viernes, junio 05, 2020

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 05.

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Hemos de confesar que nuestras investigaciones no han arrojado luz alguna en cuanto a la génesis del primer concepto creado por Julián de Capadocia. Al respecto, las fuentes consultadas son vagas, y así, lo mismo sitúan el momento en la clínica del doctor Quintanar, a la sazón, veterinario de Zaratustra, como durante la charla que mantuvo Julián con Bernarda Calabuch en la cola que se había formado ante el mostrador de una entidad bancaria, cuando sacó de la Pera una de sus piezas de meditación; en concreto, la bellota. En todo caso, esta circunstancia, ni es importante, ni añade o quita nada a esa primigenia creación conceptual, que no fue otra que la de "teoadiaforós", esto es, el el calificativo, el lugar que ante la idea de Dios, ha ocupado Julián de Capadocia con mayor confortabilidad que el de "ateo" o "agnóstico" ("creyente", queda por completo descartado). Lo que no supo, ni le preocupó desde luego, es si su concepto de teoadiaforós es correcto si nos atenemos a la gramática del griego clásico.

Sea como fuere, habremos de recordar que la "adiaforía" era la indiferencia ante las cosas que mostraban los filósofos cínicos y que junto a la "anaideia" (provocación, irreverencia) y la "parresía" (hablar atrevidamente), conformaban la caracterización de aquella escuela de pensamiento y conducta que tan cara es a Julián de Capadocia. Sea por lo tanto que la teoadiforía, venga a significar la indiferencia, la despreocupación, la innecesariedad del y ante el teísmo, a diferencia de la negación atea o del escepticismo agnóstico. En resumen, teoadiaforía es el concepto capadociano donde se instala el teoadiaforós, que es el sujeto que la practica. Es por ello, que en algún momento, Julián debió manifestar a alguien: "No, no, oiga usted; yo no soy creyente, pero tampoco ateo o agnóstico. Yo soy teoadiaforós", quedándose tan pancho con el dedo en alto. El problema reside, como dijimos al principio, en que no sabemos quién fue ese primer interlocutor, si el veterinario o la señora de la cola en el banco. Repetimos que no es un dato que importe mucho, pero —¡ay!— siempre habrá algún estudioso puntilloso que lo reclame. Lo sentimos.
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