viernes, enero 08, 2010

El beso



Leí la noticia mientras desayunaba en un bar de la calle Canalejas y de esto hace mucho tiempo. Creo recordar que sucedió en Alicante.

En el periódico se llamaba, por ejemplo, A.M.L. y digamos que tenía dieciocho años. Seguramente era feúcha, o al menos tendría un rostro vulgar. Una de esas caras donde ningún elemento llama la atención, anodina. Pero ella se consideraba de un feo insoportable.

En el colegio pudo ser feliz. Dejó de serlo en el momento en que sus compañeras empezaron a interesarse por los chicos. Tal vez bastaron un par de bromas, algún comentario para que A.M.L. decidiera esconder en casa su fealdad. Colgó el teléfono a sus amigas y a partir de entonces contempló a los muchachos sin acercarse.

Un año fracasó el psicólogo y otro año fallecieron sus padres. Se fue a vivir con la hermana mayor y en su clausura se ocupó de sus pequeños sobrinos.

Deseó a los muchachos que se cruzaban cuando bajaba a la panadería. Hubiera regalado su amor a cualquiera de ellos. Se agudizó el tormento de los espejos. Volvió a fracasar el psicólogo ante la imposibilidad de A.M.L. por eludir los vidrios, los cristales, las superficies brillantes que devolvían su imagen. Luego prescindió del ascensor que multiplicaba su rostro y luego prescindió de las escaleras que la llevaban a la calle con escaparates. Era invierno y no bajó más.

A partir de entonces vivió una vida de ventanas, revistas y televisor. Se enamoró de varios actores y los acarició deslizando sus dedos por la pantalla. Después, bajo el tibio sol de marzo pasearon los muchachos como hojas nuevas de verde tierno. Intocables, alejados, sonrientes.

Digamos, eso, que A.M.L. tenía dieciocho años cuando saltó por el balcón.

Por una vez fue como las demás porque el suicidio iguala a todos. En ese momento A.M.L. no era una muchacha fea, era una muchacha destrozada en la acera. Por eso, aferrándose a la muerte, se abrazó con sus pocas fuerzas al chico que llegó a socorrerla. Le pidió un beso, un sólo beso en los labios.

Dos segundos antes de morir, cuando el charco de sangre se extendía bajo la nuca, el muchacho accedió a su deseo.

©Sap.
es.humanidades.literatura

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Uno de los mejores relatos que he leído últimamente. Triste, pero conmovedor.

Saludos
Bubi,

José María dijo...

Hola, ¿por casualidad es usted de Alicante? Estoy interesado en comprarle uno de los libros que reseña en su blog, "Esto, lo otro y lo de más allá", de Julio Camba. Si está usted interesado -y por supuesto vive en o cerca de la mentada ciudad- por favor contácte conmigo, mi dirección de correo electrónico es reigfenoll@hotmail.com

Saludos.

GatoFénix dijo...

Estaba yo con el gusanillo dentro, sabiendo que si no te visitaba (con tanto mazapán ya se sabe) me perdía algo interesante. Un día dijiste que no eras merecedor de aquello que te adjudicaba. Hoy me reitero y me congratulo de haber empezado el año 2010 con este precioso relato.

GatoFénix

Anónimo dijo...

impresionante! triste y bello relato, me llega.
un saludo!

toro

Antonio Ortiz Carrasco dijo...

:'-) Bello y terrible, es el verdadero muerto quién no sienta empatía por la chica