Yo fui un niño del Athletic. Un
niño extraño que en el corazón del beticismo y el palanganismo y a causa de una
carambola geográfica-familiar eligió a los aldeanos, luciendo por los secarrales del barrio una
flamante equipación de camiseta rojiblanca y pantalón negro. Llevaba en la
espalda el número nueve que era el de Uriarte (Fidel Uriarte Macho, temporadas
68-74), aquel delantero que se hartó de meter goles con su cabeza
paralelepípeda.
Lo de flamante equipación fue al
principio; los días inmediatamente posteriores a la jornada de Reyes, ya que
tras el primer paso por la lavadora las rayas rojas destiñeron manchando no
sólo las blancas sino perdiendo la nitidez del primer apresto. Así, a lo lejos,
la camiseta parecía ser rosa como si en vez de pertenecer a un equipo de Leones
fuera propia de otro de gays de la época. Por otra parte, el pantalón estaba
confeccionado con un tejido tenaz, inasequible al doblez y que, una vez puesto,
formaba unos abultamientos alrededor de las caderas y un vuelo de perniles que
semejaba una falda ahuecada por un varillaje de paraguas.
Un urbanismo de jaramagos y
ardientes solares tapizados de vidrios y latas fueron los paisajes que
contemplaron mis torpezas futbolísticas, el perfecto marco de aquella pobreza
de albaneses. No metí un gol en la vida y mis habilidades con el balón se
limitaron al chut casual con la rodilla o al regate a mí mismo, cuestiones
éstas que hicieron que mi afición por los del Bocho fuera tomada con poca
seriedad en el entorno. Con todo, mi amor era sincero y así, con tabarra de
insecto conseguí que me compraran en el quiosco una revista dedicada por
completo al Athletic. Eran, ya digo, los tiempos de Uriarte e Iribar, de Sáez,
Larrauri y los hermanos Rojo, de Beltzúe, Arieta y Aranguren, de unos
jovencísimos Ortuondo y Clemente. Allí en fotografías estaban todos, con sus
bocas pequeñas y sus vascas cabezas braquicéfalas tan alejadas de los rostros
juanetudos de nuestra cantera provincial.
Mi tesón obtuvo finalmente un
premio desmedido. Un vecino que trabajaba de maletero en un hotel del centro de
la ciudad, resultó ser también del Athletic. Le presté mi revista con la
solidaridad de quien se sabe desguarnecido, pero el entusiasmo inicial derivó
en enfado porque pasaron semanas sin que me la devolviese. ¿Qué podía hacer yo,
un niño, frente a un hombre mayor que además era padre de dos amigos míos?
Acabé por resignarme ante tamaña pérdida.
Fue un lunes cuando al volver del
callejeo, la abuela dijo: "Toma. Dice Alfonso el del quinto, el del hotel
Colón, que esto es tuyo". Me sorprendió recuperar una revista que creía
perdida en las manos de aquel desconsiderado. En un papel oculto entre la
portada y la primera página, Alfonso había escrito con su letra menestral:
"No te preocupes por los ocho goles que nos metió ayer el Betis. Nosotros
somos los Leones". Luego, al pasar las hojas, vi que en las fotos, incluso
en el póster central, todos los jugadores del Athletic Club de Bilbao, aquellos
Leones de Alfonso y míos, habían estampado su firma.
3 comentarios:
Genial, Sap. En esto es en lo único que coincido, con Pep.
Lo que cuentas me recuerda a lo que contaba Antonio, creo que en "El viento de la luna" , de lo ridículo que se sintió cuando tuvo que ponerse, como pantalón de deporte en el colegio, un bañador viejo de su tío.
Íllo, el primer equipo de mis simpatías cuando chico –antes de que los Reyes Magos me trajeran la camiseta del Barça– también era el Athletic, con aquellos red brothers, Rojo Primero y Rojo Segundo, cuales monarcas balompédicos.
Saluti.
;)
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