Ni un pelo de tonto
De las muchas excentricidades que
practicó en vida el animoso Adelardo Pacharán, viene a bien que
recordemos hoy (pues fue una decisión que tomó con el vigor con que
se emprenden los proyectos al nacer el Año Nuevo) su gusto por
dormir con la cabeza cubierta. No nos referimos desde luego a que se
la tapara con las mantas, edredones o cobijas de su cama, sino que se
tocaba de cualquier gorro o prenda similar. Ciertamente su idea venía
avalada por una incuestionable verdad científica: el calor que
concentra el cuerpo humano se pierde por la cabeza, como si nuestra
especie fuera una enorme cerilla encendida. Esta certeza la adornó
Adelardo con la variedad de su numerosa colección de gorros, gorras
y sombreros, siendo así que elegía uno distinto cada noche
anunciándolo a su esposa desde el cuarto de baño: “¡Bernardina
(su esposa se llamaba Bernardina), cariño, prepárate que hoy me
toca la boina!” Minutos después, Adelardo Pacharán se presentaba
con la cabeza así ataviada dispuesto a compartir el tálamo.
A consecuencia de este comportamiento,
las trifulcas conyugales antes de dormir fueron frecuentes, no ya
porque Bernardina se quejase de que meterse en el lecho con su marido
emboinado era como hacerlo con don Pío Baroja sino porque en
sucesivas jornadas la sorprendió cubriéndose con una montera de
torero, una gorra de béisbol, un sombrerito tirolés con su pluma y
hasta un charolado tricornio de Guardia Civil (que por cierto,
encontró muy cómodo como apoyacabeza). Pero todo terminó el día
que tras muchos ruegos y la promesa de ser el último en seguir con
esta conducta, Adelardo Pacharán consiguió encamarse llevando en la
cabeza un sombrero de mariachi mejicano... “Ustedes no saben lo que
me hizo sufrir a mí este hombre”, era la queja a la que
Bernardina, ya viuda, nos tenía habituados.
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