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Capítulo 5
.(… y hasta ella llegaba el tañer de una guitarra que acompañaba a alguna triste endecha.)
del capítulo anterior.
Comprobando la imposibilidad de detener aquel revuelo de galanes, fue el mismo don Julián quien sustituyó como vigilante a Teresa la Liebre en las salidas de Merceditas, amenazando con su bastón a todo cuanto sospechoso de poeta asomaba por las esquinas. Hizo también que Merceditas pasase a ocupar una alcoba interior de la casa para evitar las serenatas, escatimó horarios de paseos y cercenó cuanto pudo las posibilidades de ver a la niña en la calle como un avaro que escondiera su tesoro en la más profunda sima. No fueron ajenos a esta actitud de don Julián las principales cabezas del pueblo, progenitores muchos de varios miembros del enjambre, que creyeron ver en nosotros incomodidad para que el indiano continuara invirtiendo su capital y entreteniendo sus caudales en interesados negocios, por lo que nuevos enemigos se sumaron a nuestras ansias de amor.
Ciertamente don Julián fue perdiendo por semanas aquella cordialidad que para todos había tenido, hasta que un negro episodio vino a agriarle el carácter de manera definitiva. No fue otro que sorprender a la que creía fidelísima Teresa la Liebre, haciéndole llegar a Merceditas un pliego de ardorosas rimas. A la pobre mujeruca no le sirvieron los llantos ni el postrarse de rodillas ante su amo, que como un Júpiter iracundo arrojola a la calle sin más bienes que un hatillo de ropas viejas y Micifuz , el gato de la familia.
¡Oh, Fortuna, cuán alocado es el correr de tu rueda! Sola, contrita, confundida, sin ningún lugar adonde ir —pues su humilde chozo había sido derribado en cuanto entró a servir a don Julián—, y sin que nadie le ofreciera refugio por miedo a descontentar al indiano, no tuvo más remedio Teresa la Liebre que dar con sus huesos en el lupanar que a las afueras del pueblo regentaba María la de los Ratones, una mujerona que le dio final cobijo, aunque antes, por apodarse ‘la de los Ratones’ su nueva ama, Teresa se vio obligada a deshacerse del gato.
Perdida toda confianza, redobló entonces don Julián su custodia, y apostando espías y contratando confidentes, trató por todos los medios que ningún boquirrubio alcanzase a Merceditas, su vida, su más preciada alhaja, su razón de ser... Ah, vano afán, pues los acontecimientos que más tarde llegaron a precipitarse dejaron a los versos y las canzonettas a la altura de un inocuo juego de imberbes. ¿Pudo suponer don Julián que la semilla de rencor que depositó en Teresa la Liebre germinaría luego con tanto vigor? De saberlo, hubiérase cuidado mucho del castigo infligido a la criada, la cual, allá en la casilla infame, alimentaba al monstruo del odio con la paciencia de la que espera obtener de una ponzoñosa planta el fruto dulcísimo de la venganza.
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El vergonzante negocio que dirigía María la de los Ratones no había dejado de ser objeto de las airadas protestas que, con don Eusebio, el párroco, a la cabeza, protagonizaba el grupo de Damas Católicas. Pero a pesar de las ya añejas promesas del alcalde, el lupanar seguía en pie, intocable como los incómodos secretos que guarda un cerrado cofre. Dábanse allí cita pollos calaveras de las mejores familias y caballeros distinguidos que aún a riesgo de su respetabilidad y la mancilla de su honor, no dudaban del trato con María en cuanto ésta anunciaba una nueva adquisición.
Fue allí —continuó mi amigo B.— donde Teresa la Liebre encontró acomodo y algunos reales como pobre sueldo a su labor de fregona, no faltándole en cuanto lo pedía, el vaso de aguardiente que la ayudaba a engrandecer su inquina. Soñaba Teresa con que el desgraciado vuelco de su destino lo sufriera también don Julián y donde más dolor causárale, así que mientras en las orgiásticas noches de la mancebía las mujerzuelas y sus queridos se entregaban a los impúdicos bailes y al desenfreno de la carne, Teresa la Liebre, entre subidas y bajadas por las escaleras transportando palanganas con agua y jabón, fue tramando su venganza a la espera del momento propicio y del instrumento necesario para realizarla.
(Continuará)
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2 comentarios:
"revuelo de galanes", "Teresa la Liebre", "pollos calaveras", "inocuo juego de imberbes"... qué expresiones tan felices!
(Por cierto, algún duende informático hace que en vez de la faz de doña Teresa la Liebre, aparezca Micifuz el gato cuando se pica encima del nombre... a lo mejor usted puede corregirlo...)
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