Al
grupo de gandules que —sin excepción— fueron mis maestros.
Fue lo
de cuando robaron el dinero en la clase. El dinero que guardaba don Francisco
en la caja de un cajón de la mesa. En una caja de lata. Lo menos quinientas
pesetas.
Era el
dinero de la Permanencia, o sea, que era suyo por la hora de la Permanencia,
cuando nos ponía a hacer problemas y a hacer copiados. Lo guardaba en su cajón,
en una caja de lata pero sin llave. Y un día la abrió y no estaba el dinero. O
sea, que lo habían robado.
Se
enfadó bastante y nos gritó bastante.
Nos
puso a todos de pie y preguntó que quién había robado el dinero. Y todo el
mundo callado. Que qué, que no decís nada, gansos. Y todo el mundo callado.
Pues de esto se va a enterar el director. Y seguimos callados. Luego tuvimos
que vaciarnos los bolsillos y vaciar la cartera cada uno encima de la mesa y no
estaba el dinero. Lo habrían robado otro día. Pero luego nos fuimos porque sonó
el timbre.
Al día
siguiente igual. Quién ha sido. Ah, que no, pues vais a ver ya, gansos, que
sois unos gansos. Y entonces seguimos pintando el mapa del Valle del Ebro.
Entonces por la tarde vino el director con sus gafas esas finitas y el traje
negro y la corbata negra que siempre llevaba y nos mandó ponernos de pie y nos
mandó callar. Cuando nos mandaba callar movía una mano como si diera bocados,
como la boca de un pescado respirando, y preguntó también quién ha sido. Y todo
el mundo callado. Entonces don Francisco dijo que prometo que quien haya sido que lo diga y no le pasará nada. Lo prometo. Y todo el mundo callado.
Entonces
el director dijo que nosotros tenemos en el despacho un maletín con cosas de la
policía, con unos polvitos que adivinan las huellas y que iban a echar los
polvitos en la caja de lata. Y todos callados porque de verdad que no sabíamos
nada.
Así lo
menos dos días preguntando. Una tarde me llevó don Francisco al despacho del
director. Me sentaron en una silla enfrente de la mesa y los dos no decían
nada. Ni yo entendía nada. Los tres callados lo menos media hora y luego volví
a la clase con don Francisco.
Otra
tarde me entraron ganas de mear y pedí permiso y subí las escaleras para ir al
servicio y cuando bajé las escaleras, don Francisco me estaba esperando fuera,
en la puerta de la clase. Me miraba pero callado y yo me puse enfrente de él y
también estaba callado. Luego me dejó entrar en la clase y luego entró él. Eso
se lo hicieron a más gente.
Pero el
dinero no aparecía ni se sabía el ladrón y en el recreo cada uno decíamos que
quién creíamos que era el ladrón. Casi todos creíamos que era el Velasco y
empezamos a echarle las culpas al Velasco pero no se lo decíamos porque nos
pegaba. El Velasco era uno de los torpes, uno que siempre estaba castigado y
que vivía como los gitanos. Nunca sabía nada. Un día le preguntó don Francisco
que a ver, Velasco, dígame usted un monumento románico y va el Velasco y se
levanta y dice, pues las ruinas de Litálica y nos reímos todos de lo burro que
era y lo guarro que era con la vela de mocos que siempre tenía colgando en la
nariz. Otro día le preguntó que a ver Velasco, sabe usted quién inventó la
electricidad y va el Velasco y dice sí, El Mahoma. Y nosotros venga reírnos y
el Velasco con los mocos colgando.
Claro,
Velasco de vela y de asco.
Una
tarde vino la madre del Ruiz Durán para pedirle permiso a don Francisco para
llevarse al Ruiz Durán de la Permanencia porque iban a ir a un teatro. Entonces
la madre dijo que tenía otra entrada y si podía venir alguien y entonces me
eligieron a mí y que si yo quería. Vale, dije.
Nos
fuimos andando desde el colegio, mucho tiempo porque el teatro estaba por el Parque.
Ni el Ruiz Durán ni yo habíamos ido nunca al teatro. Me acuerdo que lo que
ponían se llamaba Las Mariposas pero ya no me acuerdo de qué era. Estábamos
contentos de estar por allí andando y los demás en la clase con don Francisco
pintando mapas o haciendo problemas. Cuando íbamos andando dijo el Ruiz Durán
que éramos amigos y que podíamos contarnos alguna cosa. Algún secreto. Lo dijo
él y me asustó un poco porque le dije vale y me creía que me iba a decir que él
era el ladrón del dinero. Pero no y la madre estaba un poco lejos. Pero se puso
un poco triste y me contó que en el pueblo de su madre, cuando se iban de
veraneo, los niños del pueblo, como él era un poco gordo, le decían El Zambombo
para reírse de él. Le tuve que jurar que no le diría a nadie que le decían El
Zambombo. Yo no me acuerdo de qué secreto le conté. Luego llegamos al teatro.
Al otro
día nos dijo don Francisco que al otro día que era el lunes, que el ladrón
trajera el dinero porque íbamos a hacer una cosa por la mañana. Era que por la
mañana nos formó en el patio y no nos dejó subir a la clase. Nuestra clase se
quedó sola en el patio y las demás ya habían entrado. Así que dijo don
Francisco con el director, ahora vais a subir uno a uno, subís y bajáis, y el
que se llevó el dinero que lo deje en la caja, luego subimos todos juntos y si
aparece el dinero en la caja yo les prometo a ustedes que ya no pasa nada
porque el que haya sido el ladrón habrá sido honrado, así que vamos a empezar.
Y
fuimos subiendo por la letra del apellido. Primero el Alcaide y luego el Ariza
y así. Luego iban bajando y se metían otra vez en las filas. Todo el mundo
mirábamos al Velasco que era de los últimos pero seguía con su vela de mocos
mirando para enfrente.
Cuando
me tocó a mí, subí las escaleras y me dio un poco de miedo ver las escaleras
solas y las voces de los demás niños de las demás clases que se escuchaban
detrás de las puertas. Luego llegué a mi clase, abrí la puerta y la cerré.
Entonces tuve más miedo cuando vi la clase vacía. Tanto miedo que no quise ni
acercarme a la mesa de don Francisco a ver si ya habían dejado el dinero en la
caja y dejar las huellas. Me quedé parado allí en medio y miré la pizarra y
estaba el río Duero con los afluentes y miré luego la ventana y vi dos
gorriones peleándose en lo que hay abajo de las ventanas. Luego abrí otra vez
la puerta y bajé las escaleras. Llegué al patio y me metí en la fila. Esto lo
hicimos todos, el Guti, el Sánchez Parrilla, hasta el Velasco y hasta que le llegó
el turno al último que era el Zamorano.
Entonces
cuando terminamos dijo don Francisco, pues ahora todos para arriba en orden a
ver si está el dinero y yo doy mi palabra que ya no pasa nada más y me olvido
del culpable.
Llegamos
a la clase y cada uno se sentó en su sitio y entonces don Francisco cerró la
puerta y fue para su mesa. Abrió el cajón y luego la caja y allí estaban las quinientas
pesetas. Todas. Todas todas. No faltaba ni una peseta. Entonces yo me creí que
don Francisco nos mandaría sacar los problemas para corregirlos, pero que va.
Don
Francisco se puso a hablar de lo honrado y de lo valiente que había sido el que
se llevó el dinero y que lo había devuelto y que eso estaba bien. Pero entonces
empezó a preguntarnos uno por uno, igual que cuando subimos y bajamos de la
clase, que qué castigo merecía el ladrón porque un ladrón sería siempre un
ratero.
El
Alcaide se puso de pie porque era el primero. Pero estaba callado. Así que don
Francisco lo achuchaba. Venga, dígame usted qué le haría al que cogió el
dinero. Y el Alcaide callado y don Francisco que venga. Así hasta que el
Alcaide dijo que yo lo suspendería. Se sentó. Luego le tocó al Ariza y dijo que
yo lo suspendería también para que repitiera el curso.
Así era
al principio, pero después cada uno iba diciendo más cosas. El Cruz dijo que
también había que darle una paliza. Y cada uno iba diciendo castigos más
grandes y don Francisco seguía y seguía porque nos achuchaba como a los perros.
Estábamos
nerviosos pero también contentos porque en el colegio nos castigaban tanto que
nos gustaba que castigaran a otro y que nosotros lo dijéramos y que no nos
pasara nada. Y por eso veíamos al Velasco y es como si nos diera un calambre.
Y
seguimos y luego el Daza Muñoz dijo que lo expulsaran del colegio. Y el Duque
que también le pusieran una multa a los padres. Y cada vez los castigos eran
más grandes y uno dijo que lo tienen que meter en un correccional.
Disfrutábamos aunque estábamos muy serios. Cuando me llegó a mí el turno me
puse de pie y me parece que dije también que lo expulsaran. Después seguía todo
así con las palizas y el repetir el curso y el expulsarlo y lo de los padres.
Entonces
cuando le tocó al Ruiz Durán, se puso de pie y cuando le preguntó don Francisco
se quedó callado. Le preguntó otra vez y entonces dijo, lo que ha dicho ése.
Cómo que lo que ha dicho ése, que lo suspendan o qué. Y dijo sí. Pero ya no
dijo nada más porque se sentó en la silla como si se cayera y se puso a llorar.
Lloraba mucho. Muchísimo. Con la cara escondida en los brazos en la mesa.
Nos
llevamos la sorpresa porque el ladrón no era el Velasco sino que era el Ruiz
Durán, uno de los listos. Don Francisco se acercó a él y le dio una palmada en
la espalda pero el Ruiz Durán seguía llorando y luego nos acercamos todos y le
dábamos palmaditas en la espalda y don Francisco dijo, ha tenido mucha hombría.
Era la primera vez que yo escuchaba esa palabra y no sabía qué era.
Después
todo era igual y seguíamos pintando mapas de las cordilleras y haciendo
problemas. Así días y días. Pero al Ruiz Durán no lo suspendieron al final,
pero aunque era de los listos ya no sacaba buenas notas. Nunca sacaba buenas
notas y lo suspendían.
Cuando
se acabó el curso y vinimos luego de las vacaciones del verano, ya el Ruiz
Durán no vino más. Lo veíamos por la calle llevando un carro bicicleta de la
tienda del padre repartiendo cosas. Qué suerte. Nosotros con los problemas y con
don Francisco y él en la calle montado en un carro y dándole a los pedales y
repartiendo los recados. Cuando lo veíamos se escondía para que no lo viéramos.
Luego es cuando ya nos decían que íbamos a estudiar no sé qué, pero el Ruiz
Durán no porque seguía con el carro bicicleta y no se paraba con nosotros.
Yo me
acordaba de cuando me dijo que le decían El Zambombo y que fuimos al teatro.
Nunca le dije a nadie que le decían El Zambombo. De verdad. Bueno, no, se lo
dije al Sánchez Parrilla.
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Gracias, esforzado lector que hasta aquí llegaste.
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22 comentarios:
Si no fuera un poco timorata diría sin más que es el mejor cuento que le he leído, Sr. Sap. En él se cumple eso que decía Muñoz Molina el otro día de la voz verdadera de la literatura.
Imagino todo lo que se le tuvo que pasar por la cabeza al "pobre¨"Ruiz Durán cuando escuchaba todas esas "condenas". En toda las clases habia un Velasco, vaya asociación de mocos con apellido. Eres un "artiiista".
Yo tambien fuí a muchas clases de permanencia con Doña Pilar.
La inocencia de los niños. Magistral.
Bueno, pues ami me recuerda los tiempos de la Marina, que le vamos a hacer, es que a mi me dejó huella.
Es un dicho muy frecuente ese de: ¡ La que se a liar, si no aparece la manta.
Pues en la Marina nos entregaban una manta muuuu larga, que nos servia como base y para taparnos sobre la litera y veces uno denunciaba que se la habían robado. El castigo es que, a media noche,nos levantaban a todos y nos hacían cambiarnos de ropa constantemente y, como los atuendos era muy variados, eso resultaba agotador y luego encima tener que ordenar la taquilla, pero recuerdo que ni una vez aparecía la puta manta.
Que bien le habría venido a nuestros politicos, tener un D Francisco en su niñez, que les recordara devolver el dinero que se roba.
Me ha gustado mucho tu relato.
Chapó, maese Sap.
He leído hasta el final sin ningún esfuerzo, que lo sepas, y me he quedado con ganas de más.
Eres de los grandes, chaval.
Un abrazo.
Buenísimo. El mejor que he leido aquí junto al del diablo. Ya sabes el de uuuhh uuuhh y let me introduce myself.
Llegado el caso y el momento oportuno, que no tiene porque ser ninguna sustracción monetaria al maestro, ni "pérdida" intencionada de algún bien material en el aula, ¿daría usted su permiso, don Sap, para que este humilde colega de don Francisco pueda usar este cuento con intenciones pedagógicas?
Quedo a la espera de su respuesta.
Los ZAMBOMBOS de hoy ya no les dan a los pedales, tienen carros de los buenos y al padre le traen las zapatillas un buldog francés.
Velasco no fuiste tú, pero coño límpiate bien la napia.
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Gracias, María. Entendí que la verosimilitud del hecho real, solo se alcanzaría utilizando la voz de un niño.
:-)
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Charo: Las clases de Permanencia eran, en mi caso, machadianamente insoportables. Gracias por tu comentario.
:-)
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Ángela: La inocencia y su pérdida a manos de rufianes como aquel maestro y otros parecidos que nos infectaron en aquel colegio.
Gracias.
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Sr. Carrasco: En este caso, el robo fue lo de menos, un pretexto para dejar asomar la ferocidad.
Gracias por el comentario.
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No, Evita, D. Francisco era un canalla que ningún niño merecía. Lo que necesita la clase política española es fuego purificador.
Gracias.
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Gracias, Vichoff, tú es que eres de gafa amable conmigo.
:-)
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¡Hombre, Eduardo, qué sorpresa verte por aquí! Has sido muy amable... El uuhh, uuuhh, ahhh, síi, ya recuerdo.
:-)
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Por favor, Nicolás, no te llames colega de D. Francisco porque tú eres un maestro de verdad y aquél solo nos supo enseñar la acera oscura del vivir.
Para mí sería un honor que la voz de este niño te fuese útil, ¡vaya premio que me otorgas! Gracias.
:-)
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Poco te tengo que comentar, Jaguarfidel, puesto que conociste de primera mano cómo se las gastaban en el ejemplarizante Colegio Nacional Generalísimo Franco.
:-)
Delicioso relato de inocencias y temores. ¿Éramos / somos los maestros tan monstruosos e ineficaces? Me comeré el coco un rato, sapiente Sap.
Un abrazo,
AG
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Muy a mi pesar, amigo Alberto, debo confirmarte que el grupo de docentes que a mí me tocó en suerte fue terrible. Parecían unos recién llegados de las trincheras.
:-)
Sap, sin duda lo sabes y a ello te refieres con tu última frase: hubo muchos patriotas que, a la vuelta de la División Azul, fueron nombrados maestros tras un curso de unas cuantas semanas. Lo suyo era más doctrinario que pedagógico, así que, sin generalizar, me figuro por dónde van tus imputaciones.
Saludos,
AG
AG
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Así era, Alberto. La mayoría de aquellos individuos eran o veteranos de la División Azul o 'alféreces provisionales' reconvertidos o falangistas que vestían la camisa azul debajo de la chaqueta.
El problema es que cuando llegaron las primeras hornadas de maestros jóvenes, aquella casta los acogotó. Hubo que esperar a su jubilación o fallecimiento para que el orden de las cosas comenzara a cambiar.
Pero antes que aquello ocurriera, ¡qué leña se daba allí, qué leña!
:-/
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