miércoles, diciembre 22, 2021

EL TITO EUSEBIO (chuminada navideña, 2021)

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EL TITO EUSEBIO

Ciertamente, el fallecimiento del tito Eusebio, una vez dictaminado lo irreversible de su penosa enfermedad, nos privó de aquellas Navidades que aún perduran como el mejor de nuestros recuerdos. Fue en la última Nochebuena que pasamos con él, cuando se nos hizo evidente su deterioro y aunque se cumplieron todos los rituales en que se habían convertido sus anuales propuestas, fuimos conscientes de que, a partir de entonces, como así sucedió, caeríamos atrapados en las garras de la vulgaridad.

Dado que todos los miembros de la familia pertenecíamos al movimiento "Verdad Luminosa", nuestras cenas navideñas eran frugales y rapidísimas, puesto que lo que nos interesaba era terminar cuanto antes con tal trámite para asistir al pequeño espectáculo que el tito Eusebio organizaba tras el postre, que en general consistía en medio melocotón en almíbar por cabeza, tras haber sorbido previamente una sopita de fideos de Avecrem y deglutido una tortillita francesa, composición en que consistía nuestro parco menú. Ah, y acompañado todo de un vasito de Casera de naranja.

El caso es que el tito Eusebio, llegado de no se sabe dónde, se presentaba en casa poco antes de comenzar la cena y tras los saludos y abrazos efectuados en abigarrada piña, nos hacía entrega a cada uno de nosotros de un obsequio consistente, como buen representante que era de "Verdad Luminosa", de unas chanclas de esas de goma que se usan en las piscinas, o en su defecto, de sendos esquijamas unisex con algún rótulo incomprensible estampado en el pecho.

Mas lo importante, como digo, era lo que sucedía después, cuando recogida la mesa y repartidos los diecisiete o dieciocho comensales por todo el amplio salón, el tito Eusebio daba comienzo a su espectáculo de sombras chinescas. En efecto, disponíamos una blanca sábana sobre una de las paredes que desalojábamos de cuadros y pósteres del gurú Zacarías y colocábamos una vela encajada en el cuello de una botella frente a tal pantalla. Entonces, el tito Eusebio daba la orden de "¡Que alguien apague la luz!" y situando sus manos entre la llama de la vela y la sábana, hacía extrañas contorsiones con los dedos hasta producir la ilusión proyectada de animalitos que cobraban efímera vida: conejos, águilas voladoras, elefantes, o figuras más complicadas, como rostros humanos que parecían cantar o tocar la trompeta; aunque ninguno de estos efectos superaba el ejercicio final, una extraordinaria composición que simulaba perfectamente a una pareja humana que fornicaba con coordinados movimientos.

Acabado el espectáculo de las sombras chinescas, el auditorio comenzaba a exigir al unísono "¡Que salga el abuelo! ¡Que salga el abuelo!", y era entonces cuando el tito Eusebio se encerraba en la habitación del abuelo Eusebio y en el rato que nosotros tardábamos en desmontar lo de la vela y la sábana y reordenar las sillas y butacas, aparecía el tito Eusebio por el pasillo vestido, maquillado, sin faltarle detalle, como el difunto abuelo Eusebio, fundador del movimiento "Verdad Luminosa".

Y es que se daba la circunstancia que el tito Eusebio y el abuelo Eusebio habían sido como dos gotas de agua, tal era su extraordinario parecido. El tito Eusebio avanzaba casi a oscuras por el pasillo ataviado con el traje marrón del abuelo, su bufanda de cuadros, sus relucientes mocasines y, como no, con su bastón y aquellas gafas de gruesos cristales que se vio obligado a usar tras su operación de cataratas. Su entrada en el salón, hay que hacerse cargo, provocaba una pequeña catarsis.

Sobrepuestos a esta conmoción, el tito Eusebio era recibido entre aplausos y aclamaciones tras los cuales, comenzaba a relatarnos, ya como abuelo Eusebio, las características del Más Allá en el que habitaba, extendiéndose en detalles curiosísimos, como, por ejemplo, que los que allí estaban no tenían necesidades excretoras, o nos hablaba de una liga de fútbol especial donde el balón se renovaba cada tres minutos porque se trataba de un globo. También nos contaba sus encuentros con grandes autoridades y personajes, y así nos informó de lo poco que se parecía el verdadero Cervantes a la imagen que de él tenemos la mayoría de lectores (“la nariz la tiene como una enorme patata”), o cómo, en una ocasión, se vio obligado a enderezar un tabique ayudado por Catalina la Grande, la emperatriz de Rusia. "¡No sabéis qué repolluda está la mujer!", nos dijo.

Después, se abría un turno en el que cada uno de nosotros tenía el derecho de hacerle al abuelo Eusebio una sola pregunta. La última que yo le hice —fue allá por 1993— la recuerdo bien: "Abuelo, ¿y allí dan café después de la comida?", porque el abuelo Eusebio era hombre de los de café, copa y puro, por muy fundador de "Verdad Luminosa" que hubiera sido. "Pues mira, hijo, esa es una de las peguillas del Más Allá: que no hay café ni tabaco; aunque la verdad sea dicha, el coñac que nos sirven los empleados del cátering es de una calidad excepcional".

Era de esta forma, a través del tito Eusebio actuando de médium, como de manera tan amena e interesante, conocimos los secretos y cotilleos que están ocultos para la mayoría de los mortales. Una información que, claro está, fue acrecentándose durante muchos años y que yo me encargué de recoger en una especie de actas que levantaba la misma mañana de Navidad, cuando el tito Eusebio, que ni siquiera pasaba la noche en casa, desaparecía rumbo a un destino desconocido hasta que al año siguiente regresaba puntual, cargado de regalos y chapurreando saludos cariñosos en el idioma del país donde había pasado la temporada extendiendo las enseñanzas de "Verdad Luminosa".

Pero tras el fallecimiento del tito Eusebio, que finalmente lo sorprendió, ya muy enfermo, surcando en un catamarán las aguas del mar de Java, dio al traste con todo; no solo con las bases teoréticas y teleológicas de nuestro movimiento, sino con nuestra unión. A partir de entonces dio comienzo un implacable proceso de dispersión que llevó a cada uno a echarse novio o novia, a formar familias, a endeudarse con hipotecas, a comprar automóviles y, llegadas las fechas, a atiborrar nuestros domicilios con chabacanas composiciones de árboles navideños y belenes, y disponer en las mesas turrones, polvorones y mazapanes. Uno de nosotros, incluso llegó a adquirir un décimo de Lotería que luego, ni siquiera tocó. 


Koniec
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jueves, diciembre 16, 2021

Kratos Morretöl. "Paisaje de Nûpliz" (1926)

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"...un excesivo estado de penuria económica obligó a Kratos a refugiarse en la pequeña localidad de Nûpliz, donde realizó diversos trabajos de orden agropecuario en la granja del señor Jojajim Harribikas a cambio de comida, alojamiento y una pequeña retribución en metálico que Kratos empleó en adquirir telas y óleos para continuar con su labor pictórica, pero de manera muy limitada. De hecho, en este paisaje donde podemos observar la granja donde se estableció durante una temporada, solo empleó para su elaboración los tres colores primarios más el blanco, tantas eran sus carencias. Con todo, Kratos siempre guardó el mejor de los recuerdos acerca de su experiencia en la granja y sobre todo de la cabra "Lutinn" ("Lucero"), un animal que hizo que comentara en una carta a un amigo: "No puedes imaginar el hechizo que en mí producen sus ojazos y, ¡ay!, sus pestañitas".

(De "Pintores y sus pinturerías", Alejandro Ulloa)


jueves, noviembre 25, 2021

Antonio y María

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¿Quiénes son los fotografiados?, se preguntarán los distinguidos seguidores de este chorriblog. Pues con mucho gusto les solventaré el enigma en un periquete: son, de izquierda a derecha, Antonio y María. Ea, misterio resuelto con ironía.

Verán, cuando en 1964 llegamos al nuevo barrio, entonces en las afueras, desde un centro de la ciudad que en buena parte se encontraba ruinoso, nos pareció entrar en Disneylandia. Aquellos edificios del Patronato Nacional de la Vivienda de diez plantas de altura eran de arquitectura moderna, de un audaz racionalismo. Por entonces, todo olía a nuevo, como la cartera de un colegial al comenzar el curso escolar; los pisos, por los que se pagaba un alquiler simbólico antes de pasar a ser propiedad de los inquilinos, eran amplios y estaban generosamente distribuidos; los bloques se organizaban por pares en torno a patios ajardinados, ¡cada bloque tenía un ascensor que subía y bajaba como en los rascacielos! y, lo más increíble de todo: por cada dos bloques había un portero/mantenedor con vivienda propia e idéntica a las demás.

El portero que nos tocó en suerte a los vecinos de los bloques 7 y 8 fue este señor de la imagen, Antonio, un hombre bueno al que los niños hacíamos muchas perrerías. De entrada, lo llamábamos, sin mayor matiz caritativo, El Orejas. Cuando se enfadaba, hacía que nos perseguía y sacaba un poco entre los labios su dentadura postiza. Antonio el portero siempre iba vestido con un mono azul y barría el patio, podaba los arbolitos, cuidaba la fuentecilla central y regaba las plantas y el propio patio con una manguera, calzado con altas botas de goma o con severas sandalias con calcetines.

En verano, a las horas más calurosas de la tarde, los niños, que nos organizábamos en una horda temible y ratonera, vestidos solo con pantaloncillos de espuma, nos dedicábamos a quemar por los descampados rastrojos de jaramagos con palos impregnados en alquitrán sin importarnos el fuego ni el calor. Volvíamos al bloque tras los incendios sudando como pollos y tiznados por completo de humo, coincidiendo con la hora del riego vespertino de Antonio el Orejas, por lo que comenzábamos la diaria cantinela de "¡Porteeerooo, agua quieeeroooo!". Desbandados al principio, pero puestos en fila después, recibíamos uno por uno el refrescante manguerazo de Antonio el portero, que nos dejaba limpios como delfines y dispuestos, una vez secos, a reclamar la merienda a nuestras madres.

La mujer de Antonio, María, era una mujer muy seria, arisca con los niños y a la que no le gustaba nada que la llamaran María "la portera". "El portero es mi marido, no yo", decía refunfuñando. Como nosotros, vivían en un bajo y la veíamos siempre cosiendo tras la ventana, mirándonos por encima de las gafas con el ceño fruncido como una costura.

La última vez que vi a Antonio fue cuando casi agonizaba en su cama. Yo volvía con mi tío desde Bilbao y entramos a saludarlo sabiéndolo muy enfermo. Un cáncer, una "cosa mala" como se decía entonces, lo había dejado en los huesos y apenas podía hablar. Allí tendido era como un esqueleto en pijama. María le sobrevivió algunos años más, complementando su escasa pensión de viudedad con trabajos de costurera. Cuando mi madre también enviudó y se quedó sola en una casa excesiva, me contó su proyecto de traerse con ella a María para compartir vivienda y darse mutua compañía y ayuda. Pero no hubo tiempo, porque al poco, María murió. Mi madre la apreciaba mucho, un sentimiento mutuo que fue aumentando con los años.

Antonio y María tenían una sola hija, alta, a la que le clareaba el pelo y con cara de mujer antigua vestida con un abrigo igual de antiguo. Los domingos por la tarde venía con su marido a visitar a los padres trayendo una bandejilla de pasteles agarrada por el lacito. Cuando sus padres murieron alquiló el piso a unos estudiantes y finalmente, lo vendió a una familia de chinos.

Antonio y María, como la inmensa mayoría de humanos, pasaron por la vida de puntillas, sin hacer mucho ruido. Las que dejaron, fueron apenas huellas en la arena mojada del existir. Yo no sé si sobre ellos se conserva algún tipo de información en la red; da igual si así no fuera. Pero por si acaso, y porque no mueran del todo en la difuminada memoria global de nuestra especie, o siquiera por agradecer aquellos manguerazos vigorizantes de Antonio y el silencioso aprecio de María por mi familia, lanzo desde este lugar al ciberespacio esta fotografía para que la imagen congelada de ambos, tomada en 1969, viaje no sé cómo, por no sé dónde y hasta no sé cuándo.
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sábado, agosto 21, 2021

"Todo queda en casa" (viñeta sobre leyenda bíblica)

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La madre era tan anciana que apenas podía moverse. Ordenó a su hijo: "Debes enterrar a padre en el montículo". Y el hijo cargó con el cuerpo de su padre que estaba envuelto en un sudario y buscó la azada. Antes de salir, la madre le dijo: "Toma esta semilla de árbol que he guardado todos estos años y plántala sobre la tumba". Y le entregó al hijo una pequeña bellota.

El hijo obedeció.

Set se detuvo en mitad de la pendiente de la loma. La tierra estaba húmeda desde la última tormenta y excavó una fosa poco profunda. Allí depositó el cuerpo y la semilla, los cubrió de tierra y regresó a la casa. Encontró que, en su ausencia, su madre había muerto en el lecho. En el montículo, el cuerpo de su padre se corrompió y la semilla del Árbol del Bien y del Mal germinó. Allí siempre soplaba el viento.

Pasó el tiempo.

Cuando talaron el frondoso árbol, el carpintero que compró su madera aserró las ramas. Del tronco desbastado pudo conseguir algunos maderos que dejó almacenados para que se secasen. Con ellos pudo elaborar más tarde varias cruces de tormento que vendió a un oficial romano. En el montículo, muy cerca de la tumba de Adán y del tocón del árbol cortado, las cruces se emplearon para crucificar en el mes de Nisán a tres malhechores. Allí siempre soplaba el viento.

Julián de Capadocia, de "Bolas y parábolas".

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miércoles, junio 23, 2021

Kratos Morretöl, "Vista de la montaña Sainte-Victoire, nº 88" (1921)

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"...de todos es sabido que desde su retiro en Aix-en-Provence, Paul Cézanne, el padre de la pintura moderna, se empecinó en pintar la vecina montaña Sainte-Victoire con tal contumacia que elaboró nada menos que 87 variaciones de tan pedregoso asunto. Tal circunstancia dio pie a que muchos años más tarde, en plena etapa de inseguridades y nostalgias —¡cuánto echaba de menos la sopa de tofza que le preparaba su madre!—, pero sobre todo de privaciones que le habían llevado a pasar hambre diaria, Kratos Morretöl se decidiera a delinquir, contando con los ánimos y el asesoramiento del por su entonces amigo, Pablo Picasso, que detentaba además un pasado que lo involucraba en varios robos y que lo puso en contacto con Gertrude Stein, la mecenas norteamericana que picando el anzuelo como una merluza, no dudó en pagar a Kratos un dineral, no por una copia, sino por una tan desconocida como falsa versión (en este caso la nº 88) de la montaña de marras que, claro está, había pintado él mismo. ¿Qué fue lo primero que hizo el artista barogarés cuando se vio con los bolsillos llenos de los dólares producto de la estafa? Pues comprarse tres abrigos, cinco docenas de cruasanes y unos prismáticos".

(De "Pintores y sus pinturerías", Alejandro Ulloa)

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martes, junio 01, 2021

Amedeo Modigliani, "Retrato de Kratos Morretöl" (1919)

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"...en París representaron años muy duros, hasta verse obligado a dormir muchas noches en los bancos de los parques, pues no siempre el dinero que obtenía dibujando retratos y caricaturas por plazas y cafés le alcanzaba para pagar una cama en algún albergue de mala muerte. Fue en el Café de la Rotonde donde Amedeo Modigliani lo conoció en una de esas noches donde la abstenta hacía más llevadera su vida de interminable bohemia. La extrema juventud de Kratos llevó al italiano a ejercer cierta función de protector, presentándole a muchos de sus amigos pintores e, incluso, alojándolo a veces en su mísera buhardilla familiar. En las cartas remitidas a su hermano Vinsentö, Kratos le da cuenta de esta amistad y relata prolijamente sus carencias, pero sin perder nunca el ánimo ni la confianza en su éxito como artista: "Hace ya meses que no como otra cosa que pan y queso o los horribles platos de pasta que prepara Jean, la esposa de mi amigo Amedeo. La semana pasada, Modi, que es como lo llamamos, me hizo un retrato que me ha regalado y que sin que él lo supiera, me vi en la obligación de empeñar, pues necesitaba unos zapatos. Prometo que en cuanto firme el contrato con el señor Lavande y cobre los primeros francos, recuperaré el cuadro. Te ruego que no cuentes nada de esto a nuestros padres y que no te preocupes por mí, porque el asunto Lavande va a remediar todas estas carencias de un modo inmediato".

(De "Pintores y sus pinturerías", Alejandro Ulloa)
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jueves, abril 29, 2021

Kratos Morretöl, "El bosquecillo de Bröte" (1913)

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"En sentido contrario al que acerca al caminante a la villa de Flochiz, el atajo que conduce a la vecina Bröte, cruza el bosquecillo de robles que debía atravesar Kratos Morretöl para llegar a la llamada Casona del Obispo, donde impartía clases de dibujo a las hijas del notario Huxpe, unas trillizas que respondían a los nombres de Sepi, Sipi y Sopi, veinteañeras pizpiretas que, en cuanto se relajaba la vigilancia a que las tenía sometidas su mamá, no dejaban de cometer travesuras, víctima de las cuales no era otro que el tímido Kratos. Sea por esta coincidencia en sus nombres que, hasta no hace mucho, ni los más viejos del lugar sabían aclarar a cuál de ellas correspondía la S inicial con que se acompañó la K de Kratos en todos los corazones atravesados por flechas que aparecieron grabados en los troncos de los árboles y que todavía pueden admirar los turistas aficionados al arte. En todo caso, las nuevas investigaciones que se iniciaron en el Departamento de Grafología de la Universidad de Vullinas, han arrojado luz sobre el asunto, determinando que la misteriosa S pertenecía en realidad a Sapi, madre de las muchachitas y esposa del notario..."

(Alejandro Ulloa, "De pintores y de sus pinturerías").

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martes, abril 27, 2021

Retorno

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Retorno

    Emilia y Fermín se conocieron en la Escuela de Ciegos y juntos aprendieron braille y a manejarse por las calles con el bastón telescópico. Por motivos distintos, la ceguera se había manifestado en ambos durante su madurez. Lo cierto es que se enamoraron y tras acabar su preparación, la ONCE les concedió, cercanos el uno del otro, dos puntos de venta de cupones. Emilia se situaba en el acceso a un Mercadona, mientras que Fermín lo hacía en la entrada de una macro perfumería. Eran muy queridos por el vecindario. Les iba muy bien. Al año siguiente, se casaron, compraron una vivienda y en vez de hijos, tuvieron dos perros lazarillos, Óscar y Maif. La vida les sonreía a pesar de todo.

  Pocos años después, alguien les habló de la nueva técnica quirúrgica que el doctor Grijander practicaba en la clínica oftalmológica Gromenagüer en Austria. Empalmando el nervio óptico con el nervio del seno intercerebral opuesto, el doctor conseguía devolver la vista a muchos ciegos. Emilia y Fermín rescataron todos sus ahorros del banco y se sufragaron las dos operaciones. Fueron un éxito. Subidos en la noria del Prater de Viena, Emilia y Fermín se quitaron las vendas de los ojos, se vieron las caras por primera vez y... se enamoraron aún más, a pesar de la notoria fealdad de los dos.

    El caso es que, a su vuelta, la ONCE, ante lo evidente de verlos de nuevo videntes y por tanto, ajenos a su labor en la venta de cupones, los despidió e incluso les confiscó los perros para cederlos a otros ciegos necesitados. Fue un drama, porque a Emilia y Fermín el desempleo les llegó a una edad complicada. Hacía poco que ambos habían rebasado con mucho la cincuentena. Lo pasaron mal. Tras agotar los subsidios y el poco dinero que les había quedado tras las intervenciones, la pobreza se manifestó en su casa con acritud y hasta el amor se resintió.

    Así que cuando la situación se hizo insostenible, decidieron arrostrar la desgracia con un acto heroico. Una tarde de domingo, tras la merienda-cena y utilizando un cuchillo puntiagudo, se perforaron mutuamente los globos oculares como quien pincha aceitunas con un palillo de dientes. En unos segundos, habían regresado a su pasada condición de ciegos. Llamaron a una ambulancia. En poco tiempo se restablecieron de las heridas y la ONCE, al tramitar sus solicitudes de empleo, comprobó que todo estaba en orden y los readmitió en la organización. Les surtieron de nuevos bastones, recuperaron sus antiguos puntos de venta y hasta les devolvieron a Óscar y Maif. El vecindario les recibió con cariño. Ni que decir tiene que Emilia y Fermín volvieron a ser felices.

(De "Parábolas y garambainas", Julián de Capadocia)

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martes, abril 13, 2021

Kratos Morretöl, "Anochecer en el mar de Prazdi" (1911)

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"Toda vez que era originario de las tierras de interior, el mar siempre ejerció en Kratos Morretöl un atractivo cercano a la fascinación; tanto es así, que siempre que tuvo ocasión, dedicó buena parte de su obra a plasmar el eterno vaivén de las olas, la fuerza devastadora del temporal y la plasticidad cromática de los amaneceres y los ocasos, como ocurrió durante el viaje de estudios a la costa de Prazdi que realizó junto a su amigo Petron Alôrsh, becado como él por el Departamento Nacional de Artes. De aquellos días —"seguramente, los más felices de mi vida", como declaró Kratos muchos años más tarde en su autobiografía—, aparte de un buen número de obras, el artista guardó el recuerdo de un puñado de sabrosas anécdotas, como la del día en que fueron engañados por unos pescadores de Jorgän, que haciendo gala del carácter bromista de las gentes del lugar, les hicieron internarse en una zona del mar infestada de medusas, a consecuencia de lo cual, Petron perdió para siempre buena parte de la sensibilidad de una pierna, dada la cantidad de dolorosas picaduras que recibió. En el cuadro de hoy, el espectador atento podrá adivinar dos figuras de bañistas a la derecha de la obra. No son otros que los dos amigos disfrutando de un baño bajo la última luz solar, días antes, claro está, del encuentro con las medusas..."

(Alejandro Ulloa, "De pintores y de sus pinturerías")

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domingo, marzo 28, 2021

Kratos Morretöl, "Camino a Flochiz" (1912)

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"Los inviernos pasados en Flochiz, pueblo natal de sus abuelos paternos, siempre supusieron para Kratos Morretöl el mejor de los recuerdos, y no porque el pueblito y su entorno fueran especialmente bellos, ya que, hasta en los días más templados, los amaneceres llegaban acompañados de pertinaces nieblas que no se disolvían hasta bien entrada la tarde, lo que hacía que el lugar resultara un tanto lúgubre. Pero todo lo compensaban las historias que su abuelo, el viejo capitán Claudes Morretöl, le contaba acerca de los personajes fabulosos que habitaban los bosques de Flochiz, como por ejemplo, el Broco, una criatura mitad hombre y mitad oso, que se apoderaba de los pantalones de los caminantes siempre que fueran de pana; o la Zurpathopeya, una gigantesca rata que devoraba a los que se internaban en el bosque a hacer sus necesidades mayores. Todas estas historias, contadas al amparo de la chimenea, llenaban de inquietud al pequeño Kratos, que nunca dejó de sentirse intranquilo cuando, ya estudiante de artes y siempre vigilante de su espalda, plantaba su caballete entre la floresta para plasmar en sus lienzos muchos lugares de la villa, como este "Camino a Flochiz" que hoy muestro; el camino que, no sin temor, tantas veces recorrió acompañado de su abuelo, cuando ambos regresaban del molino de comprar harina para que la bondadosa abuelita Graâkila elaborara las deliciosas tartas de nata y sardinas ahumadas que tanta fama le habían dado en la región..."

(Alejandro Ulloa, "De pintores y de sus pinturerías")  


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miércoles, marzo 24, 2021

Kratos Morretöl, "El faro de Prari" (1911)

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"El propósito de restablecerse de su estado de postración, llevó a Kratos Morretöl a aceptar la invitación de su amigo, el compositor Antone Volvos, para pasar unas semanas de asueto en la localidad costera de Prari. Allí, alojado en casa de Antone —una pintoresca construcción situada a los pies del viejo faro— y de su esposa, la gentil Marüka, Kratos tuvo la oportunidad de conocer a Marüketa, la hija del matrimonio, de la que se enamoró perdidamente. Sea que los días fueron meteorológicamente espantosos y que Marüketa rechazó sus proposiciones galantes, pues la joven tenía proyectado ingresar al año siguiente en el monasterio de Purto Sancte, hicieron que la noticia, lejos de recuperar a Kratos Morretöl de su melancolía, lo decidiera a despeñarse por los acantilados durante una noche de tempestad, tanta fue la desesperación en que lo sumió el amor contrariado de la muchacha; pero la oscuridad del exterior lo confundió y en vez de arrojarse por la parte del mar, lo hizo por el lado donde, pocos metros más abajo, unos peñascos ofrecían refugio a un grupo de cabras. El impacto fue terrible, dando como resultado la dislocación del húmero izquierdo del artista más la fractura de cuatro costillas y el que una de las cabras le devorase buena parte del sombrero. De aquella aciaga estancia en el hogar de los Volvos es el cuadro "El faro de Prari", que se expone actualmente en el Museo Departamental de Vullinas, su ciudad natal..."

(Alejandro Ulloa, "De pintores y de sus pinturerías")
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sábado, febrero 13, 2021

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 40

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40

Ya hemos reflejado en repetidas ocasiones que, cuando Julián de Capadocia se pone pelma, no hay quien lo aguante. Pero es igual de inaguantable cuando entra en uno de sus mutismos que le duran días enteros y que lo llevan a desaparecer sin que nadie sepa adónde va. La Juaqui, medio preocupada, registra mil veces el armario empotrado donde Julián realiza sus meditaciones; su hija Charo y su compañera Esmeralda, lo telefonean y envían wasaps sin resultado; su hijo Diógenes, su nuera Mariloli y la pequeña Eva, se quedan en la puerta los domingos por la tarde, llamando infructuosamente al timbre; los de la peña deportivo-cultural La Salagartija y Pascual, el camarero, también se preguntan dónde se ha metido.

El caso es que nadie parece preocuparse en exceso; pues estas espantadas son habituales en Julián. Las practica dos o tres veces al año y le suelen durar cinco, seis días, o a lo sumo, una semana. De repente, aparece y, como si nada hubiera pasado, entrega a cada uno de sus familiares y amigos, extraños obsequios sin dar explicaciones. A uno, le regala un silbato de árbitro; a otro, una bala de revólver; a quién, un yo-yó; al de más allá, su último aforismo autógrafo ("El tiempo es sucesión en el espacio fijo; la materia es causalidad necesitada de tiempo y espacio. En la eternidad no existe el tiempo —por eso los ángeles no llevan relojes— ni, por tanto, la materia. La eternidad y la nada son lo mismo")... Pascual, el camarero, nos confirmó que, en una ocasión, le trajo como regalo un estornino disecado posado en un trozo de porexpán que simulaba ser una piedra. Julián no dice nada, y en cuanto se siente presionado con tanta preguntita, se larga de donde esté. Todo esto representa un enorme misterio que nosotros nos hemos prometido desvelar.

(Tras diez meses biografiando semanalmente a Julián de Capadocia, los investigadores dicen aprovechar una de estas desapariciones julianescas para encargarse de otros asuntos. No creen que tarde mucho en volver. Ni Julián, ni ellos mismos).

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Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 39

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39

A veces, a Julián de Capadocia le gusta vagabundear, andurrear por las calles sin propósito alguno, incluyendo el de no pegar la hebra con un prójimo inocente. Es así, que en muchas ocasiones ha terminado tumbado en algún banco del parque hasta quedar traspuesto como un mendigo beodo que duerme la mona. Lo ha desvelado entonces el sonido de las pisadas que un corredor deja en la gravilla o el aleteo de una paloma que se paseó sobre su pecho, dejándole en la camiseta unas cuantas cagadas. O ha despertado con su piedra pompeyana —la que le ayuda a conciliar el sueño— caída en el suelo porque se le abrió la mano y se soltó. Entonces, se incorpora, y como la bombilla que enciende un interruptor, se le viene a la cabeza algún aforismo nebuloso al que más tarde dará definitiva forma. "Vivir consiste en luchar por alejar de nosotros el pensamiento de que la vida no vale nada, de que no tiene importancia alguna".

Tras el asalto, bosteza, se despereza, respira hondo durante un par de minutos y vuelve a su casa, silencioso como un disciplinante. Pero desde hace un tiempo, ha encontrado un sencillo bien que le sirve para animarse tras estas jornadas tan azarosas como solitarias: el que le supone activar el móvil y ver en la pantalla la fotografía de su nieta Eva, que tiene dos meses recién cumplidos. "¡Si esta criatura supiera escribir...!", piensa Julián. "Dos meses son edad más que suficiente para plasmar una interesante autobiografía". 

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 38

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38

Julián de Capadocia, ha encontrado desde que se hizo socio de La Salagartija, un raro placer en el runrún como de hormigonera que hacen las fichas de dominó al ser arrastradas sobre el mármol del velador, expectantes los jugadores al juego de manos del Fitipaldi (le llaman así, porque su nombre verdadero es Fernando Alonso) en la ceremonia con que comienza la partida. También, en los posteriores y violentos fichazos sobre la mesa que suenan a disparos y hasta en los vozarrones destemplados y plenos de fanfarronadas de los que en otro velador, emiten los que juegan al tute. Y es que tras media hora o tres cuartos de hora, la inmersión en ese estruendo hace que Julián, al abandonar el recinto, pueda degustar triplemente el silencio que le ofrece un parquecillo cercano.

Fue uno de esos días en que, acodado en la barra y degustando el tinto con sifón y los altramuces que le había servido Pascual, cuando pronunció el que luego se conoció como "Discursillo del silencio" y que ha sido recogido en el nº 27 de la revista "Estudios de singularidad" de la Escuela de Ingenieros Agrónomos de Valladolid: 

El silencio, Pascual, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con él no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por el silencio, así como por la quietud, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el ruido es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Pascual, porque bien has visto el esparcimiento, la abundancia que en esta peña deportivo-cultural en la que estamos, tenemos; pues en mitad de estas partidas de tute y dominó y de estas cervezas de nieve, me parece a mí que estoy metido entre las estrecheces del aburrimiento, porque el escaso silencio no lo gozo con la libertad que lo gozara si fuera mío, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas por ser socio son ataduras que no dejan campear al ánimo silente. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un rato de silencio sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!

Dicho lo anterior, Julián de Capadocia abandonó el local, dejando a Pascual rascándose la coronilla de las dudas, porque todo aquello le había sonado de algo.

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jueves, enero 21, 2021

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 37

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37

Muy contento se sintió Julián de Capadocia cuando descubrió que el tubo de cartón que había encontrado en el contenedor de papel de su calle, emitía el sonido justo que había estado buscando para sus sesiones de meditación, un largo y grave "¡ooouuuuummmmm!" que se extendía sin fluctuaciones durante toda la espiración. Era lo adecuado, porque el inspirar por la nariz lo llevaba bien, pero espirar por la boca, como indicaban los gurús, no tanto. El mínimo sonido del aire al salir entre los labios, lo distraía, y encima, parecía alterarle la presión sanguínea, subiéndola.

"Meditar no es más que tomar conciencia de la respiración", le decía a la Juaqui, mujer poco amiga de ilusionismos. "Meditar es no hacer nada. Silenciar la conciencia. Hacer que el Yo que me lleva hasta el interior del armario empotrado, se marche, se esfume cuando cierra la puerta". Así es. Como ya hemos anotado en alguna ocasión, el escenario preferido de Julián de Capadocia para meditar es un pequeño armario empotrado que tiene la Juaqui en un dormitorio, porque en su domicilio, el sonido del tubo provoca lastimosas lamentaciones en Zaratustra, su perrazo negro. Allí dentro, en la estrechez de féretro del armario, Julián adopta la posición orante de un musulmán e intenta, hasta conseguirlo, evadirse de ser. En una ocasión, y ya con el tubo de cartón en pleno uso, llegó a prolongar su sesión meditativa más allá de nueve horas. "Es cierto", nos ha confesado la Juaqui, "y puedo asegurar que no se quedó dormido porque no lo escuché roncar ni una sola vez. A mí me encanta saberlo allí encerrado, porque entre otras cosas, me deja ver la tele y enterarme de las cosas de Leticia Sabater o del hijo de la Pantoja. Con ellos, sí que me evado yo de mi yo sin tener que soplar por un tubo".

"Meditar es desaparecer", prosigue Julián, "volver a ese estado en que el hombre aún no tiene Yo, algo que según los sabios, se instala en nosotros para siempre a partir de los tres años. Ser solo respiración. Inspirar y espirar olvidando toda acción. De hecho, meditar no debería ser un verbo, no es un acto". Tras explicar todo esto a la Juaqui, Julián de Capadocia se mete en el ropero con su tubo y a los pocos minutos, ya se escucha desde la salita el hondo "¡ooouuuuummmmm!".
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Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 36

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Según comenta Julián de Capadocia a los integrantes de la peña deportivo-cultural La Salagartija o a Pascual, el camarero de la misma, la dieta alimenticia ideal para un humano moderno y concienciado, sería un vegetarianismo lactoovíparo e ictiófago, algo que él mismo, no logra llevar a cabo, puesto que las semanas de seguido que lo ha intentado y en los momentos diarios que dedica a la meditación, en vez de haberse recreado con imágenes relajantes, como pueden ser un paseo por la orilla del mar, un cielo azul con nubes de algodón o un riachuelo de agua cantarina que discurre entre rocas, le asalta la visión de un plato tapizado de jamón del bueno bien cortado.

Esta foto-fija lo conturba y entonces, no solo se ve obligado a interrumpir la meditación —que, por cierto, la realiza, no sentado como un monje zen, ni tumbado, sino adoptando una postura parecida a la del musulmán que reza— sino que ha de incorporarse para dirigirse a la despensa a cortar unas rodajas de salchichón, ya que en su hogar hace años que dejó de entrar el jamón en condiciones. "Cuando el pobre come jamón, o está malo el pobre o está malo el jamón", piensa para consolarse.
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miércoles, enero 06, 2021

2020: Resumen del año lector

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LECTURAS de 2020

"Contra todo pronóstico", como solía decir Camarón de la Isla, no ha sido este infausto año 2020 demasiado pródigo en lecturas. Mi situación personal, unida a la pandemia causada por el maldito Bicho y el consecuente confinamiento, más que de ganas de leer, me llenaron de preocupaciones y de una alarmante falta de concentración e interés que persisten hasta el día de hoy. Pese a todo, conseguí echarme a las gafas varias lecturas que no dudo en calificar de sobresalientes y que al final del listado, consignaré en el Cuadro de Honor. De momento, ahí va lo leído este año:

1. “Política” Aristóteles
Un poquito espeso el tratado, aunque con un poco de paciencia y buceando mucho, se encuentran muy valiosas perlas entre sus paginazas.

2. “Stoner” John Williams
Gran novela sobre una admirable existencia gris. De lo mejor del año.

3. “La república” Platón
Aquí tenemos el gran diálogo platónico, contenedor de todas sus célebres analogías, aporías, apotegmas y alegorías. Como dijo con mucha razón Whitehead, la filosofía de occidente no es sino notas a pie de página a los Diálogos.

4. “Muerte en el Nilo” Agatha Christie
Muy mala. Inverosímil. El tiempo la ha estragado.

5. “El infinito en un junco” Irene Vallejo
Ensayo de agradable lectura, pero un poco inflado de páginas y reiteraciones que, me temo, ha sido sobrevalorado en exceso. De todas formas, recomendable hasta para mi prima monja.

6. “La picaresca” Manuel Barrios
Psch. Intrascendente y localista en exceso. Se ha diluido en mi memoria.

7. “Cazando mariposas” VV. AA.
¿Qué era esto, por dios bendito?, ¿una colección de cuentos o qué?

8. “Mercados y mercadillos de Sevilla” Emilio Jiménez Díaz
Interesante, lleno de curiosidades para el nativo que no interesarían seguramente al forastero.

9. “Campo del Moro” Max Aub
Última entrega de la trilogía “La gallina ciega”. En esta ocasión, el gran Max Aub, me hizo sentirme aburrido como un beduino saltando a la comba.

10. “Principios elementales de filosofía” Georges Politzer
Relectura de estos apuntes para la formación teórico-marxista de los currelantes. Muy útil para conocer los principios del materialismo dialéctico.

11. “Lluvia fina” Luis Landero
El peor Landero con que me he topado. Inverosímil también.

12. “La felicidad, desesperadamente” André Comte-Sponville
Relectura de este delicioso ensayo del que es autor uno de los más amenos divulgadores que conozco.

13. “El cocodrilo” Fiodor Dostovieski
Cuentecito que pretende ser humorístico y que no me sacó ni una sonrisa. El humor ruso, caso de que exista tal cosa, no es lo mío.

14. “Al sur de la frontera, al oeste del sol” Haruki Murakami
Carambas, tengo que hacer muchos esfuerzos para recordar algo de lo sucedido en esta novela. Demasiado parecida a otras novelas del japonés.

15. “Vida de Don Quijote y Sancho” Miguel de Unamuno
Un exceso de vehemencia lastra este ensayo a mi juicio. Y es que se pone muy agonías aquí el señor Miguel.

16. “Cuentos andaluces” VV. AA.
Cada vez me resulta más chocante cualquier lectura que vaya acompañada de un lugar de procedencia. Lo he olvidado.

17. “Juan de Mairena” Antonio Machado
Imprescindible para captar el sentido profundo de la poesía de Machado; aquí se encuentran todas las claves de su escepticismo y mesura.

18. “Los dominios del lobo” Javier Marías
Sorprendente ópera prima de un jovencito Marías. Muy buena y brillante novela.

19. “El anticristo” Friederic Nietzsche
Uf. Otro vehemente el Federico. Libro religioso contra la religión.

20. “El incongruente” Ramón Gómez de la Serna
Divertido hasta la página 20. Luego, todo consiste en una reiteración.

21. “Invitación a la filosofía” André Comte-Sponville
Muy agradable ensayo y muy incitador a adentrarse en lo que casi todos intuimos y necesitamos que voces autorizadas confirmen.

22. “Diarios (1984-1989)” Sándor Márai
Devastadores. Se sale muy dolorido de esta lectura, muy lleno de tristeza; pero son maravillosos.

23. “Los límites de la conciencia” Ernst Pöppel
Relectura de un ensayo sobre el tiempo y el lenguaje, o sea, sobre lo que somos: trozos de carne habitados de conciencia, tiempo y lenguaje.

24. “A corazón abierto” Elvira Lindo
Me produjo esta lectura un exceso de pudor ajeno; incluso llegó a incomodarme.

25. “Impromptus” André Comte-Sponville
Un poquito cargante se puso aquí don Andrés, la verdad. Me interesó poco.

26. “A propósito de nada” Woody Allen
Expiación y justificación entre amargo humor y un puñado de anécdotas divertidas por parte del maestro de Brooklyn.

27. “Robinson Crusoe” Daniel Defoe
Todos creemos conocer esta novela hasta que la leemos de verdad. El tema de la isla es solo una parte y no la mayor. El resto, prescindible.

28. “El cuerpo humano” Bill Bryson
Chispeante divulgación alrededor de nuestro contenedor, el cuerpo que hospeda a la animula, vagula, blandula, que dijo el de las barbas. Bill Bryson nunca defrauda.

29. “Los Buddenbrook” Thomas Mann
¡Has salido El Gordo, señores! Exitoso 8Mil de este año, novelón magnífico. Obra maestra.

30. “Donde se guardan los libros” Jesús Marchamalo
Recorrido por las bibliotecas personales de diversos autores españoles contemporáneos. Curioso, ameno y olvidable.

31. “Un hijo de nuestro tiempo” Odön van Horváth
Individuos anónimos que luego formaron la generación que integró el nazismo. Psch, para echar el rato.

32. “Gente normal” Sally Rooney
Otro psch para echar el rato. Amoríos entre gente joven.

33. “Ecce homo” Friederic Nietzsche
Me costó esfuerzo terminarlo. Nietzsche puede ser la sardina que cada uno arrima a su ascua.

34. “Lo prohibido” Benito Pérez Galdós
Relectura de un novelón de calidad para celebrar el centenario de la muerte del Garbancero. ¡Qué gran serie de televisión saldría de aquí!

35. “Mi Ibiza privada” Antonio Escohotado
Curiosas y agradables memorias de este señorito de pasado jipi vuelto al redil de papá.

36. “El pintor” David Garrucho.
Novela autopublicada de un joven autor que adolece de lo propio: querer contarlo todo y querer hacerlo “escribiendo bien”.

37. “La vida interior de las plantas de interior” Patricio Pron
Recuerdo que me gustó mucho, pero no recuerdo el porqué, porque se me ha olvidado.

38. “Desfile de ciervos” Manuel Vicent
Retratos cáusticos salidos de la siempre cáustica pluma de Vicent. Divertido.

39. “El silencio de la escritura” Emilio Lledó
Espesito, espesito. Don Emilio parece necesitar tropecientas mil palabras para contar lo que podría decirse con cien.

40. “Diarios (2004-2007)” Iñaki Uriarte
Relectura de trozos de vida de este bon vivant profesional. Divertido también.

41. “Mitologías” Manuel Vicent
Más de Vicent. O sea, bien.

42. “Doktor Faustus” Thomas Mann (EN ACTIVO)
Aquí ando atascado, a la altura del 25%. Música y satanismo tratados con una profundidad que ya no se lleva.


Por lo tanto, y atendiendo a esta “Lista de lecturas, edición Maldito 2020”, tenemos que:

OBRAS PREMIADAS CON EL BASTÓN DE SAN NICOLÁS CON CINTAS VERDES 2020:
(no se cuentan las relecturas)

Mejor novela en español: “Los dominios del lobo” de Javier Marías.

Mejor obra de no ficción en español: “El infinito en un junco” de Irene Vallejo.

(Premio Especial Inclasificable a "Juan de Mairena" de Antonio Machado).

Mejor novela en lengua no española: "Los Buddenbrook" de Thomas Mann, (accesit para “Stoner” de John Williams).

Mejor obra de no ficción en lengua no española: “Diarios (1984-1989)" Sándor Márai.

¡Enhorabuena a los galardonados! (en el Teatro Nacional de Barogar donde se celebra el acto, se ha dispuesto el sonido de aplausos enlatados dada la prohibición de asistencia de público a causa de la pandemia de Covid-19. También se escuchan gritos pregrabados de "¡Bravo!" e incluso se ha dispuesto una máquina multibrazos que lanza claveles al escenario. En todo caso, los dos premiados españoles, por medio de una videoconferencia, se muestran emocionadísimos y hasta Irene Vallejo ha soltado alguna lagrimilla. Los galardones correspondientes a Thomas Mann, John Williams, Antonio Machado y Sándor Márai, los recogen sus respectivos fantasmas. Total, el virus ya no les afecta).
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viernes, enero 01, 2021

Notas para una posible biografía de Julián de Capadocia, 35

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35

Desde que tiene conciencia consciente de ser, Julián de Capadocia no recuerda ni un solo 31 de diciembre que no sea presa de una profunda congoja; una desazón que va en aumento conforme se acerca el instante de las campanadas y las uvas, una tradición a la que permanece fiel a pesar de lo racionalmente insostenible que le resulta; pero, ¿no es acaso lo irracional el cimiento de toda tradición? En cualquier caso, la congoja que siente Julián, que es complementaria a la que experimenta cuando media hora antes decide salir al balcón y mirar al cielo y recibir su respuesta de soledad cósmica, no es óbice, obstáculo, valladar ni cortapisa, para sentir al mismo tiempo un deseo (¡él, a quien tan absurdo parece el concepto de deseo!) de felicidad y fraternidad humanas para el año venidero.
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