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Julián de Capadocia (en el siglo, Julián Ruiz Bechamel) es un prejubilado de Telefónica que se hace acompañar de un perrazo negro al que llama Zaratustra, animal al que nadie ha escuchado jamás ladrar ni ha visto salir de un letargo permanente. Julián de Capadocia es socio de la Peña Deportivo-Cultural de su barrio y a ella acude para jugar eventuales partidas de dominó o de tute con el fin de pegar la hebra con cualquiera que se ponga a tiro. Si no encuentra interlocutores en la mesa de juego, se acoda en la barra con la pretensión de darle palique a Pascual, el camarero, mientras le sirve un sencillo tinto con sifón acompañado de un platito de altramuces. En efecto, Julián de Capadocia tiene fama de pelmazo insuperable y todo el mundo le huye, por lo que vive en un aislamiento perpetuo, solo paliado por desconocidos que descubren un inicial interés en su conversación.
Es por tanto en la calle, en los mercados y mercadillos o en las consultas médicas del Centro de Salud donde, a la manera socrática, Julián echa sus redes y espera con paciencia a que alguien decida responder a una primera pregunta con la que iniciar la charla. Para arrancar, una de sus cuestiones favoritas es la siguiente: "¿Es la muerte la única certeza, más allá de la propia conciencia cartesiana, donde podemos aferrarnos y edificar sobre ella la verdad?" Ante la pregunta, la mayoría de interlocutores intenta zafarse empleando mil argucias, pero, con un poco de suerte, Julián de Capadocia halla a otros bien dispuestos al intercambio de pareceres e incluso, llegado el momento, se animan tanto a invitarle a un tinto con sifón para continuar el diálogo como a prodigar algunas caricias al siempre estoico Zaratustra.
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