Emprendí
una nueva lectura de ‘Madame Bovary’ veintidós años después de que lo hiciera
por vez primera. Me movió a ello el esclarecedor artículo que Antonio Muñoz
Molina había publicado poco antes (‘El porvenir de Emma Rouault’) donde
hablaba de cómo el recuerdo desvirtuado nos hace aceptar en una novela
episodios, diálogos y actitudes de personajes que en realidad, no existen o se
confunden con otros hasta formar un lugar común que poco o nada tienen que ver
con el original. Es un efecto fácilmente observable en los clásicos y ‘Madame
Bovary’ es claro ejemplo de ello. (Sugiero por lo tanto, que tras leer el
artículo, se hagan con un ejemplar del libro si es que no lo tienen ya en sus baldas y prescindan de todo lo que viene a continuación).
............
Ah, ¿que siguen emperrados en continuar? Bueno, pues
entonces diré que volviendo los ojos a la Madame y despojado de los miedos —y
la pereza— que me hacía cuesta arriba la relectura, entre otros, que la edición
que tengo con traducción a cargo de Carme Martín Gaite tiene la letra muy
chica, le eché valor y le eché las gafas encima con unos resultados finales
satisfactorios del todo. Ahora sí que puedo decir sin temor a equivocarme que ‘Madame
Bovary’ es un novelón. Un novelón que se me hizo sorprendentemente ligero y
claro a las entendederas, a lo que ayudó su organización en párrafos cortos que
alternaban a la manera decimonónica del realismo la descripción, la acción y la
conversación de manera casi inalterable, aparte del siempre enojoso punto de
vista del narrador omniscente que hoy resultaría inadmisible; el narrador que
incluso sabe lo que piensan sus personajes. Menos mal que el cine barrió a
estos metomentodos que nunca aplicaron a sus criaturas el evangélico “Por sus
actos los conoceréis”.
Lo más sorprendente de esta relectura no fue encontrarme con
la Sra. Bovary (de soltera, Emma Rouault) y su historia desgraciada sino con su
marido, el adocenado médico Charles Bovary, tan olvidado de los lectores,
siendo como es quien abre y concluye la novela de una manera tan meritoria que
su propio autor, Gustave Flaubert , de haber tenido un poco de misericordia
debería haberla titulado ‘Monsieur Bovary’ y no haber dicho aquella tontería de
“Madame Bovary soy yo”, que para lo único que ha servido es para imaginarnos a
la señora como un travesti gordo, con cara de foca y bigotazos como el manillar
de una bicicleta.
En efecto, si hay alguna víctima en esta tragedia no es Emma la principal —que al menos la tipa marcha a la tumba con mucha juerga corrida—, sino su
pobre marido, el juancojones, cojonato, huevón y boludo Charles, tan devoto de
ella y tan ajeno en su nobleza y grisura a sus manejos. En el espejo de su esposo y de su desatendida hija, Emma se me presentó despreciable por muy
justificadas que estuvieran sus aventuras por la ensoñación folletinesca (que
al final no es tan determinante); una persona mudable y caprichosa hasta el
grado de culo-veo-culo-quiero que presentimos insatisfecha en todo momento y a
perpetuidad por mucho que hubieran cuajado sus amoríos con Rodolphe y León.
Vamos, que estaba en la cama sufriendo los retortijones estomacales producidos
por el arsénico y me decía para mis adentros “Pues ahora te jodes, por zorra”.
Sí, da pena, mucha pena el sencillo Charles, tan contrario a
su esposa en su falta de ambición, en su aceptación del fracaso en ese
pueblo/agujero de Yonville que nos pinta don Gustavo. Mientras, la doña,
convencida de sus altos designios y sus exigencias por una vida mejor, más novelesca,
y fascinada a la vez por el mundo sofisticado de la aristocracia, se enreda en la trapisonda
continua de las deudas y sin remordimiento (“Pero si lleva una navaja en el
bolsillo, como un aldeano…” piensa con desprecio de su marido) se entrega a una
existencia de francachela continua que incluso lleva a encanallarla.
El final, una apoteosis de la desgracia, barridos todos los
personajes por la desdicha —salvo la mezquina población de Yonville— es mejor
que se lo lean Uds. Porque yo dejo aquí la reseña, que esto cansa.
____________________________
Ilustración:
“Mujer con sombrero de capota”, Sap, 1971.
Óleo sobre madera (tapa de caja de puros en concreto) 15 x
20 cm
.
14 comentarios:
Flaubert es mucho Flaubert. En esta novela consigue unir su autoexigencia estilística a una historia interesantísima, logrando ese magnífico resultado.
.
'Madame Bovary' es sin duda una 'must', Miguel.
Sólo le pongo un pero en su desarrollo. La escena del último encuentro entre Emma y Rodolphe, ya casi al final del libro, me pareció muy regular, muy de culebrón venezolano.
Saludos y gracias por tu comentario.
Tengo que decir que me da miedo leer de nuevo M.B. (también casi 20 años después) después de haber leído las cartas a Louise Colet. Por los 20 años y por las cartas, como si fuera a encontrarme mientras leo a Flaubert en cada párrafo, tras cada una de esas comas que sudaba y masticaba. Tu entrada me ha animado, de todas maneras. Me lo pensaré...
.
Ah, Preocupín, pues no te prives del placer de volver a leer ese arranque de la novela, tal vez las mejores páginas, hasta que entra en escena Emma.
Saludos y gracias por tu comentario.
Hace por lo menos 20 años que lo leí y lo que más recuerdo es la penosa frase final de C.Bovary: "la culpa de todo la tiene la fatalidad!". De no ser un evidente misántropo, Flaubert habría sido calificado de misógino dada la imagen que ofrece de su heroína. Grandiosa novela también "La educación sentimental", por cierto. ¡Saludetes, Sap!
.
Caro Signor Formica:
Siempre es un placer recibirlo en este salón virtual. Que la ocasión, además, la propicie don Gustavo, es un gusto añadido.
Saludos y gracias por tu comentario.
Croá Sr Sap. Con el mismo estímulo del artículo de Muñoz Molina he releído este libro, que tengo fechado en 1982. ¡Justamente el de la letrita chica de Carmen Martín Gaite!
A Madame Bovary la conozco, ah, ah, ah, me digo, te veo venir. Pero sin embargo, el pobre Charles, casi bovino Bovary, me es difícilmente imaginable. Me es inconcebible un tipo con tan buena voluntad, tan leal y enamorado, y al mismo tiempo tan desgraciado, tan alejado de la realidad. En fin, una interrogación como un perro verde. Un novelón, en el buen sentido de la palabra.
¿El cuadro es suyo, Sr Sap?
Flaubert entero es imprescindible... A mí me gusta mucho también el don Gustavo barroco, florido, apabullante, de Salambó, que siempre me pareció como si cansado de diseccionar la realidad se entregase de lleno a la fábula y el exceso, la otra cara del estilo utilizado en Bovary o La educación sentimental... Por no mencionar sus prodigiosos cuentos, con Un corazón sencillo a la cabeza...
.
Tienes razón, Álvaro; Charles parece que está puesto ahí con la simple misión de contrastar a Emma. El tío es un pasmarote de tal calidad que se hace poco creíble en su mansedumbre.
(Y sí, el cuadro es una de mis más portentosas obras infantiles).
Gracias.
:-)
.
Abuelito, viniendo de Ud. la recomendación, tomo nota enseguida de ese cuento que no conozco.
Gracias por su visita.
:-)
Nunca encontré mejor uso y aprovechamiento para la tapa de una caja de puros. De esa época tengo yo alguna cosa pintada con Titanlux plástico y me lo ha hecho recordar tu cuadro. Veré si lo bajo para el eboock, pero no te doy palabra.
En total desacuerdo contigo.
Madame Bovary vive de acuerdo a sus necesidades y no de acuerdo al papel que le impone la sociedad.
Tiene el valor de ser autentica, pese a quien pese y con todas las consecuencias.
Ella no ha venido a este mundo a cubrir las expectativas de los demas. Y si eso les fastidia, pues que se jodan ellos. Mala suerte.
Es mujer, antes que esposa, e incluso antes que madre. Y tiene todo el derecho (y la obligacion) de buscar su propia felicidad.
Con Muñoz Molina si estoy de acuerdo. Copio una cita del final del articulo: "El hermoso instinto de felicidad de Emma Rouault queda malogrado por un orden social siniestro y por una afición excesiva a la literatura".
Y por cierto, parafraseando lo que dijo tan acertadamente Flaubert, Madame Bovary tambien soy yo.
.
Gracias por tu interés en este chorriblog y en esta entrada, amigo Luis.
Lo que puntualizaría es que Emma, faltaba más, tiene todo su derecho a la consecución de la felicidad; pero es que a la vez ha adquirido unos compromisos. Vale, dejemos a un lado el de su matrimonio, el de fidelidad a su marido, que ya sabemos a qué estamos sujetos los mortales. Pero, ¿y su hija?.
Saludos.
:-)
Publicar un comentario