viernes, septiembre 21, 2018

"El rey recibe", Eduardo Mendoza

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La presentación ayer de la nueva novela de Eduardo Mendoza, "El rey recibe", fue tumultuosa y cálida; esto último, en el doble sentido de ser acogedora y de provocar la sudoración, algo visible en el continuo abaniqueo de muchas señoras que formaban parte del nutrido público. El efecto se puede apreciar en la fotografía que a continuación se muestra: la aparición de la vera efigie de san Eduardo entre dos cogotes recalentados:
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Aparte de la temperatura y el gentío, el natalicio hispalense discurrió por los caminos más amables y siempre dentro de la socarronería que marca el discurso del cervantino autor. En este caso, la presentación fue dirigida por un joven entusiasta de la obra mendocina, que más que un maestro de ceremonias, parecía el presidente de un Club de Fans. Con todo, el muchacho era simpático y, aunque verborreico, supo sacarle el jugo guasón a Mendoza, que en ningún momento perdió la sonrisa ni la melodía irónica en sus intervenciones, lo que se tradujo en un casi continuo carcajeo por parte del respetable.

Según se explicó, esta novela quiere ser la primera entrega de una proyectada trilogía o tetralogía --porque aún no está claro el asunto-- que vendrían a ser unas memorias literaturizadas a través del personaje llamado Rufo Batalla (trasunto del propio Mendoza) y que quieren abundar, más que en lo íntimo/personal, en los acontecimientos de los que ha sido testigo, desde el último franquismo a la actualidad.

Bueno, ya la leeremos y opinaremos, imagino que bien. 

El caso es que tras los largos parlamentos tanto del barcelonés como del muchacho nativo, el tiempo se hizo escaso y se decidió anular el espacio de preguntas del público para ganarlo al protocolo de la firma de libros, que, como así fue, se suponía largo. La suerte, para quien esto redacta y sus acompañantes, fue que nos acoplamos en los primeros puestos de la cola.

Eduardo Mendoza nos atendió en una mesa dispuesta para ello. Es un hombre --aparte de cansado de tanto barullo-- de mundo, distinguido, alto, delgado, de indudable atractivo para las mujeres. Vestía un traje gris y una camisa blanca sin corbata, pero con puños abrochados con gemelos que contrastaban su decadente chic con unas flamantes zapatillas deportivas. Es un evidente coqueto.

Llegándome el turno de la firma (la cola se movía rápida, pues incluso una señorita de la organización, para ganar tiempo, iba marcando con un marcapáginas los libros de los que aguardaban en la página donde debía firmar), el encuentro fue tan automatizado y rápido que al menos por mi parte, tuvo como punto positivo el no soltar demasiadas de las habituales patochadas. Me limité a saludarlo y a comentarle que le pediría a los Reyes Magos su última novela, así que le solicité me dedicara mi ejemplar de "Una comedia ligera", mi libro preferido. "También es el mío", me contestó con la boca guiñada. Tras hacer un repaso a las influencias del libro y citar a Jardiel Poncela y Woodehouse, escribió la escueta dedicatoria, estampó su firma y al estrecharnos la mano, me despedí de él farfullando con osadía y no menos cachondeíto: "Muchas gracias y ¡arrivederci, pollo!" Esta despedida en clave, le arrancó una risilla. Menos mal.


:-)