STYLE EXERCISE, XXIV
A dos años de su regreso a Alfoz del Rey y casi treinta de ausencia, aún no se había atrevido a poner los pies en la tasca de Filiberto. Temía que el ahora anciano le recordase una vieja deuda que no alcanzó a pagarle. En total, veinte pesetas con dieciocho céntimos, producto de los vasos de vino tomados la semana antes de ser detenido.
En realidad, salía poco de la fonda donde se alojaba y cuando lo hacía, se cuidaba de llevar puesto un sombrero de grandes alas y una barba postiza hecha con crines de caballo. En el pueblo, claro, nadie reconocía en aquel extraño personaje a Juan José Borrajas, el asesino de don Ramón, el sacerdote que ofició durante tantos años en la iglesia de San Martín. El caso es que cuando abandonaba su encierro para ir a visitar a su hermana --única persona que estaba en el secreto de su vuelta-- los niños lo rodeaban, e impertinentes, le hacían burlas hasta que él los espantaba con un vozarrón de ogro.
En la casona que habitaba Virginia, la vida la marcaba el vaivén del péndulo de un gran reloj de pared. Ambos hermanos compartían el velador donde Virginia había servido un chocolate con picatostes. La mujer se movía sigilosa. Calzaba unas pantuflas de suela de gamuza que al caminar, abrillantaban la cera del entarimado. Tampoco dejaba de bisbisear la oración a santa Apolonia, su favorita, la que conseguía calmarle sus constantes dolores de muelas. Virginia había encontrado en la devoción religiosa y en las obras de caridad, sentido a su existencia.
--Toma todo el chocolate que quieras, Juan José.
--No, no me apetece más. Recojamos la mesa y empecemos la partida cuanto antes.
Apostaban fuerte, pero con garbanzos. Virginia no hubiera tolerado jugar con dinero, sus convicciones morales así se lo dictaban. Mientras barajaban, repartían y analizaban sus cartas, el alto clong clong del péndulo hacía más silenciosas sus meditaciones.
--Debiste haberlo matado antes. Cuando me desgració.
--Tú calla y juega.
--¿Fue duro el presidio?
--Cuarenta en bastos.
--Estaba hecho de la piel del diablo.
--Sí, pero tú no dejas de frecuentar la iglesia y las beatas.
--Algo tendré que hacer. Los inviernos son largos y aquí aún no ha llegado la televisión.
--A ver, haz la cuenta. Creo que he ganado otra vez.
Y así durante tardes, y tardes y tardes...
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Solución al Damero anterior (nº 60)
A. Esófago, B. Sobaco, C. Acuse, D. Lubina, E. Gálgaras, F. Ampliese, G. Reliquia, H. Ígneo, I. Esquilme, J. Lime, K. Tela, L. Rockera, M. Embudo, N. Negus, Ñ. Velluda, O. Opciones, P. Lamente, Q. Aguinaldo, R. Defeca, S. Occidente, T. Riego.
Acróstico: E. Salgari, "El tren volador".
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8 comentarios:
Magnífico relato, amigo Sap.
Me alegro mucho de que sigas escribiendo por aquí, aunque sea de tarde en tarde.
Un placer leerte. Me ha encantado el relato.
Lástima que no se prodigue usted más, don Sap.
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Sr. Morilla y Nicolás, sois mamables hasta para elevar a la categoría de "relato" lo que no es más que un breve ejercicio de estilo para presentar el Damerillo. A propósito, ¿lo habéis resuelto, perillanes?
:-)
Querido amigo, como tú bien sabes, la brevedad no está reñida con la calidad literaria. Y tu texto es muestra bien elocuente de ello. Un abrazo.
En cuanto a mis capacidades para completar dameros, crucigramas y similares, siempre tuve envidia de la destreza de mi padre y de algunos amigos para resolver estos juegos lingüísticos.
Y, por último, te ruego encarecidamente que te prodigues con estos ejercicios de estilo para disfrute de tus fieles seguidores.
Amén
Me ha gustado mucho el relato.
Seguro que el tasquero Filiberto sería un "malaje", sino, seguro que Juan Jose Borrajas le hubiera dejado a deber mas vasos de vino.
¡Ah!, damero resuelto de una "tacada", eso si, bastante larga.
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