jueves, diciembre 27, 2012

Placeres Mundanos, nº 27

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Raclette: Jugar a los cacharritos


Hace unos días recibimos en casa alborozados el regalo de una raclette por parte de nuestros queridos primos de Alemania. ¿Y qué es eso?, preguntará el ignorante lector que no siendo cliente del Lidl, pasee ahora mismo sus ojazos por estos renglones. Pues verá, yo se lo explico, dama o caballero: Una raclette es tanto un artefacto de origen suizo como el nombre de un tipo de queso también suizo, un aparato a medio camino entre la fondue helvética y la plancha de toa la vida. (¿Es Ud. suizo? No, yo no soy su-izo, soy mi-izo).

Como digo, el aparato tiene su origen en el país donde se ideó el reloj de cuco y la navaja multiusos, pero su popularidad se ha extendido tanto por Alemania que son muchos germanos los que creen suya tal invención, siendo así, que desde unas décadas a esta parte, la cena habitual de Nochevieja en muchos hogares tedescos se ha institucionalizado en torno a una raclette y a su singular modo de preparar y fagocitar los alimentos.

Sin enredarme ahora en una lección de historia de la gastronomía que nos lleve a los valles y montañas donde habitaron Heidi y su abuelito, pasaré sin dilación a explicar el manejo de la raclette moderna y en cómo debemos comportarnos cuando nos inviten a cenar con ella de por medio.

 Como adelanté, el aparato cocinador consiste básicamente en una resistencia que calienta una plancha en la parte superior y una zona de “fundición quesera” en la inferior (fig. 1). La raclette es eléctrica y se dispone en el centro de la mesa, por lo que debemos tener prevista una cercana toma de corriente. Los comensales, sentados o de pie o a la pata coja, que hay gente muy rara, se dispondrán en torno a ella y cada uno gozará para su uso particular —aparte de plato y cubiertos— de una sartencilla especial y una espátula de madera para raclettear (o sea, rascar) (fig. 2).




El modus operandi consiste en un sencillo “hágaselo Ud. mismo” o como hubiera dicho el Mahatma Gandhi, “que cada perro se lama su cipote”. Quiero decir que una vez dispuestos los alimentos alrededor del cacharro (fig. 3), cada comensal se servirá en su sartencilla lo que le venga en gana con mayor o menor fortuna en la combinación de texturas y sabores, lo cubrirá con una loncha de queso,  colocará esta sartén de la Señorita Pepis bajo la plancha, esperará a que el queso funda y de ahí al plato y luego a la boca.

En efecto, el queso indicado para la raclette es el también llamado… raclette. Un queso muy aromático y suave hecho con leche de vaca. El de la imagen (fig. 4) lo encontré en la charcutería del hiper Alcampo (no llegó a 6 pavos el medio kilo) y solicité de la amable dependienta que me lo cortase en lonchas finas. Así lo hizo hasta que, dada su forma triangular, empezaron a sangrarle las puntas de los dedos a la pobre. La marca adquirida fue “Pere Eugene” —sírvanse de poner Uds. los acentos—, acreditado fabricante de quesos helbético (lo escribo con B porque parece que el tal Tío Eugenio era seguidor der Beti güeno).

En este mi primer experimento, y para ahorrar cacharrerío que puede llegar a ser infinito, agrupé las viandas en unos pocos platos, siendo el primero el del dichoso queso. Luego, dispuse cebolletas, calabacines y champiñones (fig. 5). En otro, espárragos verdes, tomates cherry y patatas churry (fig. 6). En el de más allá, chistorras troceadas y carne de cerdo ibérico cortada en finas tiras (fig. 7). 




Finalmente, también presenté unas anchoas (fig. 8) y pan cortado en finas rebanadas. Como digo, las combinaciones y la inclusión de otros elementos (por ejemplo, piña o gambas) se supedita a la imaginación y gusto de cada uno.

Encendido el aparato, lubricaremos con un poco de aceite de oliva la superficie de la plancha y cada cual irá depositando en ella lo que crea conveniente, principalmente, claro está, la carne. A la espera de que lo dispuesto se vayan cocinando (fig. 9), charlaremos alegremente (aunque advierto que la charla se basa en un patrón repetido: “Pásame esto, pásame aquello, ¿esto es tuyo?, ¿me pasas la sal?, ¿Y pimienta, no habéis traído la pimienta?”, etc). Acto seguido, pondremos lo cocinado en las sartencillas, cubriremos con queso y esperaremos que funda en el piso de abajo a la vez que vamos preparando la siguiente combinación, ¿me siguen? En nuestro caso fuimos 4 los manducantes y dado que disponíamos de 8 sartenes, pudimos apañarnos la mar de bien a un ritmo incesante, pero que a poco que uno se descuide, llega a estresar.

De todas las combinaciones que ensayé, me quedo sin duda con lo que he bautizado como “Bocadito arracletado del Tío Sap”, esto es: Se coloca una rebanada fina de pan —previamente tostada en la plancha—, sobre ella y con el aditamento de una rodajilla de champiñón como colchón, hacemos dormir un ‘ménage à trois’ de anchoas que cubriremos decentemente con un pimiento del piquillo a modo de manta. Ocultando el conjunto, la susodicha sábana de queso y p’adentro. Un par de minutos bastan para que el calor haga de todo un todo con resultados para el paladar ciertamente brillantes (fig. 10).



Sin duda la experiencia resultó ser muy interesante y divertida (era un poco como jugar a la cocinita de Pin y Pon)  aunque, a riesgo de que los ortodoxos me salten a la yugular, me gustaría repetirla, pero esta vez a cielo abierto durante una noche veraniega, suave y tranquila, como las que por ejemplo, se dan en Karlsruhe en el mes de agosto y teniendo como acompañantes a los primos que nos regalaron tan singular aparato. Según me comentan, tan fuera de fecha, el escándalo y pitorreo por parte de los vecinos parece estar garantizado.
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domingo, diciembre 23, 2012

Felicitación, 2012


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Como cada año, acuso recibo del tarjetón que con toda amabilidad me remite un querido amigo de este blog, el Sr. Sieso, agente infiltrado en la Blogosfera por las combativas "Brigadas Scrooge". 
 
 
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viernes, diciembre 14, 2012

Crisis, what crisis?: Ayudemos a Rafael.

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Si en las guerras del Amor cualquier fin y el uso de toda clase de armas están justificados, la táctica empleada por el redactor de este pasquín — que encontré fijado cerca de la entrada del bar donde desayuno—, tan adaptada a los aciagos tiempos que vivimos, la auguro exitosa. En esta exposición de tribulaciones sentimentales, empero, se cuelan dos elementos que ayudarán al firmante a la consecución del objetivo: Su aseveración de que a pesar del hundimiento económico del país, tiene pagada su hipoteca y goza de un trabajo fijo.

Junto a tales ventajas, Rafael —que así se hace llamar nuestro hombre— no pone trabas a la edad de las candidatas, siendo amplísimo su espectro: desde los 35 a los 50 años. En cambio, la amenaza que como rúbrica estampa al final del texto, llena de consternación a cualquier lector sensible: Rafael está decidido a abandonar España si no se atiende su petición.

Por todo ello, y porque es fácil advertir que Rafael debe ser una buena persona, animo a las innumerables señoras seguidoras de este blog a que, si reúnen las condiciones requeridas, se pongan en contacto de inmediato antes de que el peticionario, atendiendo la llamada del Canadá por su necesidad de mano de obra, se embarque en el primer avión con el corazón destrozado. En nuestro país no sobra desde luego gente así.
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No deje de visitar otras entradas de la fastuosa serie "Crisis, what crisis?":
- Me pareció ver un lindo gatito.
- Bailando.
- Corrección.
- El huevo duro.
- Cuando ya se vendió todo el oro.
- La buena letra.
etc.

jueves, diciembre 06, 2012

Damero Mardito, nº 44 (diciembre)

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Fetichismo ilustrado


"Reconozco mi vicio y sus consecuencias, pero me resulta imposible leer si al mismo tiempo no estoy comiendo. Entiéndaseme: no es que me lleve el libro a la mesa familiar durante el almuerzo o que abra el periódico en el bar a la hora del desayuno. No. Mi vicio es más complejo y a lo que creo, menos habitual. Verán: el acto de leer debe producirse siempre en el mismo sitio, esto es, mi sillón favorito. Pero necesariamente debo ejecutarlo comiendo —en general un bocadillo— porque ya no entiendo la lectura si el ritmo del relato o la eufonía de los versos no vienen acompañados por la sonoridad mezclada de la masticación y la garganta degluctiva. Este ritual es la causa de que las páginas de todos mis queridos libros se encuentren llenas de manchas. Manchas de grasa, de aceite vegetal, manchas coloreadas por el pimentón del chorizo, manchas acompañadas a veces por restos de pan endurecidos que se acumulan en los intersticios del papel. Asumo que se me pueda acusar de sucio e indolente pero en mi defensa puedo argüir que he acabado especializándome y por tanto, sofisticándome.

A la larga, la acción subconsciente ha hecho que determinados autores luzcan en sus escritos manchas en exclusiva sin relación aparente; y así, con sorpresa, observo que las novelas de Faulkner se encuentran repletas de rosada grasa del salchichón. A Proust lo reconozco por el ketchup de las hamburguesas; a Joyce por la amarilla mostaza; a Borges por la permanencia olorosa de las manchas de chistorras... y así todos. Hasta Galdós. Las páginas de sus novelas contemporáneas están veladas por el aceite de mis bocadillos de sardinas. La conexión es clara, ¿existe mejor acompañamiento para "Fortunata y Jacinta" que la áurea pringue de unas sardinas en conserva?

P.D.: Esta debilidad tiene su contrapartida: Nunca me prestan libros."


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¿Que dónde conseguir el Damero Mardito de este mes? Pues como siempre, en su kiosco habitual y gratis total. Aquí: El Damero del Vecind(i)ario

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