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Según nos contaba la abuela, su madre; o sea, nuestra bisabuela Catalina, murió de una fiebre cuando la tuvo a ella. El caso es que por la guerra o por algún lío de esos antiguos o por yo qué sé, porque la abuela no nos lo explicaba bien, se guardaron la calavera de la bisabuela Catalina bajo una cosa de esas de cristal como una pecera adornada con flores. Pero un día, cuando nuestra madre se echó novio, se hartó de aquello y dijo que era una porquería y que no quería que su novio se asustara cuando entrara en la casa, allí en el pueblo. Y dijo también, que como no tiraran la cabeza de huesos de la bisabuela que no iba a dejar la parte de su sueldo que dejaba cada mes, porque ya trabajaba en la droguería de una vieja que se llamaba Fermina. Total, que tras muchos tiras y aflojas, cogieron la cabeza, la metieron en un macuto y la escondieron en una alacena que ya estaba tan abarrotada de cacharros que cada vez que se abría la puerta, normalmente se venían al suelo los canastos, las herramientas, la guitarra vieja del abuelo y el macuto con la cabeza. Cada vez que la cabeza se caía, se le rompía algo, un diente o un trozo de la mandíbula, que la tenía suelta, agarrada solo por unas tiras de esparadrapo. Y así durante mucho tiempo.
Total, que mamá se casó con papá y se fueron a vivir a la capital y nos tuvieron a nosotros y en verano nos íbamos de veraneo a casa de la abuela, que estaba al lado de la playa. El abuelo ya se había muerto y la abuela estaba muy mayor, por eso, mamá nos dejaba jugar con la cabeza del macuto, como la llamábamos nosotros. A la hora de la siesta, después de comer a la vuelta de la playa, nos íbamos al corral y hacíamos barro para formar los trozos que le faltaban a la calavera y hasta le rellenábamos los agujeros de los ojos y pusimos unos trozos de almejas como si fueran los ojos y hacíamos un entierro. Cuando llegaba el verano siguiente, la desenterrábamos y la arreglábamos otra vez, porque cada vez estaba peor. La última vez papá dijo, le voy a hacer un dibujo. Y lo dibujó y mamá decía riéndose, menos mal que la abuela no se entera de nada.
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