martes, abril 29, 2025

La jaula de los monos

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La jaula de los monos

No sé qué extraña conjunción de olores que me ha asaltado esta mañana en una calle ha hecho que me traslade a la vieja y enorme jaula de monos que había en el Parque cuando yo era niño.

En aquellos años de poca conciencia ecológica, convivían en tal prisión toda clase de simios: una pareja de chimpancés, varios mandriles, macacos gibraltareños, monos aulladores, diminutos titís. La algarabía constante de esa república vocinglera y hedionda la azuzaban además los espectadores que no dejaban de arrojar a los monos cacahuetes, trozos de plátano, chicles, pan duro y hasta cigarrillos encendidos porque los chimpancés eran contumaces fumadores. Las peleas en el interior eran feroces y las conductas reprobables: los primates simulaban coitos, se masturbaban como exhibicionistas, o excretaban mostrando el culo (muy colorido en el caso de los mandriles machos) al público congregado. Todo aquello, claro está, que mezclaba el maltrato animal de los mordiscos junto con el atentado a la moral que suponían las continuas prácticas sexuales de los micos, hizo que la delegación municipal de Parques y Jardines decidiera el cierre y desmantelamiento de la memorable jaula de los monos de tan felice memoria.

Bien, sirva todo lo escrito para comentar que, en efecto, el olor que me llegó hace unas horas actuó como magdalena proustiana y me llevó a aquella jaula y a sus desgraciados y apestosos prisioneros, un olor que, no sé a qué rara relación obedecía, lo asocié siempre con el de un corrupto betún de los zapatos.

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Alta luna de Jueves Santo

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Alta luna de Jueves Santo

Anoche, bajo la alta luna llena de Parasceve,
volvió a cumplirse el rito del Santo Jueves
en todos y cada uno de sus puntos.
La liturgia que vengo obedeciendo desde hace
cuarenta años se desarrolló por completo.
Ella estaba allí y yo frente a ella.
Una sola vez al año la miro y soy mirado por ella.
En la calle san Esteban, perfumada de incienso, cera y azahar
el gentío es ajeno a los símbolos que compartimos,
a nuestro particular lenguaje gestual repetido
un año más, una primavera más,
una Semana Santa más.
Ella, un año mayor; yo, un año mayor. 
Aquí seguimos. En este mundo los dos.
Ella, dentro; yo, fuera.
No hacen falta palabras para que la ceremonia
se represente como una oración teatralizada 
en el pequeño reducto
brillante de celofanes, de reflejos vidriosos.
¿Lo de siempre?, me pregunta ella.
Lo de siempre, contesto yo, y a continuación
soy servido con amabilidad 
un año más, una primavera más,
una Semana Santa más.
Ante mí, mirándonos envejecer,
dispone el bocata de chorizo,
las dos latas de Cruzcampo
y la bolsa chica de BocaBits.
Lo meto todo en la pequeña mochila.
Hasta el año que viene, señora, le digo yo.
Hasta el año que viene, caballero, contesta ella.
Salgo. Me esperan en la placita
donde toda la belleza se da cita,
un año más, una primavera más,
una Semana Santa más.
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