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La sola soledad de los viejos es un trozo de hielo que solo se derrite con la muerte. Bien cierto es, porque desde que su marido faltaba, la idea de acceder al altillo del armario y sacar de allí los archiperres navideños, se le hacía un mundo. Pero en esta ocasión, no sin esfuerzo y alentada por la prometida visita de su última nieta para Nochebuena, cinco días después, arrimó una escalera plegable de tres peldaños, subió a ella y bajó las dos cajas que contenían la variada decoración efímera. En un rincón de la salita dispuso el abeto de plástico y extendió el varillaje de paraguas verde de sus ramas. Colgó las bolas de cristal que habían sobrevivido a la infancia de sus hijos y rodeó el conjunto con unas espirales de espumillón plateado y dorado que ya sufrían de alopecia. Por último, colocó en lo más alto de la copa una estrella de purpurina y, tras extender como una mecha en torno al árbol el cable de bombillitas de colores, lo conectó a la corriente para comprobar decepcionada que se encendían en una pobre proporción de 1 a 5. Después, y por no dejarlas por medio, decidió devolver a su lugar las cajas vacías. Fue entonces cuando un tropiezo al alzar los brazos la hizo caer de la escalera, siendo que antes de romperse la nuca contra el suelo, el arbolito tintineó cuando lo rozó con un hombro. Bajo su pelo cano se fue extendiendo una lenta mancha de sangre que fue tomando forma triangular hasta alcanzar su vértice más alto una esfera blanca también caída. Un perfecto gorro de Papá Noel surgió en la baldosa. La encontraron perfectamente muerta cinco días después.
—Pero, oiga, ¿usted no es capaz de escribir algo más alegre, hombre? ¡Que estamos en Navidad, joder!
—Bueeeeno, vaaaale. Modifico: "...tras extender como una mecha en torno al árbol el cable de bombillitas de colores, lo conectó a la corriente para comprobar con alegría que se encendían todas. Por no dejarlas por medio, devolvió a su lugar las cajas vacías, plegó la escalera y la guardó en un mueble de la cocina. Al volver a la salita, coincidió con Julián, su marido, que recién levantado de su siesta diaria, venía por el pasillo en pijama y rascándose el cogote. Le enseñó orgullosa su trabajo con el árbol. Qué bien ha quedado, Carmen, dijo él abrazándola frente a frente por la cintura. Y qué bien lo vamos a pasar los dos solos, dijo ella, sin hijos malhumorados, ni nietos ni nueras ruidosos, con ese menú gourmet que hemos encargado, y luego, viendo la tele tan ricamente con nuestra copita de anís y nuestro turrón. Si te das cuenta, nunca hemos estado solos en Nochebuena, ni siquiera cuando fuimos niños, dijo él. Qué buena idea fue decirles a todos que queríamos aprovechar la oferta del crucero rebajado, dijo ella. Creerán que ahora surcamos el mar Egeo, dijo él. ¡O el mar Jónico!, dijo ella... Ay, si es que como en casa de una no se está en ningún lado. Rieron como dos tontos y se pusieron a bailar sin música como en una comedia de Jardiel.
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