No sé si es demasiado pedante por mi parte llamar a "Las partículas elementales", novela crepuscular. El crepúsculo de la civilización occidental —centrada en esta ocasión en la burguesía francesa— y el aterrador panorama que se divisa desde el mirador de los casi cincuenta tacos, sito en la cúspide de una montaña. La cuesta abajo del dolor, la enfermedad y la muerte, ingredientes todos de un cóctel al que seremos invitados sin remisión.

En otro orden de cosas, Houellebecq muestra mucho interés en la felación. De hecho, las continuas churrupaíllas de las señoras que aparecen en la historia, son hilo conductor de la misma. Aquí el tío hace patria y chauvinismo del "francés", juas, juas (¿captan el graciosísimo chiste?)
No quiero espachurrar más el cuento. “Las partículas elementales” es una novela triste en su necesidad y demoledora. Incluso conmovedora. La creo perfectamente recomendable. Si tienes cuarenta/cuarenta y tantos/cincuenta, te sientes mal y te gustaría sentirte peor, no lo dudes: Julebé es tu hombre. (Puf, qué malo soy también contando novelas. Perdón.)
Sap. junio, 2003
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