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Hola, buenas tardes, señores. Me llamo Uzo Katawaka y soy un hibakusha, un superviviente del bombardeo de Hiroshima, y por lo tanto, una persona rechazada por mis compatriotas, que veían en mí un peligro de contagio, de transmisión de malformaciones además de representar para ellos un recuerdo amargo de nuestra derrota. Sobrevivir me hizo un desgraciado, así que un día decidí abandonar Japón.
Tras muchas peripecias y tribulaciones que serían muy largas de contar, acabé en España, extraño país, donde formé parte del elenco de artistas del Teatro Chino de Manolita Chen. Allí, y gracias a las úlceras, cicatrices y bulbosidades que marcaban mi cuerpo, fui conocido como "Chin-Chong, el monstruo venido de la China".
Salía al escenario tras la actuación de una pareja de humoristas disfrazado de falso chino, con sombrero cónico, largos bigotes y no menos larga coleta. Me desplazaba a todo lo largo del escenario a pasitos cortos, de un lado a otro, moviendo acompasadamente los índices de las manos arriba y abajo mientras sonaba una música de xilófono y platillos. Pasado un rato, me detenía en el centro del escenario y me abría el kimono, me quitaba los pantalones de imitación seda y me exhibía de frente y de espaldas. El grito de horror que emitía entonces el público era indescriptible. Y es que el famoso Hombre Elefante a mi lado, hubiera quedado a la altura de un tabi.
Charla entre Uzo Katawaka y el señor Chen, empresario del Teatro Chino y esposo de Manolita Chen:
Sr. Chen: Yo sel astuto como sol.lo, honolable Uzo. Tlas el susto, el público lesibil a las señolitas vedetes con muchísimo aglado, con un aglado redoblado, ¿me entiende? Y salil del teatlo muy felise tlas la apoteosis de las pluma y las tetita y los culito.
Uzo: Pero tal éxito redundará en mi sueldo semanal, ¿no es cierto?
Sr. Chen: Clalo que sí, honolable amigo. Yo pagal 7000 mil peseta en metálico y 5000 peseta de whisky cada vielnes. Solo Manolita cobla más que usted.
Fue así que, repentinamente, me convertí en la estrella que llenaba el teatro de un público ávido de morbo y sexo y al que apenas interesaban ya los números de Emilio el Moro, los Hermanos Calatrava o Manolo Puentegenil, ídolo de la canción española. Gané mucho, mucho dinero.
Tanto dinero gané que hasta una de las coristas, Pepita, se enamoró de mí y no le importó casarse conmigo cuando abrí la puerta del chalet en Torrevieja que pude adquirir para pasar allí los templados inviernos, que era cuando el Teatro dejaba las giras. Y no solo eso, sino que Pepita (¡qué tipazo tenía entonces mi Pepita!) me hizo padre de Magdalena y de Hiroki, nuestros hijos, la parejita, que nacieron sin haber recibido herencia alguna de mi sometimiento a la radiación nuclear. Eso sí, para mi sorpresa, ambos tenían rasgos chinescos en vez de nipones. Al igual que en nuestra boda, sus padrinos de bautizo fueron el señor Chen y la propia Manolita Chen.
Lo demás, ya lo pueden imaginar. Me adapté a la perfección a este extraño país, me interesé por su cultura y su idioma y hasta, durante más de veinte años, fui socio del Real Betis Balompié. También hace veinte años que me jubilé. Puedo decir que he sido feliz.
Petor Calamocha. "Cuentecillos atómicos". Ed. Puskas, Budapest, 1971
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