jueves, noviembre 26, 2020

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 28

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28

Hay días en los que Julián de Capadocia no saldría de la cama por nada del mundo. Se entregaría a los sueños o a escuchar parlotear en el transistor enchufado en la oreja, programas de marcianos durante semanas. Ahora que está jubilado, que se hizo ágrafo y se convenció de la inutilidad de sus ocupaciones, le cuesta trabajo abandonar el cobijo del edredón. Si no hubiera malestar en morir de inanición, allí se quedaba; pero la voluntad, la infatigable, torrencial e involuntaria voluntad de existir, como el latir del corazón, parece invencible. Bueno, también está la cuestión de su perro, el viejo Zaratustra; pero llegado el caso, no dudaría en administrarle una buena dosis inyectable de la botella de pentotal sódico con que le obsequió don Eladio Perdigón, el farmacéutico que le quedó tan agradecido tras haberle prestado los ensayos de Montaigne. Sus hijos, los de la peña o hasta Pascual, el camarero, poco le importan. ¿Pero qué pasa con su nieto o nieta por nacer? Cuando se hace esta pregunta, reconoce que, al menos, le gustaría conocer su cara y si le dejaran, llegado el momento, enseñarle a leer. Una vez terminada esta labor, sí podría decirse que ya tendría todo el pescado vendido.

El caso es que... Sí, el caso es que, tras pensar en estas cosas tapado hasta las orejas, Julián de Capadocia, se arma de valor y acaba saliendo de la cama. Zaratustra, entonces, bosteza, se incorpora y mueve la cola.

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