martes, enero 03, 2012

Damero Mardito, nº 33 (enero)

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Ni un pelo de tonto


De las muchas excentricidades que practicó en vida el animoso Adelardo Pacharán, viene a bien que recordemos hoy (pues fue una decisión que tomó con el vigor con que se emprenden los proyectos al nacer el Año Nuevo) su gusto por dormir con la cabeza cubierta. No nos referimos desde luego a que se la tapara con las mantas, edredones o cobijas de su cama, sino que se tocaba de cualquier gorro o prenda similar. Ciertamente su idea venía avalada por una incuestionable verdad científica: el calor que concentra el cuerpo humano se pierde por la cabeza, como si nuestra especie fuera una enorme cerilla encendida. Esta certeza la adornó Adelardo con la variedad de su numerosa colección de gorros, gorras y sombreros, siendo así que elegía uno distinto cada noche anunciándolo a su esposa desde el cuarto de baño: “¡Bernardina (su esposa se llamaba Bernardina), cariño, prepárate que hoy me toca la boina!” Minutos después, Adelardo Pacharán se presentaba con la cabeza así ataviada dispuesto a compartir el tálamo.

A consecuencia de este comportamiento, las trifulcas conyugales antes de dormir fueron frecuentes, no ya porque Bernardina se quejase de que meterse en el lecho con su marido emboinado era como hacerlo con don Pío Baroja sino porque en sucesivas jornadas la sorprendió cubriéndose con una montera de torero, una gorra de béisbol, un sombrerito tirolés con su pluma y hasta un charolado tricornio de Guardia Civil (que por cierto, encontró muy cómodo como apoyacabeza). Pero todo terminó el día que tras muchos ruegos y la promesa de ser el último en seguir con esta conducta, Adelardo Pacharán consiguió encamarse llevando en la cabeza un sombrero de mariachi mejicano... “Ustedes no saben lo que me hizo sufrir a mí este hombre”, era la queja a la que Bernardina, ya viuda, nos tenía habituados.   

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