Lo que nunca conseguí fue quitarle el feo vicio de jurar. Y
es que la Tere juraba de continuo; cualquier aseveración, cualquier pequeña
promesa, las apoyaba en las muletas del juramento como criaturas que nacieran
defectuosas. No es que jurase con la vehemencia de Scarlett O'Hara o la
solemnidad del Alcalde de Zalamea, sino más bien con la sencillez de una
interjección. Lo terrible es que la prenda a la que ofrecía sus juros no era
otra que su hermano Rafalín, un niño desgraciado que había muerto a los pocos
años de edad.
Al principio
impresionaba escucharla decir "Te lo juro por mi hermanito
Rafalín..."; pero como la cita era tan continuada y contundente, la
presencia del pobre niño en nuestros juegos lascivos la pude sobrellevar con la
normalidad de un aristócrata al que asalta la visita del fantasma de su
castillo escocés.
(Para que se hagan una idea: El maestro Antonio
López hizo algunas variaciones sobre un tema titulado "La aparición del
hermanito". La que ahora refiero —está en el MOMA de Nueva York— es una
composición sobrecogedora realizada en óleo y relieves de madera. A la derecha,
una puerta entreabierta deja ver a una pareja que duerme en una cama
matrimonial; a la izquierda, una muchacha parece esconderse en una esquina que
forma el pasillo. En el centro y de perfil, un niño pequeño flota caminando en
el espacio. Es un niño de apenas dos años vestido con un trajecito azul,
pantalón corto y calcetines blancos. Un niño muerto que conserva cierto halo de
santidad y que de vez en cuando se aparece a la familia.)
Pues así de exacta me resultaba la presencia de Rafalín
entre nosotros. Aquel mínimo ectoplasma se colaba en el cine y se interponía en
nuestras luchas afrodisíacas tiñéndolo todo con la pátina de la muerte. Nunca
mejor que entonces, los manoseos en la sala oscura fueron mezcla ideal del
binomio eros-tánatos que tanto gusta citar a los literatos. Meterle mano a la
Tere en tales condiciones provocaba psicofonías que salían de la boca de Clint
Eastwood cuando hacía de Blondie en “El bueno, el feo y el malo”. El hermanito
Rafalín, con vocecita macabra, reconvenía desde el más allá nuestra conducta
obscena del todo.
Por otro lado, una
noticia me vino de rebote a través de un amigo. Como mis tratos con la Tere
eran más que evidentes, esto provocó una serie de cuchicheos en mi entorno
inmediato. Imagino que también la envidia de los que me sabían ejecutor de
pellizcones en las turgencias de la piba aceleró la información.
—Oye, ¿tú no te has enterado que la abuela de la Tere fue
"muchacha"?
¡Sapristi, horreur!... Así que aquella mujerona de negro que
respondía al pavoroso nombre de doña Lola, la que no se lo pensaba dos veces
antes de agarrarse del moño de alguna vecina, la misma de las amenazas
apocalípticas que tronaban con esa voz que solo largos años de ingesta de
Machaco la hacían de esparto, había sido "muchacha". Chungo pestiño.
Con esa pieza no contaba, pero desde luego fue clave para explicarme las
picardías con que la Tere se manejaba en los asuntos venusinos. Qué tía; por
eso dije al principio lo de a tal palo tal astilla. Quién sabe qué tipo de
lecciones habría recibido la nena por parte de aquella abuela colosal que era
aleación de las viejas de los Caprichos goyescos que amaestran jovenzuelas para
desplumar cabritos con toda clase de trucos y la abuela desalmada de la cándida
Eréndira. La posibilidad de emparentar con aquel endriago comenzó a llenarme de
zozobra, algo que notaba la Tere cuando tras una sesión carnívora me hablaba de
ajuares, colchas bordadas y juegos de toallas. ¿Doña Lola mi suegra? La
perspectiva de hacerme yerno de aquella giganta atrapada por las garras del
pasado hizo que mis toqueteos teresianos se frenasen un poco.
Digo suegra y digo yerno y digo bien. Los padres de la Tere
eran unos individuos cohibidos por la presencia enormísima de la abuela, un
matrimonio cuchara de esos que ni pinchan ni cortan puesto que allí el bacalao
sólo lo cortaba doña Lola. Eso sí, era pródiga en mimos y cucamonas a su
nietecita querida. O sea, que en aquella casa el amante del riesgo podría
obtener más que una suegra, una abuela política. Y de premio, un cuñadito
ectoplasmático.
(to be continued...)
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1 comentario:
Sólo para empezar: de dónde, pero de dónde, sacás esas imágenes. Querido .sap: sos decididamente genial.
Y por supuesto quiero seguir leyendo esta antropofágica historia de amores caníbales con la Tere.
Y quiero y necesito que vuelvas al café. Ya mismo. Sin excusas ni dilaciones.
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