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Para Nieves de Lucas.
Al viejo, el sol que se filtraba a través del cañizo le pintaba de luz el cuerpo con finas líneas paralelas. Hacía calor. Sentado en el suelo de tierra y apoyada la espalda en la pared de adobe, el viejo dormitaba y espantaba moscas. Del río llegaba el olor del agua estancada y a veces, de manera súbita, se escuchaba el aletear de los patos que arrancaban a volar entre los juncos. Croaba una rana.
--¿Cuándo vuelves al templo?-- le preguntó al niño que a la sombra de la parra, hendía una tablilla de barro con un trozo de caña.
--Me dijo Kardesh que cuando mengüe la luna--, respondió el niño cambiando de postura y ajustandose el faldellín de lino.
--A poco que te apliques te convertirás en un buen escriba. Erinnu está contento contigo.
El niño no prestaba atención a cuanto decía el viejo. Esforzado en su trabajo, sacaba un poco la lengua y se reía de lo que iban significando sus marcas.
--¡Mira, abuelo, lo que he escrito!-- el niño pasó la tablilla al viejo y este comenzó a leer en voz alta con dificultad:
--"El ma... el maestro Erinnu es un bu... es un burro"... ¡Pero niño...!
--No, abuelo, no es eso. Es lo de más abajo. Me lo acabo de inventar, ¿a que es divertido?-- dijo el niño señalando la columna de signos con el dedo. El viejo, un poco molesto, descifró con trabajo lo indicado:
--"Ton... Tonto el que lo lea".
:-)
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(Tal y como sugiere Ángela Marcos, en el pecado original no intervino una serpiente y una manzana sino una tablilla de barro y un cálamo).
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1 comentario:
Pues me ha "gustao" el cuentecito, si señor.
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