un cosaco leyéndole! ¡Viva la prosapia y la prosa (rancia)!