martes, octubre 27, 2009

"El abuelo, guitarrista"


La guitarra del abuelo se constituyó con el tiempo en un elemento molesto por su omnipresencia. Si queríamos descargar los bártulos del veraneo que se guardaban en una alacena, allí la encontrábamos ante las sillas plegables y el saco de herrajes de la tienda de campaña. Si por el contrario comenzaba la temporada invernal, la hallábamos sobre las mantas y los edredones dificultando la extracción. Así que la quitábamos de enmedio, aparecía bajo una cama estorbando el alcanzar los enseres allá dispuestos o se corporeizaba en los rincones más inauditos criando polvo como aquella arpa becqueriana, o nos asustaba en mitad de la noche con su desplome ruidoso de armario.

Su origen fue uno de los sueños incumplidos del abuelo, en este caso el haber formado parte de una rondalla. El abuelo manifestaba una gran admiración por todo aquel capaz de ejecutar una melodía con algún instrumento de pulso y púa y aunque confesaba que en su juventud había tenido devaneos con una bandurria, disimulaba su fracaso de instrumentista arguyendo la poca seriedad que ofrecía esa especie de guitarrita jibarizada donde todo lo más que se podía tocar era “Clavelitos”. Cercano ya a la jubilación, su alegría fue enorme cuando el boleto que habíamos comprado en una tómbola, resultó premiado con una guitarra. ¡Qué mimos, qué cuidados en su traslado a casa! Con sus hábiles manos logró transformarla en un objeto donde al menos Andrés Segovia no habría vomitado la primera papilla que le dieron. Adornó los trastes con puntos de nácar, cambió las cuerdas que de origen eran infectas, colocó un pulsador, lubricó clavijas e incluso barnizó a muñequilla las zonas donde las superficies aparecían mates. Pertrechado luego de plectro y cejilla, adquirió en un comercio del ramo un método de aprendizaje con acordes cifrados dispuesto a llenar con el estudio las largas horas de ocio que se le avecinaban.

Todo fue inútil. El que el abuelo combinara tres acordes seguidos era imposible; el hombre se hacía un lío con los dedos, le aburría su propia descoordinación y acababa desmoralizado. Nosotros, inclementes, le hicimos ver además que lo de tocar la guitarra como él quería no sólo era soltar una ristra de acordes como si fuera un cantautor cansino sino que debía acompañarse de una melodía reconocible y usar de los arpegios y punteos. Estas aseveraciones lo hundían ya por completo, así que por fin apiadados, le sugerimos que obviara los acordes y que directamente atacara musiquillas con el concurso de las cuerdas más finitas. Iluminado por esta posibilidad, prescindió de métodos liantes y a partir de entonces se dedicó a plasmar de oído sus canciones favoritas. Aquello, desde luego, fue un disturbio familiar pues los ensayos continuos distraían nuestra atención del televisor y le ordenábamos el silencio entre chisteos de lechuzas. Irredento, el abuelo no cejó en su empeño y nos juraba y perjuraba que aquel goteo de ting... tring... tingtring... trongtrong... era una versión del bolero "Contigo en la distancia".

Pero no eran solo las lamentables ejecuciones lo que le hacían digno del estrangulamiento, sino su acompañamiento de gestos y mohines que a todos nos llenaban de estupor. Esforzado como un niño que se ejercita en la caligrafía, el abuelo asomaba la punta de la lengua cada vez que pulsaba una cuerda o acomodaba un dedo en un traste. Ladeaba la mandíbula y hacía tan extraños visajes con los ojos que provocaba el bizqueo dándole apariencia de cretino de baba. Esta colección de deformaciones hacía que la abuela se sintiera avergonzada de su marido, creando en ella el horror de que alguna visita sorprendiera al cónyuge en plena interpretación de una pieza. Era por eso que cada vez que sonaba el timbre de la puerta instara a grito pelado al abuelo para que guardara la guitarra. "¡Pero tú crees que la guitarra la puedo esconder como un bolígrafo. Vamos, hombre!" Y comenzaba la trifulca acostumbrada con los resultados de siempre, esto es, una disonante ejecución del tango "Bandoneón arrabalero" con toda suerte de tring... tring, trong... trong y trang... trang.

Ante el escaso entusiasmo conque el abuelo vio acogida su afición y consciente de que en los ocho o nueve meses transcurridos se sentía incapaz siquiera de afinar su guitarra de feria, abandonó para siempre el proyecto de convertirse en concertista y optó por comprarse unas acuarelas porque si la gloria no le recibía como músico, sí lo haría como paisajista. De esta forma y como dijimos, la guitarra cambió su utilidad melódica para, desencordada y llena de mataduras, convertirse en mueble molesto en su permanente exilio de pelusas.

©Sap.
es.humanidades.literatura

2 comentarios:

jaguarfidel dijo...

Querer y no poder, cada uno nace con unas cualidades unos la desarrollan y otros ni las conocen, en particular lo mío no es tocar cualquier instrumento, me gusta la batería, ¿que hago en un piso de 70m? ¡Pues nada de tocata nada!
Saludos de un batería difunto.

Anónimo dijo...

hola manolo , soy daniel , el hijo de tu prima mari . mi madre me ha dado la direccion de tu blog , q me parece estupendo ...y bicheando he visto este comentario tuyo sobre la guitarra del abuelo , guitarra q acabe teniendo yo , x q un dia la vi en su casa y yo queria aprender ....bueno pues decirte q me sirvio de mucho , aprendi con ella , mis amigos guitarristas se reian del cacharro musical pero servia igualmente . ahora tengo varias guitarras , mejores x supuesto , pero siempre me acuerdo de ella , ¿ q fue del aparato en si ? un dia otro amigo q queria aprender me la pidio y yo se la deje , sabiendo q la perdia , pero me alegraba saber q a lo mejor potenciaba a otro guitarrista como yo... en fin , me alegro leerte , a ver si nos vemos , un abrazo.